viernes, 11 de agosto de 2017

Unos días en Barcelona..., ¡muchas cosas más que política!

 


         
          Pasar unos días en Cataluña, no sé si aclara o confunde aún más la mente del que acude desde otras zonas de España. La situación catalana es más compleja de lo que ofrecen las primeras impresiones. A primera vista, no encuentra uno allí la gente que esperaba sólo obsesionada por el tema político. Cada nueva observación, cualquier ocasional conversación, descubren panoramas nuevos. La síntesis completa, que deje satisfecho de coincidir con todo lo observado, es muy difícil de obtener.

          Ya es tradicional el dicho de que, a la semana de llegar a un país o a un emplazamiento difícil, el periodista es capaz de escribir un libro. Al año, apenas logra escribir un artículo. Y si se lleva un tiempo más largo en contacto co la realidad problemática, ya se vuelve incapaz de escribir ni una sola línea. Con la insensatez de sólo unos cuantos días en contacto con la compleja realidad catalana, unas cuantas primeras impresiones.


Más que política
         Barcelona es una realidad deslumbrante, "ciudad de los prodigios" la llamó un novelista. Da impresión de tener una vida social muy rica. La ciudad funciona, al menos aparentemente. Los medios públicos llegan muy regularmente. Por las mañanas, se ven más basureros -muchas mujeres, personas de color frecuentes- de lo normal en otros sitios, al menos en el "barrio bien" en el que he pasado estos días.

           Fuera de Cataluña, hay personas a las que les fastidia que los catalanes hablen catalán. Creen que lo hacen por motivaciones políticas. No comprenden que es una necesidad plenamente adquirida, que se sienten más cómodos expresándose en la lengua que aprendieron cuando eran niños.

          Ahora se me ha hecho evidente un detalle. La rotulación de los indicadores no es una moda de hace pocos años. En las instituciones y en los negocios, todo esta en catalán, bien rotulado en carteles nuevos y antiguos, ocasionalmente incluso ya ajados. Particularmente impresionan los letreros de las calles, más frecuentes y mejor cuidados que en otras ciudades: en todas las esquinas hay un letrero, en los comienzos de calle con una somera explicación de quien el es personaje que da nombre a la vía, todo en perfecto catalán. Una práctica tan pulcra y tan extendida no se improvisa, no es una ventolera que se le haya ahora antojado a la alcaldesa de turno.

         Otro detalle que me ha llamado la atención es la perfección del diseño. Unos carteles tan bien estructurados, con letras tan bellas como fácilmente legibles, suponen una posesión del diseño, que simultáneamente manifiesta el arraigo del catalán omnipresente y el dominio de un arte que más acierta cuanto menos se nota su artificio.

         Aparentemente, ya he dicho que la ciudad funciona bien, y lo hace en catalán dejando claro que el uso de su idioma no es una moda o un reciente imperativo político, sino la expresión popular de costumbres inveteradas. Podría parecer que esta región, Barcelona al menos, es mucho más, no está centrada en la política. Que la política es una tarea que ocupa sólo a la clase política, pero que -para el conjunto de la ciudadanía- éste es un problema más, para muchos no seguramente el más absorbente.


Pero también política
          Que la ciudad y la región no "pasan" de la política lo pone de manifiesto la votación alta en las elecciones y, más aún, la salida multitudinaria a la calle de las ciudades en las impresionantes manifestaciones de las "diadas". También, el conjunto tan numeroso que apoya en la calle el nacionalismos y, sobre todo, el bloque mayoritario en el Parlamento -personas serias, bien preparadas la mayoría-, sin fraccionamientos ni claudicaciones, sin dejar resquicio para las opiniones tan poco evidentes para los que no piensan como ellos.

          En este viaje, me ha sorprendido mucho la conversación mantenida con un taxista clarividente. Los miembros de este gremio (según me dijo, en Barcelona, los taxistas llegan a 10.500 personas), por ser ellos casi todos patronos, suelen ser muy de derechas. El taxista con el que en esta ocasión he conversado, al "picarle la antífona" diciéndole que -en una ciudad tan organizada- la gente parece "pasar" de la política, me sorprendió con una tajante sentencia: "en cuestiones de identidad, no se puede `pasar´". Perfectamente informado, expresándose con precisión, con una lógica no carente de pasión, razonó que Cataluña no puede dejar de ver que está injustamente tratada; que el gobierno central no quiere su independencia, porque se está aprovechando de su mayor contribución económica; que es cierto que Europa no va a permitir ahora su independencia (España, que es miembro de derecho, protestaría, porque dejaría de percibir su importante aporte económico), pero que Europa le va a presionar ahora sin duda a España para que sea más justa con Cataluña.
Personalmente, el taxista dice no fiarse de los políticos, porque todos miran sólo por sus intereses; pero que él, antes de tomar opiniones, mira lo que dicen los medios de comunicación de otros países, que todos presionan ahora a España para ser más comprensiva y más justa con Cataluña. Al decirle que en otros puntos de España no se ven las cosas de la misma manera, reconoció conocer estas opiniones por tener un yerno de Jaén con el que habla mucho de todo esto. Su valoración final estaba clara: "todos miran as cosas de acuerdo con sus propios intereses".

         Una golondrina no hace verano, y una opinión no puede condicionar una valoración global. Gente más despreocupada, también he encontrado. No debe ser un tema fácil para ser tratado. Incluso en las familias, cuando no hay acuerdo, se prefiere el silencio.


Y la Iglesia, ¿qué?

         El poderío de la Iglesia en Cataluña llama la atención. Los templos son suntuosos, algunos realmente espectaculares. Los edificios de los colegios de religiosos -Jesús María, La Salle, Jesuitas, los he visto estos días- son más majestuosos que los que sus Congregaciones tienen en otras ciudades. La arquitectura certifica la importancia que la Iglesia católica ha tenido siempre en Cataluña.
La descristianización, he oído ser mayor en Cataluña que en otras regiones españolas. Su cercanía a su tierra, con todo, es muy estrecha en la Iglesia catalana. Un detalles significativo, observado en estos días. Un monasterio de monjas de clausura de Sarriá, a las ocho de la mañana, se disponía a cantar Laudes, con la Iglesia vacía; el único oyente seglar, antes de empezar, me animó a quedarme: "Cantan perfectamente en catalán". En estas monjas no hay intención política alguna: cantar en catalán les ayuda a entenderse mejor con su Señor.

         La palabra pública de la Iglesia en Cataluña no resulta nada fácil. La mera convivencia intereclesial e intercomunitaria, tampoco será siempre fácil. Un reciente comunicado de la Conferencia Episcopal Catalana intentaba claramente la moderación, pero ha sido criticado por algunos de dar la razón a los independentistas (Tras mi vidriera, 2 Junio 2017: Respeto pero no comprendo). La descristianización avanzante, con todo, no es incompatible con grupos muy sensibilizados, con reductos eclesiales ejemplares.

          ¿Qué va a ocurrir en el futuro? El gran templo de la Sagrada Familia puede ser todo un símbolo. Una maravilla de arte. Una incuestionable manifestación de la fe de Gaudí, pero también un monumento ya más turístico que religioso. Algunos ya han pedido que los actos de fe se sigan celebrando en la vieja catedral gótica y que se deje la Sagrada Familia para los grandes eventos culturales.

          ¿Encontrará su equilibrado camino de futuro la Iglesia catalana?