He leído
estos días un par de artículos sobre la pobreza que me han llamado mucho la
atención. Pensaba que la pobreza era
una realidad simple y elemental,
como el agua o el pan, pero me ha sorprendido constatar que es un concepto complejo y diversificado, en
el que caben también indefiniciones y márgenes menos claros.
Dario Mollá es un jesuita que suele reflexionar muy bien periódicamente
en un blog y que publica además ocasionalmente libros de interés sobre temas de
espiritualidad y de la Compañía de Jesús. Estas pasadas Navidades ha dejado
abierta una reflexión sobre “Pobres en
Navidad: La prueba del 9”. En unos días en los que “pega” hacer alguna
alusión a la pobreza, ha desenmascarado algunas posturas que, más que acercarse
al pobre, usan de la pobreza en beneficio propio: “famosos deportistas que cobran sueldos de escándalo, y nos dicen
lo impresionados que están por el
sufrimiento de los niños de Alepo; cenas masivas de “pobres” organizadas por
instituciones civiles y eclesiásticas (ahora ya no basta “sentar un pobre a la
mesa” navideña, sino que hay que sentar a 300 o 400 para que la cosa tenga eco
mediático); jerarquías de todo tipo que “desembarcan”en
las cárceles para “visitar” a víctimas de injusticias silenciadas y/o
consentidas”.
Se comprende bien su
actitud ante todo esto: “Me quedo con la impresión de que esto de los “pobres” se ha
convertido en un elemento más del inmenso decorado que es la Navidad en nuestra
sociedad. Como el belén, el árbol, las luces y las bolitas”. Y añade con humor e ironía que
habría que aplicar a todas esta manifestaciones, como se hacía en la antigua escuela
a las operaciones matemáticas, “la
prueba del 9”; esto es, habría que comprobar“ qué
queda de todo eso, y qué pasa con todo eso, a partir del 9. Del 9 de enero, cuando empiezan las rebajas. O
del 9 de febrero, o del 9 de junio, o del 9 de septiembre”.
La pobreza aparece así desfigurada, es manipulada su cruel realidad
y es usada en beneficio del que se atreve a traerla a sus labios. Concluye: “La prueba del 9 es la prueba
cotidiana para verificar si nuestro Jesús es el del evangelio de Navidad, o si
nuestra Navidad es la del evangelio de Jesús”.
El otro artículo que me
ha hecho reflexionar sobre la pobreza es el de un periodista, Martín Caparrós, que incluye en El País Semanal un breve Perfil sobre “La invención de la necesidad”. Frente a los pobres, que intentan
rellenar los huecos de sus claras necesidades, los descubridores de nuevas
actividades empresariales (las que sin esfuerzo por la traducción llaman star-ups), intentan crear nuevas
necesidades para que sus nuevas y revolucionarias empresas las satisfagan. Una
revista especializada ha elegido las 100 mejores star-ups europeas en 2016, entre las que se encuentran las
dirigidas, por ejemplo, a convertir el teléfono
móvil en llave de tu casa, conseguir en tres clips del ordenador averiguar la enfermedad
que tienes, llevar verduras o vinos a la
propia casa en sólo dos horas, etc, etc. El secreto de estas nuevas empresas está
en descubrir nuevos apetitos, en crear nuevas necesidades, para que la original
nueva empresa las satisfaga, rellenando así cómodamente los nuevos huecos previamente
fomentados. Es una rebuscada sofisticación de la riqueza, convirtiendo también
en extraña y anticuada la pobreza que sólo pretende rellenar los huecos que
desde siempre han tenido vacíos los pobres: la comida, el vestido o la vivienda...
La pobreza y la riqueza
no se manifiestan ya como realidades simples y elementales. Y es que en el
mundo actual tampoco es simple ni siquiera el agua: en Manchester, conocí hace
ya años un señor que tenía una industria del agua, con 27 modalidades
diferentes de tratamientos del agua; ni es simple tampoco el pan, pues las
sofisticadas panaderías actuales –tahonas,
vuelve a denominarlas un gran supermercado- distribuyen variedades muy múltiples
de pan; un estanquero amigo me dice que vende en su pequeña tienda hasta 300
productos diferentes. Nada es ya simple y elemental.
La complejidad de la
realidad de la pobreza, la inexistencia de realidades muy simples, ayuda a vislumbrar
el concepto teológico más difícil, la idea de Dios. Un bello libro de Gerard W.
Hughes (merece un comentario aparte), El
Dios de las sorpresas, afirma que Dios desborda siempre la capacidad humana
de pensar: la teología más elaborada, “si no está fundamentada en la verdad básica
de que Dios es un misterio, nuestro elaborado sistema se convierte en una
sofisticada forma de idolatría”. En el mismo libro se afirma: “Sentimos constantemente la tentación de
hacer a Dios a nuestra imagen y semejanza, de divinizar nuestra estrechez de
miras y nuestra importancia y después denominarlo “voluntad de Dios”. Dios es
misterio, una palabra atractiva, y Dios nos llama a salir de nuestra estrechez
de miras” (Sal Terrae, 2012, pp 73 y 75).
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