La incomprensión entre las personas que viven en Cataluña y todos los
que vivimos en el resto de España es ya el hecho más evidente y tal más grave
de todo lo que está ocurriendo en torno a este lamentable asunto. Sea cual sea
el final al que se llegue –todavía incierto, a un mes ya escaso de la fecha
marcada para el desenlace de esta larga historia-, la incomprensión entre unos
y otros es ya un hecho cuajado y evidente, que va a perdurar además en cualquiera
de las soluciones a las que ahora se
pueda llegar.
Estoy muy convencido, y quiero
resaltarlo ahora, que lo peor que está ocurriendo es que ni los catalanes que
están protagonizando esta batalla ni
el resto de los españoles estamos ya capacitados para comprendernos los unos a
los otros, para entender las razones que los otros tienen para la defensa de
sus propias posturas. Se ha llegado ya a una situación en la que la comprensión
de la postura ajena resulta ya imposible, pues existe el convencimiento de que
las posturas ajenas son incomprensibles, indefendibles y hasta demenciales. La
incomprensión del otro ha conducido -¡y es lo triste!- a la agresividad frente
a las posturas contrarias, pasando claramente del no entender hasta el criticar
y condenar, incluso con tonos indignados, violentos y agresivos.
Me encuentro en el sector no
catalán, y me resulta muy difícil -o no me resulta posible- comprender las
razones que puedan tener los catalanes para situarse en las posturas que ahora
protagonizan. No comprendo que no entiendan la prohibición de la Constitución a
que una parte de España decida sobre lo que afecta a todos los españoles. No
comprendo cómo prefieren situarse al margen o en frente de la Constitución. No
comprendo su ceguera ante las que me parecen inevitables derivaciones económicas de su proceso independentista. Resulta
muy evidente que los catalanes soberanistas, en la actualidad, no entienden el
parecer que es común entre los españoles… y entre los propios catalanes que no
son soberanistas. La incomprensión de los otros es absoluta.
A la actual situación de mutua
incomprensión dicen todos que se ha llegado porque el análisis del tema no se
realiza desde la razón sino desde los sentimientos, que son prácticamente ingobernables.
En un medio puramente catalán (en Google: CJ El blog de Cristianisme i Justícia), he leído un interesante diálogo desarrollado entre el teólogo José
Ignacio González Faus y un para mí desconocido Jaume Botey. Faus había escrito Después de la diada, con algunas muy
rebajadas matizaciones al proceso embalado catalanista, y su interlocutor
responde con un larguísimo escrito para explicar la peculiaridad del “procés” catalán. Coinciden en que el asunto tiene
una muy difícil –o ninguna- solución. El
testimonio tan negro de González Faus me ha dado mucho que pensar: “Las
sensibilidades exacerbadas, hieren a su vez las sensibilidades del lado
opuesto, acabando en esa estéril pugna de quién empezó. Creo que ahí estamos
hoy. Los “posicionados” de ambos lados que lean estas líneas me aplaudirán
cuando critico al otro, pero dirán que no entiendo nada cuando les critico a
ellos. Por eso me parecen inútiles las apelaciones al diálogo: hoy por hoy, el único diálogo que cabe en este
problema y en este país son monólogos que gritan, tratando sólo de que triunfe
su versión. Pero diálogo significa precisamente “dejarse
atravesar por la razón del otro” (dia-logos, para quien tenga alguna noción de
griego)”.
En la mutua incomprensión esta lo peor del
problema, lo que subsistirá incluso cuando al tema se le dé, dentro de pocos
días, la solución que se le quiera o se le pueda dar.
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