Toda la vida, he estado acostumbrado a un ejercicio de respeto hacia las directrices de la Iglesia jerárquica, intentando salvar y dejar bien sus comportamientos, situados frecuentemente en contra de lo ambiental en el mundo y siempre en defensa de sus propios planteamientos tradicionales. En no raras ocasiones, la para mí obligada defensa de las posturas eclesiales me ha resultado decididamente laboriosa y hasta penosa.
En la actualidad, me sorprendo en actitudes contrarias. El pensamiento y las actuaciones del Papa Francisco me han sobrepasado y, aun causándome gran alegría, tengo que hacer el ejercicio de ir más de prisa, intentado seguir al que va muy por delante de mí.
Dos documentos papales me han causado especial impacto, la entrevista a la Civiltà Cattolica (y a las principales revistas jesuitas) y la más reciente exhortación Evangelii Gaudium. Al terminar de leer muy despacio y dejar muy subrayado este último documento, pensé hacer un recuento de los puntos en los que Francisco me había sobrepasado, había ido por delante de mis propios planteamientos.
Acabo de leer un escrito que me ahorra el trabajo que yo pensaba realizar. Es un artículo del jesuita residente en Bolivia y conocido teólogo, Víctor Codina, que hace un buen resumen de lo que Francisco ha hecho para ser -como él titula- un "Papa realmente cristiano". Espigo algunos elementos de este recuento.
Ante todo, sus opiniones: que el sistema económico liberal, basado en la idolatría del dinero, es injusto; que la actitud de los países ricos ante los emigrantes, muchos de los cuales mueren en el intento de llegar a las costas europeas, es una vergüenza; que vivimos en la burbuja del consumo y con el corazón anestesiado ante el sufrimiento ajeno; que el problema de la Iglesia es el desempleo de los jóvenes; que las confesiones religiosas del mundo deben aunarse para resolver el problema del hambre y de la falta de educación; que la Iglesia necesita una conversión y una continua reforma; que el ambiente cortesano es la lepra del Papado; que la curia es vaticano-céntrica y traslada su visión al mundo; que la Iglesia no puede ser restauracionista ni añorar el pasado; que los pastores han de oler a oveja y no convertirse en clérigos de despacho o coleccionistas de antigüedades, ni caer en el carrerismo; que la confesión no puede ser una tortura sino un lugar de misericordia; que hay que evitar el centralismo y el autoritarismo en el gobierno de la Iglesia; que no hay que tener una visión monolítica, que hay que respetar la diversidad y no ser narcisistas.
Las actitudes que Francisco recomienda son también enormemente reveladoras de su estilo de gobernar la Iglesia: estar más preocupado del hambre del mundo que de los problemas intraeclesiales; hacer que la Iglesia sea un signo del perdón y misericordia de Dios, una Iglesia pobre y de los pobres, ser como un hospital de campaña que sana heridas; que la Iglesia ha de salir a la calle, ir a las fronteras existenciales aun con peligro de accidentes; que respete a los laicos y la dignidad de las mujeres; que viva en una atmósfera de diálogo con todas las confesiones religiosas sin proselitismo; que no se centre obsesivamente en temas morales como el aborto, el matrimonio de los homosexuales y el divorcio, sino que anuncie la buena noticia de la salvación en Cristo; que camine con otros en medio de las diferencias; que reconozca una Iglesia que refleje la ternura de Dios y cuide de la creación; que no se grite ni aclame al Papa Francisco, sino a Jesús.
Los gestos personales que Francisco ha adoptado resulta difícil pensar que otra persona los hubiese llevado a cabo en su lugar: besar a un niño discapacitado, lavar los pies a una joven musulmana, comer en Asís con niños con síndrome de Down, lanzar al mar en Lampedusa una corona de flores amarillas y blancas en memoria de los emigrantes fallecidos, usar sus zapatos viejos de antes, no vivir en los Palacios Apostólicos, viajar por Roma en un sencillo y pequeño coche, contestar a las preguntas de un periodista no creyente, invitar a Santa Marta al rabino de Buenos Aires, regalar unos zapatitos al nieto de Cristina Fernández de Kirschner, recibir a Gustavo Gutiérrez.
