La fecha nos obliga a
algo que es sociológico, costumbrista, callejero, familiar y hasta filosófico.
Algo acaba y algo empieza.
Finaliza un proceso y se inicia otro. El reloj
del tiempo marca un nuevo año.
Es notable el impacto
que este fenómenos tiene en la sociedad. Hay gente que vive la
Nochevieja como el momento más importante del año, algo que define un antes y
un después. Hay personas, hay parejas, que sienten la imperiosa necesidad de
salir, de pagar un cotillón en algún lugar público y caro. Otros celebran el
cambio de año en familia, todos reunidos, con las uvas y el intercambio de los
besos cuando suenan las doce campanadas. Para pocos el cambio de año es un
momento intrascendente, una noche más como otra cualquiera.
Con el año, acaba algo
en el seno de la sociedad. En los días inmediatos anteriores,
los medios repasan los principales acontecimientos del año que finaliza: las
bodas del año; los libros, los programas de television, los acontecimientos más
importantes, hasta las muertes más sonadas, del año que finaliza. Se publican
series de los diez mejores deportistas, o lo diez políticos que han influido
más en el año, los artistas, los economistas, los que han protagonizado hechos
importantes, hasta los mejores cocineros, se agrupan al hacer recuento del año
que termina.
Del año que comienza,
también se hacen previsiones. Las elecciones que se van a
celebrar, las inauguraciones importantes que se esperan, los noviazgos que
están fraguando, todo lo que se puede prever que acaezca en el año que se
inicia. La mirada hacia adelante pretende escrutar y adivinar lo que nos va a
ocurrir en el nuevo año.
Existe todo un formulario de
felicitaciones del Año Nuevo. He entrado en internet y me ha sorprendido
encontrar una larga serie de "formas de felicitar" el nuevo año,
algunas realmente cursis: "Los renos, los enanos, los pastores del
belén, la mula, el buey, la virgen maría, San José, el niño Jesús, los primos,
los sobrinos y yo te deseamos: ¡Feliz año nuevo!", "Espero ser
el primero en felicitarte el año nuevo", "Si en esta Navidad
distingues una luz muy brillante en el cielo, pide un deseo de FELICIDAD para
el mundo entero!", "Este año tampoco me han crecido alas para
ir al cielo, pero tengo palabras para decir ¡Te quiero! ¡Feliz Año Nuevo 2017!",...
La serie es mucho más larga. Sorprende que la gente tenga que acudir a estos
formularios estereotipados, cursis y tan ridículos; pero admira también que el
deseo de felicitar por el año nuevo haya permeabilizado tanto en la sociedad.
Detrás de todo esto
está la realidad filosófica del tiempo y el espacio, lo que nos constituye como
humanos y como limitados. Dios está fuera del espacio (=está en todas
partes) y fuera del tiempo (=para Él todo es presente). Los humanos
estamos limitados a un lugar y a un momento: ni el pasado, ni el futuro, sólo
el presente está en nuestras manos. Esto explica la parafernalia de uvas,
champán, confetis, trititraques y fuegos artificiales, que usamos para atrapar
de alguna manera el paso de un año al otro, para asirnos al presente que deje
atrás lo malo del pasado y que augure lo bueno de lo que está por venir.
Luego está también el fenómeno
de la celebraciones cíclicas, algo que afecta de forma importante también a
la liturgia católica. Periódicamente celebramos los cumpleaños, los
aniversarios, las conmemoraciones de hechos importantes, como queriendo
inmortalizarlos. Cada año celebramos también la Navidad, como si anualmente se
celebrase el Nacimiento de Jesucristo. Es claro que Jesucristo, al resucitar,
recuperó su condición divina y está ya fuera del espacio y el tiempo; pero a
los humanos nos está permitido recordar y celebrar que, en un lugar y en un
año concreto, nació un Niño, como manifestación del Amor sin tiempo de Dios
hacia los humanos.
Con un sentido más
laico, en la celebración del Año Nuevo, dentro de
una desbordante manifestación de colorido y folclorismo. Con un sentido más
hondo y creyente, al conmemorar la Navidad, en una conmemoración que
inicia y da sentido a todo el año litúrgico. Pero en ambos casos
celebramos, con mucha intensidad, un momento que hace estallar las
capacidades del presente, algo que desborda los límites de lo humano, algo
que nos sitúa más allá del tiempo y el espacio que limitan la condición humana