Un artículo sencillo me ha despertado un problema importante.
La sencillez es clara en el artículo escrito por Jesús Sánchez Adalid, en la última página de Vida Nueva (nº 3.134), sobre “Los
archivos en la Iglesia”. Como reconocido autor de prestigiadas novelas históricas,
se hace el articulista creíble al “dar fe,
merced a mis trabajos, del valor y necesidad de estos archivos y bibliotecas,
como herramienta esencial para la investigación histórica”. Contando con su
experiencia, explica la función insustituible que ejercen los archivos de la
Iglesia para conocer aspectos de la vida social y económica de épocas pasadas
(natalidad, fecundidad, alfabetización, mortalidad, nupcialidad, etc), que sin
estas fieles referencias resultaría imposible investigar y conocer. El artículo
ofrece concreta información sobre el número de estos archivos y sobre las aportaciones
que prestan a los investigadores. (En conexión con esto, he recordado que los
párrocos católicos ingleses reciben una aportación económica mensual del
Estado, que no es católico, por la conservación y mantenimiento de los archivos
parroquiales, reconociendo así el valor
también para los no católicos de la existencia de estas fuentes de documentación.)
PROPAGANDA DE LA
IGLESIA
Este sencillo y meritorio artículo me ha despertado un
problema porque fue publicado en el contexto de la “Campaña de la X en la declaración de la renta”, que estos meses
pasados ha realizado la Iglesia.
En esta Campaña, la Iglesia ha
difundido lo que lleva a cabo en el campo
evangelizador (misioneros por todo el mundo) y celebrativo (los diversos sacramentos), en el pastoral (cárceles, salud…), en el educativo (Colegios, Universidades, con un ahorro al Estado de más
de 3.000 € anuales), en el asistencial (miles
de instituciones para todas las carencias sociales, Caritas, Manos Unidas…) y en
el campo cultural (conservación y ofrecimiento al público de su enorme
patrimonio artístico, más lo que aportan a la sociedad la Semana Santa, las peregrinaciones
y las demás fiestas religiosas-populares).
La Campaña que con esta finalidad realiza la Iglesia está muy dignamente llevada a cabo, con un folleto
breve, “La Iglesia católica, junio 2109”(32 páginas), distribuido masivamente
a través de la prensa diaria, y con una más extensa “Memoria anual de actividades de
la Iglesia católica en España” (84 páginas, tamaño folio), distribuido como
Anexo al semanario Ecclesia. Estos
dos documentos están preparados con orden, con mucha precisión de datos, con
abundantes fotografías y presentación atrayente.
La intencionalidad al presentar estos documentos la concreta Ricardo Blázquez, en la Carta del Presidente de la Conferencia Episcopal Española que precede a la Memoria: la trasparencia (“rendir cuentas a la comunidad católica y a la sociedad española”) y mostrar el cumplimiento de la misión de la Iglesia (“reconocimiento y gratitud a quienes realizan toda esa labor y a quienes la sostienen en beneficio de todos”). Estos dos objetivos se cumplen, pues los datos son muy concretos, en todos los campos y también en lo económico, presentando al céntimo los Ingresos (“Recursos”) y los Gastos (“Empleos”), precisando concretamente que la “Asignación tributaria” facilitada por el Estado no supone más que el 24% de los ingresos totales de la Iglesia y detallando numérica y gráficamente “a qué destinan sus recursos las diócesis españolas”. Una tarea encomiable, la realizada por esta publicaciones.
CONDICIONAMIENTOS Y
DEFENSA OCASIONAL DE LA PROPAGANDA
Con todo, esta tarea informativa provoca cierta reacción contraria, porque la recomendación evangélica es
muy severa: “cuando hagas limosna, que no
sepa tu mano izquierda lo que haga tu derecha” (Mateo 6,4).
