Un comportamiento humano que cada vez entiendo menos es el de gran parte de la población catalana. En este sentido, importa menos que la opinión de muchos alcance al 51% o sólo al 48%, de que sea sólo mayoría de escaños y no consiga rigurosamente la de los votos, pues no se trata de dictaminar el procedimiento para que las decisiones resulten democráticas. Lo que me impresiona y no comprendo es que un número tan elevado de personas catalanas -un pueblo en general culto y desarrollado, una sociedad próspera en casi todos los sentidos, una población no fácil de ser engañada- tengan un parecer unánime a favor de una independencia, que para los no catalanes resulta tan improcedente. Particularmente me resulta menos comprensible la opinión de las personas catalanas religiosas, de la gente de Iglesia, a muchas de las cuales conozco personalmente y a las que valoro mucho en múltiples aspectos, pues me consta que entre los sectores eclesiales también resulta mayoritario el parecer político que yo no logro entender: hace ya meses se hizo público una manifiesto de adhesión al proceso catalán de una larga lista de instituciones eclesiásticas de aquella región, a muchas de de las cuales conocía bien y a algunas las valoraba muy sinceramente. El no comprender el parecer y el comportamiento de personas muy valoradas me produce una gran desazón y el sentirse tan lejos de la opinión de prácticamente la mitad del pueblo catalán me impresiona mucho... y no sé si atribuirlo a una clara manifestación de la creciente vejez.
Otro comportamiento que no entiendo es el de que llevan la crítica hasta extremos que no tienen explicación lógica o que no poseen viabilidad práctica. Se dio este fenómeno de forma clamorosa cuando los indignados inundaron establemente muchas plazas urbanas de España para criticar lo inevitable y a solicitar lo imposible. Protestar contra la corrupción o demandar la intervención del pueblo en las decisiones resultan aspiraciones muy explicables y hasta radicalmente nobles, pero hacerlo de espaldas a la realidad y desconociendo las dificultades prácticas que estas aspiraciones conllevan es manifestación de un comportamiento que no acabo de comprender. Situarse en contra de una ley o de una autoridad podrá incluso justificarse en algún caso extremo, pero hacerlo sitemática y colectivamente conduce inevitablemente al caos y provoca unos comportamientos descaradamente injustificables. Por esta razón, no logro comprender muchas veces los planteamientos que subyacen a las declaraciones del ya Partido Podemos, sin que todavía tenga prácticamente este Partido una experiencia real de gobierno que contraste con la realidad lo manifestado hasta ahora sólo como formulación de deseos. La reciente propuesta de Manifiesto de los independentistas en el Parlamento catalán está cargada de aspiraciones imposibles para una consideración ajena a sus exclusivos planteamientos.
Las utopías resultan bellas, pero para no ser sólo inconsistentes pompas de jabón hay que formularlas de forma que puedan convertirse también en realidades. Las aspiraciones provenientes de sentimientos -no crear muros desde los sentimientos, creo que ha dicho el Rey estos días- deben buscar también los fundamentos más sólidos de la razón y de la viabilidad.
No conozco bien la filosofía más reciente y no sé muy bien lo que se quiere decir cuando se habla de pensamiento débil, de defender posturas inestables y susceptibles de todo cambio. Esto defiendo yo pero estoy dispuesto a decir también lo contrario, es la postura abiertamente sofista que puede estar detrás de muchos planteamientos actuales.
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