jueves, 19 de marzo de 2015

Admiración y agradecimiento hacia Teilhard de Chardin

  El 10 de abril se cumplen sesenta años de la muerte de Teilhard de Chardin, una ocasión buena para decir una palabra sobre su figura.

         Ni soy paleontólogo ni tengo conocimientos especiales sobre temas científicos. Por tanto, mi pequeño comentario sobre Teilhard de Chardin no puede entrar en lo más específico de sus aportaciones a la ciencia y se queda tan sólo en el atractivo de su talante humano, en el valor indudable de su ejemplo vital.

         Lo primero que me causa admiración de su vida es que casi toda su obra, salvo algunas aportaciones estrictamente científicas, se publican después de su muerte. Todas su obras de más amplio alcance -El fenómeno humano, El medio divino- se publican después de su muerte en 1955. No conozco suficientemente bien el detalle de su biografía, pero sus dificultades con la censura eclesiástica debieron ser muy fuertes cuando no llegó a publicar en vida lo más granado de su pensamiento científico-filosófico-teológico. La comunicación con los lectores, el recibir la retroalimentación de sus opiniones, el conocer el parecer de la crítica sobre lo que el autor ha formulado, todo lo que en cualquier autor es vital para seguir pensando y escribiendo, tuvo que ser sustituido en Teilhard de Chardin por una carrera exclusivamene en solitario, escribiendo mucho pero sin poder recoger los ecos externos de lo que él iba produciendo. Si hubo además prohibición de publicar en vida sus escritos, su acatamiento de la voluntad superior es ejemplar. Ahora, a posteriori, resulta admirable cómo pudo llevar adelante una situación objetivamente tan tensa. El no publicar su obra en vida resulta un primer motivo para su admiración.

        No sé si estoy del todo en lo cierto, pero me parece que le debemos todos fundamentalmente a Teilhard de Chardin el que la teología católica no tenga ya miedos importantes para el pensameinto evolucionista. El fixismo antiguo, unido a la interpretación más literal de los primeros capítulos del Génesis, bloqueaba no hace tanto tiempo el pensamiento filosófico y teológico hasta puntos extremos. El profundo conocimiento de la paleontología de  Teilhard de Chardin le permitió plantear el evolucionismo de forma respetuosa con la ciencia y respetuosa también con la teologia. Las teorías darwinistas dejaron de ser un lejano tabú para convertirse en materia de seria discusión científica. Los pensadores católicos actuales no le tiene miedo ya a la ciencia ni al evolucionismo. Teilhard avanzó lo suficiente para hacer transitables lo que antes eran senderos abruptos.  Al morir él fue objeto de severas censuras teológicas, y, recién publicadas, la Compañía de Jesús tuvo que retirar momentaneamente de la circulación sus obras por imperativos eclesiasticos. Pero después ha venido su revalorización hasta el punto de que el gran teólogo Ratzinguer, ya Papa Benedicto XVI, pudo decir de él que tuvo "una gran visión, que culmina en una verdadera liturgia cósmica, en la cual el cosmos se convertirá en una hostia viviente (Homilia en Aosta24 de junio de 2009).

          Por último, los no científicos le debemos a Teilhard su pensamiento teológico, su concepción optimista de la evolución siempre tendiente hacia el punto omega, concluyente al final en Cristo Jesús. Su libro El medio divino puede ser saboreado también por los no científicos, es la visión de todo lo humano a la luz de la presencia en todo de lo divino. Es lo que el jesuita actual José A. García ha generalizado afirmando que en la creación no hay cosas sino dones, que en todo lo humano se puede perseguir y encontrar el sello de Dios.

          Un poco atrevido es decir una palabra sobre Teilhard de Chardin sin conocer a fondo su pensamiento científico. Pero el sesenta aniversario de su muerte permite manifestar con sencillez la admmiración y el agradecimiento que hoy concita su figura. 

         

         

domingo, 8 de marzo de 2015

FENÓMENO DESBORDANTE DE LA SEMANA SANTA MALAGUEÑA

       




  Una visita detenida a la Casa Hermandad de una de las Cofradías de Málaga -la de Mena- me ha anticipado todo el fenómeno de la Semana Santa, visto en este caso desde Málaga.

             La primera impresión que me ha producido el contacto ahora mantenidoo con esta Hermandad ha sido es de la grandiosidad. La sala de los tronos, el amplísimo espacio en el que se encuentran recogidos los grandísimos catafalcos en los que serán transportadas en la procesión las imágenes de la Virgen y del Señor, es realmente espectacular, por las dimensiones y por la altura de la sala, más cercana a las dimesniones de un cine o un teatro que a las de un recinto privado. "Y eso que los varales están quitados", comentó certeramente el que nos enseñaba la Hermandad. 

