Recuerdo la anécdota
de una señora, más rica que bien educada, que, con ocasión de una cacería
ofrecida por su marido en una finca andaluza, tuvo el honor de invitar a una comida al Rey y a otros asistentes a la cacería. No habiendo muchos temas
de conversación, el Rey quiso ser amable con la señora e hizo una alabanza de
la bajilla en la se estaba sirviendo la comida. Saltó entonces la señora, muy
decidida:
- Pues tengo una
bajilla todavía mucho mejor.
Intervención a la
que el Rey, muy finitamente, le comentó:
- Guárdela, guárdela,
señora, para mejor ocasión.
Me ha venido a la
memoria esta anécdota al escuchar al Presidente de la Generalitat Catalana que,
por estar muy ocupado, no había podido escuchar en la Nochebuena el discurso
del Rey. La falta de educación es semejante a la de la señora del cortijo.
Habría que hacer también una advertencia algo jocosa:
- Emplee bien su
tiempo, Señor Presidente: no lo pierda escuchando al Rey.
Aunque una
eventualidad inmediata no le hubiese permitido al Señor Mas escuchar en directo
el discurso del Rey, habría resultado de mucho mejor estilo habérselo callado y
no cometer la falta de educación de declarar públicamente que había anticipado
otras ocupaciones a oír el discurso del Rey.
Lo peor es que, en
este caso, la falta de educación se ha incrementado al establecer un diálogo
con el contenido del discurso, dejando mal el sentido en el que el Rey había
usado el concepto de nación, vanagloriándose que él “sumaba con Europa” y no en
el ámbito anticuado de la nación española.
No pretendo en este
caso hacer un comentario político, ni siquiera realizar una elucubración sobre
los nacionalismos y las exigencias de la pertenencia a una nación histórica.
Sobre estos temas habría mucho que hablar, aunque siempre con respeto a las
opiniones contrarias.
Lo que quería ahora
destacar es sólo la falta de educación cometida por el Señor Presidente de la Generalitat
Catalana. Por defender sus propias ideas no resulta legítimo cometer la falta
de educación de minusvalorar respecto a otras ocupaciones los nueve minutos
necesarios para escuchar el discurso real, con el agravante además de
establecer pública discusión con alguno de los contenidos del discurso, dejando en mal
lugar lo afirmado por el Rey.
“Un respetito es muy
bonito”, dice la sencilla afirmación popular. No quiero decir que haya que someter
las propias conductas a una idolatría del Rey, ni siquiera que haya que estar
de acuerdo con todo lo que el Rey afirme. Pero sí me parece que merece más
respeto la máxima Autoridad de la sociedad española y que no hay por qué
exponer en público que no se ha podido escuchar su discurso o que no se está de
acuerdo con algo del dicho en la intervención real. Un poco de más educación
favorecería nuestra convivencia.