El pensamiento y el ejemplo personal del Papa Francisco me han sobrepasado, van muy por delante de lo que hasta ahora había barajado en mis propios sistemas de actuación. El peligro ahora está en contemplarlo tan sólo desde la grada, sólo como espectadores; o incluso en criticarlo, comenzar a decir que es imprudente; incluso, como destaca el artículo de V. Codina, algunos llegan a pedir que “lo iluminen o lo eliminen”… Por el contrario,agradeciendo mucho la existencia de los comportamientos del Papa Francisco, dejémonos seducir por el encanto de su palabra y sigamos sobre todo su ejemplo de vida.
Acabo de leer un escrito que me ahorra el trabajo que yo pensaba realizar. Es un artículo del jesuita residente en Bolivia y conocido teólogo, Víctor Codina, que hace un buen resumen de lo que Francisco ha hecho para ser -como él titula- un "Papa realmente cristiano". Espigo algunos elementos de este recuento.
Ante todo, sus opiniones: que el sistema económico liberal, basado en la idolatría del dinero, es injusto; que la actitud de los países ricos ante los emigrantes, muchos de los cuales mueren en el intento de llegar a las costas europeas, es una vergüenza; que vivimos en la burbuja del consumo y con el corazón anestesiado ante el sufrimiento ajeno; que el problema de la Iglesia es el desempleo de los jóvenes; que las confesiones religiosas del mundo deben aunarse para resolver el problema del hambre y de la falta de educación; que la Iglesia necesita una conversión y una continua reforma; que el ambiente cortesano es la lepra del Papado; que la curia es vaticano-céntrica y traslada su visión al mundo; que la Iglesia no puede ser restauracionista ni añorar el pasado; que los pastores han de oler a oveja y no convertirse en clérigos de despacho o coleccionistas de antigüedades, ni caer en el carrerismo; que la confesión no puede ser una tortura sino un lugar de misericordia; que hay que evitar el centralismo y el autoritarismo en el gobierno de la Iglesia; que no hay que tener una visión monolítica, que hay que respetar la diversidad y no ser narcisistas.
Las actitudes que Francisco recomienda son también enormemente reveladoras de su estilo de gobernar la Iglesia: estar más preocupado del hambre del mundo que de los problemas intraeclesiales; hacer que la Iglesia sea un signo del perdón y misericordia de Dios, una Iglesia pobre y de los pobres, ser como un hospital de campaña que sana heridas; que la Iglesia ha de salir a la calle, ir a las fronteras existenciales aun con peligro de accidentes; que respete a los laicos y la dignidad de las mujeres; que viva en una atmósfera de diálogo con todas las confesiones religiosas sin proselitismo; que no se centre obsesivamente en temas morales como el aborto, el matrimonio de los homosexuales y el divorcio, sino que anuncie la buena noticia de la salvación en Cristo; que camine con otros en medio de las diferencias; que reconozca una Iglesia que refleje la ternura de Dios y cuide de la creación; que no se grite ni aclame al Papa Francisco, sino a Jesús.
Los gestos personales que Francisco ha adoptado resulta difícil pensar que otra persona los hubiese llevado a cabo en su lugar: besar a un niño discapacitado, lavar los pies a una joven musulmana, comer en Asís con niños con síndrome de Down, lanzar al mar en Lampedusa una corona de flores amarillas y blancas en memoria de los emigrantes fallecidos, usar sus zapatos viejos de antes, no vivir en los Palacios Apostólicos, viajar por Roma en un sencillo y pequeño coche, contestar a las preguntas de un periodista no creyente, invitar a Santa Marta al rabino de Buenos Aires, regalar unos zapatitos al nieto de Cristina Fernández de Kirschner, recibir a Gustavo Gutiérrez.
El pensamiento y el ejemplo personal del Papa Francisco me han sobrepasado, van muy por delante de lo que hasta ahora había barajado en mis propios sistemas de actuación. El peligro ahora está en contemplarlo tan sólo desde la grada, sólo como espectadores; o incluso en criticarlo, comenzar a decir que es imprudente; incluso, como destaca el artículo de V. Codina, algunos llegan a pedir que “lo iluminen o lo eliminen”… Por el contrario,agradeciendo mucho la existencia de los comportamientos del Papa Francisco, dejémonos seducir por el encanto de su palabra y sigamos sobre todo su ejemplo de vida.
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