            La impresión de grandiosidad se aumenta al conocer el dato preciso de que los tronos son llevados por 240 hombres de trono, en el caso del Cristo, y 260, en el caso de la Virgen, todos pagando 30 € por salir. Más de quinientas personas, contando los mayordomos y capataces, intensamente consagrados al traslado de las imágenes durante las siete horas cumplidas que dura la procesión. Si se suman los alrededor de 700 nazarenos que acompañan a esta procesión, más los militares y legionarios que en el caso de Mena forman parte además del cortejo, es más de kilómetro y medio lo que ocupa la procesión, constataba el Secretario de la Hermandad.

            La Semana Santa de Málaga es desbordante, se convence uno del todo con sólo asomarse a una Casa Hermandad. Habiendo conocido la realidad alternativa de la Semana Santa de Sevilla-todo contención, en los mucho más reducidos pasos- resulta del todo evidente que el fenómeno de la Semana Santa de Málaga sobrepasa las dimensiones de cualquier otro evento religioso de la vida malagueña. 

              En un interesante documento jesuítico, que se está divulgando estos días, sobre la realidad pastoral de la Semana Santa y de toda la religiosiad popular, en estas tierras andaluzas, se constanta el hecho cierto de que las manifestaciones de la religiosidad popular, de un modo particularmente importante en nuestra Andalucía, suponen un fenómeno de dimensiones socio-culturales y religiosas sin parangón quizás en nuestra área geográfica. Es probable, en efecto, que ninguna otra dimensión de nuestra cultura, incluidas las políticas o deportivas, sean capaces de aglutinar e implicar tal número de personas, ni de movilizar tal intensidad emocional ni tanta variedad de comportamientos como los que pone en juego la religiosidad popular. 

              El que las manifestaciones concretas de la Semana Santa superen en dimensión a los actos politicos y deportivos, ya da mucho que pensar. Sobre todo, en una época en las que estamos acostumbrados a recibir los datos apabullantes del declive -en participación y en aprecio- de todo lo relacionado con el mundo religioso.

                Al legar a este punto es cuando la reflexión se hace más crítica, ¿es religioso todo lo relacionado con la Semana Santa? 

               A lo que está en conexión con la Semana Santa le ocurre lo mismo que a cualquier otro fenómeno religioso y a la misma religión, que nunca son puros y perfectos. En todo acto religioso hay imperfecciones, intencionalidades no del todo rectas por parte de los que participan en ellos. En su tiempo, ya Jesús destacó dramáticamente las impurezas de los que convierten al templo en cueva de ladrones, y los matices que destapan este texto no han perdido actualidad con el paso de los siglos.

                 Se podría uno alargar infinitamente -hay escritos buenos libros, al respecto- con la enumeración y descripción de los condicionamientos málevolos y de los rasgos admirables de la Semana Santa, y de cualquier otra manifestación de religiosidad popular. El fenómeno ni es puramente bueno, ni es en todo malo. Como certeramente se pregunta el psicólogo y teólogo Carlos Domínguez sj, en el documento que ya he citado,  respecto a toda la religiosidad popular: ¿es oportunidad o trampa? Efectivamente, la consideración concreta de la Semana Santa puede hacernos caer en la trampa, puede cerrarnos los ojos a todas las impurezas presentes en los días semanasanteros. Pero puede conducirnos también a no contemplar la enorme oportunidad que todo esto presta al acercamiento a los sentimientos religiosos e incluso a las más hondas manifestaciones de la religiosidad. 

              No quiero quedarme en el eclecticismo, ni en la indefinición aséptica. Carlos Domíguez precisa: estas complejas manifestaciones multitudinarias se articulan todas ellas en torno a una simbología religiosa y cristiana. En Semana Santa, todo se integra alrededor del acontecimiento central de nuestra fe, el de la muerte y resurrección de Jesús. Y otro conocido teólogo, Juan Antonio Estrada sj, arranca así su intervención en el citado documento: Sacar las imágenes del templo, para llevarlas a la calle. La religión no es algo separado de la vida, sino que surge y se realiza en ella. No se trata de una creencia abstracta en Dios, sino de identificarse con una persona y con los valores humanos por los que vivió, luchó y murió Jesús. Este es el significado de la Semana Santa, en la que la relación con Dios se establece desde la pasión de Jesús. Ambos autores equilibran bien sus posturas en el repetidamente citado documento, sin que resulte tal vez adecuado calificarlos por una única cita de sus escritos. Como toda la Semana Santa, los escritos son también complejos. 

           Por mi parte, quiero terminar afirmando que, por muy compleja que sea, por turbio que ciertamente sea todo el fenómeno, la Semana Santa conmueve muy hondamente la sensibilidad religiosa de muchas personas, cada una según el nivel de profundidad que tenga su propia religiosidad, y, en conjunto y para la Iglesia Católica, significa una aportación positiva. Como de cualquier manifestación de religiosidad popular,  modestisidamente, así lo considero.