La
noticia de la muerte de Iam Paisley, inevitablemente, me ha traído a la memoria
la “entrevista” que mantuve con él hace muchos años.
Este
recuerdo me sirve ahora de ocasión, tras la interrupción estival, para situarme
de nuevo el compromiso comunicativo de “tras
mi vidriera”
Cuando la situación en Irlanda del Norte era más enfrentada, al principio de los años 70, tuve ocasión de visitar aquel “condado británico” y preparar media docena de reportajes, que fueron publicados en el todavía bien vivo diario YA y distribuidos por la agencia LOGOS a su cadena de periódicos. A aquellos lejanos recuerdos he vuelto ahora para reproducir y evocar la figura de Iam Paisley.
“Belfast,
capital del caos”, titulé entonces aquella serie de apresurados informes. Pasé
revista a los principales dirigentes de entonces, describí el ambiente embravecido
de las calles (las marchas veraniegas de los “caballeros de la naranja”, orangemen, sembraban entonces el pánico
entre la población católica) y, también, dediqué un artículo a la figura
prominente de Ian Paisley.
El intento fue entrevistarlo, para lo que me dirigí
una tarde a la casa en la que vivía en una de las típicas y muy adocenadas
viviendas británicas. Tenía un no muy grande jardín ante la puerta y, creo
recordar, una mezcla de garaje o pequeña capilla de la congregación religiosa
personal que ya lideraba, la Iglesia
Libre Presbiteriana. Uno de sus cinco hijos, entonces un chavalito de pocos
años, me abrió la puerta y, al decirle que quería hablar con su padre, recuerdo
que casi gritó “Papá (el “dudy” sonaba hasta tierno en su boca infantil),
preguntan por ti”.
La figura de Ian Paisley era impresionante:
corpulento, con muy poco cuello, con un tronco enorme cubierto entonces –aun en
el interior de su casa- con un muy amplio collar
clerical. Apenas me dejó hablar con él, porque, al decirle que quería entrevistarle,
me dijo que él no recibía periodistas en su casa, sino en su oficina; y al
decirle que era español (de lo que se deducía que católico), prácticamente me
empujó hasta fuera de su casa, retrasando hasta varios días una eventual
entrevista, en fechas en las que le había dicho que estaría ya fuera de Belfast.
La actitud destemplada que tuvo conmigo es un ejemplo típico de la reciedumbre del
carácter que entonces tenía. Enemigo visceral de la Iglesia católica, había llegado
a mofarse de de la concepción romana de la Eucaristía en una programa de
televisión. Su odio contra el IRA lo proyectaba contra los católicos, con la
virulencia de su carácter fuerte y apasionado. Bastantes años después, en la
visita del Papa Juan Pablo II a Gran Bretaña en 1988, en el solemne acto
protocolario del Parlamento británico, Paisley interrumpió el discurso papal,
exhibiendo una pancarta y profiriendo grandes gritos de “El Papa es el
anticristo”. El comedido parlamentario británico Otto de Aubsburgo rompió del
todo su compostura y, como enlances de honor a la antigua usanza, propinó un
solemne puñetazo en el rostro del también desbocado Ian Paisley. Cuenta el
biógrafo de Otto de Aubsburgo que la reina de Inglaterra Isabel II comentó
aquella noche: “¡Qué bien ha estado Otto!”.
Obviamente, la ardiente fogosidad de este hombre se
aplacó en los últimos años de su vida. Aunque se opuso inicialmente a la
Declaración de Downing Street de 1993 y a los Acuerdos del Viernes Santo de
1998, terminó dando marcha atrás y posibilitando y tomando parte en un gobierno
de alianza con los católicos. Como ha comentado Luis Ventoso, en un amplio
obituario del ABC, “el león se iba ablandando, hasta que al final perdió los
dientes”.
La que firma el obituario de EL PAÍS, Patricia Tubella,
afirma que, “al tiempo que podía saltar a la palestra como el más intransigente
y feroz de los líderes unionistas, era un encanto de hombre en las distancias
cortas”. Personalmente no tuve ocasión de tomar contacto con este semblante amable de Iam Paisley, pero no
tengo duda de que su llegada ante el Padre le habrá hecho sonreír al recordar
los abundantes despropósitos que tuvo
durante su vida. Q.e.p.d., que en paz descanse.
No hay comentarios:
Publicar un comentario