Esta indicación tan tajante de Jesús abre fuertes interrogantes a todo lo que supone
publicidad y propaganda por parte de la Iglesia. Resulta obvio que, en
tiempos de Jesús, estas modernas técnicas informativas
estaban muy lejos de existir, pero las recomendaciones son tan trasparentes
y tan rotundas, así como las paralelas sobre la oración y sobre el ayuno, que extienden
una amplia sombra de duda sobre cualquier
propaganda y más sobre los actuales departamentos de relaciones públicas y de publicidad,
que desde luego tienen por misión dar a conocer lo bueno que hacen las
instituciones del mundo de hoy.
La duda despertada por el artículo de Sánchez Adalid, y por
la amplia tarea difusiva de la Iglesia dentro de la campaña del x tanto, recuerda que no toda propaganda es buena, pues
se puede caer en el cacareo de lo que se
debe siempre hacer de forma oculta. El alcance y los límites de la
publicidad es un importante debate actualmente abierto, que somete incluso a
revisión algunos comportamientos de los que se anuncian y de los medios de
comunicación que difunden sus campañas (Tras mi vidriera, 20 Enero y 16 Febrero
2019). La vanagloria es un vicio que no sólo es de las personas vanidosas, sino
que pueden las instituciones caer también en este defecto. En sentido opuesto,
la modestia es la virtud contraria, la que recomienda no pregonar mucho por
fuera lo bueno que cada cual hace.
Pero todas estas sombras de duda no pueden ingenuamente
condenar la moderna misión de las relaciones públicas de las instituciones (y
aun de las mimas personas). Sin caer en excesos, sin salirse nunca de los ámbitos
de la verdad, siempre con la referida actividades. Hay formas de realizar dignamente estas tareas difusoras de lo bueno
realizado.
Incluso volviendo la
mirada a los tiempos evangélicos, aunque estén tan lejanos de las dudas que
ahora pueden surgir sobre estas materias, se puede sin embargo recordar que Jesús también recomendó a los
discípulos, antes de dejar la tierra, “id
por todo el mundo y proclamad la Buena Noticia” (Marcos 16,15) e
insistentemente les encargó además que sean “testigos” de cuando han visto y oído “en Jerusalén, en Judea, en Samaría y hasta el confín de la tierra” (Lucas
24,48 y Hechos de los Apóstoles 1,8). Pedro
se lanza pronto con una valentía antes inusitada a recriminar a los judíos
lo que habían hecho y a batallar por el buen nombre de Jesús y de la incipiente
comunidad cristiana (Hechos 2,14-36 y
4,8-12). Pablo desde luego, en un
conocido pasaje, constata que “muchos se
glorían de títulos humanos”, añade que “también
yo voy a gloriarme” y se atreve a preciarse de superar a los demás en ser
hebreo, israelita e hijo de Abrahán y en
haber pasado más que nadie fatigas, cárceles, palizas, peligros de muerte,
azotes, viajes con riesgo, peligros de ríos, de bandoleros, de los de mi nación
y de los gentiles, en la ciudad, en despoblados, en el mar…, etc, etc Aún con riesgo de ser tachado de insensato,
Pablo no duda en extenderse en el recuento de todas las calamidades por las que
ha pasado y, aunque reconozca sus debilidades, afirma también con firmeza que “el Dios y Padre del Señor Jesús sabe que no
miento” (2ª Corintios 11,16-32). Pablo
reivindica el derecho a publicitar ocasionalmente
los propios méritos.
RESUMEN CONCLUSIVO
Es un terreno muy deslizante
el que media entre la justa memoria
de lo bueno hecho y la propaganda
excesiva sobre las supuestas bondades institucionales y personales. La elaboración
de actas y memorias bien ajustadas a los hechos, el mantenimiento de los
archivos, serán siempre tareas imprescindibles y meritorias. Existe además el
cacareo y el gloriosismo, la vanagloria personal e institucionalizada, los
excesos actuales de la publicidad y hasta el uso indebido la falsedad -las fake news- en apoyo de personas e instituciones. Pero estos peligros hay que distinguirlos de la
adecuada difusión de la verdad. El que haya propagandas excesivas y hasta
nefastas no quiere decir que toda la propaganda sea mala y nociva. El ejemplo analizado puede
contribuir a situar en el justo medio la siempre difícil tarea de la buena propaganda.
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