domingo, 27 de abril de 2014

EMBRUJO DE SALAMANCA

          Una visita breve me ha permitido tomar de nuevo contacto con el embrujo de Salamanca.
         
          Resulta casi inconcebible tanta concentración de arte. Un simple paseo por las calles céntricas de Salamanca deja a la persona atónita. La concentración de la Catedral nueva y de la Catedral vieja, la serie constante de palacios y edificios singulares, la mole apabullante de la Clerecía con la Casa de las Conchas enfrente, la fachada increíble de la Universidad y el conjunto que ofrece todo su entorno de edificios, San Esteban... Todo el centro de la ciudad es un monumento ininterrumpido, en el que el color dorado e inigualable de la piedra da forma a edificios variados, todos armónicos, todos bellos, todos ofreciendo alguna característica singular. Pasear por el centro de Salamanca es disfrutar, soñar épocas pasadas, dejar que parezcan sentimientos estéticos que en otros lugares no surgen ni se desarrollan.

          Todo esto unido a constantes evocaciones históricas. La inmensa estatua de Fray Luis de León frente a la fachada de la Universidad evoca inevitablemente el "Decíamos ayer". Los grandes teólogos del Siglo de Oro parece que pasean aún por las calles aún antiguas, espera uno casi encontrárselos al paso. El recuerdo fuerte de Miguel de Unamuno, concentrado en su propio museo, extiende su presencia a todos los aledaños universitarios, con su carácter apasionado, con su impresionante canto al Cristo de Velázquez y sus agónicos gritos increyentes, el recuerdo de que tuvo diez hijos y los hitos más importantes de su vida universitaria y ciudadana. El monumento al Lazarillo con su ciego, a la vera misma del Tormes, levanta en el recuerdo a este personaje tierno, duro, pícaro, imborrable. Se pueden patear los lugares ligados a San Ignacio de Loyola, un personaje que vivió y padeció en Salamanca, queriendo estudiar y hacer prosélitos y viviendo también duros enfrentamientos con la Inquisición.  Cada rincón de Salamanca evoca algún personaje, permite reconstruir el recuerdo de personas de grandes dimensiones históricas.

          Salamanca tiene la suerte de albergar además lugares emblemáticos. La llegada a la Plaza Mayor, encontrarse con ella al penetrar por uno de los arcos que le sirven de entrada, provoca casi un éxtasis. Difícilmente puede encontrarse un espacio más armónico y más novedoso, más solemne y más simple, más amplio y más recogido, más clásico y más apasionado. La Plaza Mayor concede a Salamanca un identidad muy marcada y muy rotunda, perceptible para cualquiera e imborrable para todos en el recuerdo. El contrate en ella de jóvenes sentados en los suelos y de personas mayores atestando las terrazas atestigua el carácter matriz y acogedor para todos que logra tener este auténtico emblema de Salamanca.
         
          Pero la ciudad tiene más lugares  -rincones, estatuas, fachadas, patios y claustros- en los que se concentra su identidad. Uno indudable es el río Tormes, ahora con sus amplias playas de césped, con sus aguas mansas en invierno abundantes, con el recuerdo que evocan unos puentes por los que han pasado tantos personajes en toda la historia, con las aguas que discurren igual ahora que en el Siglo de Oro o en la época romana. El Tormes se convierte en símbolo de lo que Salamanca es, de lo que ha sido y de lo que seguirá siendo en el futuro.

          En el puente de Primero de Mayo en el que la he visitado, Salamanca demostraba además una enorme vitalidad. No evoca tan sólo arte e historia, sino que manifiesta también una vitalidad intensa en sus calles abarrotadas, en sus terrazas repletas de personas locales y foráneas, en sus comercios nuevos y antiguos. Sorprende la prodigalidad de tiendas de chacinas y demás productos del cerdo, algunas muy modernizadas; la riqueza de las librerías y atrayentes papelerías, el buen gusto de las tiendas de modas. No revestía Salamanca estos días impresión o rasgos de crisis, sino de expansión y bienestar, de gente distendida y de paseantes alegres.

          Habrá, por supuesto, problemas y miserias. El centro brillante no hay que considerarlo único y exclusivo en ninguna ciudad. No será oro todo lo que reluce. Pero el embrujo de Salamanca es, sin duda, cierto y envidiable. Sencillamente, dejo testimonio de ello.
         


        
            

 

miércoles, 16 de abril de 2014

¿Qué y cuánto de religioso tiene la Semana Santa?




Esta es la pregunta que con frecuencia se hacen personas que a sí mismas se consideran religiosas frente a manifestaciones públicas como la Semana Santa. La pregunta no es sencilla de responder.

          Por lo pronto habría que preguntar también qué y cuánto de religioso tienen una boda celebrada en la Iglesia, o una primera comunión, incluso una misa dominical, o cualesquieras otras celebraciones admitidas por todos como claramente religiosas. Una celebración pública es siempre un fenómenos muy complejo, que depende no sólo de sus contenidos internos sino también de la intencionalidad de las personas que  en ella participan.

         Los contenidos internos sí resulta claro que unos son más religiosos que otros, aunque dependiendo también desde la religión que se contemple el asunto. En la religión católica, la celebración de uno de los siete sacramentos son las manifestaciones oficiales de la Iglesia, con primacía sobre todas las restantes celebraciones eclesiales o paraeclesiales. Pero esto es decir muy poco, porque, sin acudir indebidamente al ex opere operato, una celebración oficial de la Iglesia puede estar vivida con más o menos conciencia, con más o menos participación, con más o menos unión con lo que en ese sacramento celebra de verdad la Iglesia.
          En las celebraciones de la Semana Santa, las cosas aún están más confusas. Los Oficios, las celebraciones sacramentales de estos días, tienen obviamente unos contenidos religiosos más densos, aunque también estén dependientes del nivel de participación e identificación de los que asisten a ellos. La confusión mayor, con todo, proviene de las celebraciones multitudinarias de las Cofradías, de toda la amplía gama de las procesiones, con el amplísimo conjunto de elementos que constituyen la parafernalia de los desfiles procesionales: vestuarios (de las imágenes y de los acompañantes), músicas, luces, flores, estandartes, y toda la suntuosidad que rodea a las imágenes en sus tronos o pasos (la diferenciación terminológica y de estilos proveniente de la geografía es rigurosamente implacable).

¿Qué y cuánto de religioso hay en el rico y amplísimo entorno cofrade? Por lo pronto hay que contar con el emplazamiento, pues no es lo mismo la celebración semanasantera de Zamora, de Úbeda, de Sevilla, de Málaga… o de cualquiera de los mil sitios españoles donde hay en estos días celebraciones especiales. Formular una valoración de conjunto en una variedad tan extrema resulta sencillamente imposible, pues ni siquiera entre las celebraciones de una misma ciudad resultaría posible emitir unas opiniones unitarias.

 Sí resulta oportuno señalar que en todas las celebraciones hay elementos muy religiosos y hay elementos nada religiosos, una solemne obviedad cuya afirmación no resulta sin embargo inútil. No cabe afirmar ni que todo es puramente religioso, ni que todo es  descaradamente pagano o muy alejado de lo religioso. En todas las celebraciones, en todas las procesiones, hay acercamientos muy serios a lo hondamente emotivo e incluso a la convulsión religiosa auténtica, aunque haya también muchos huecos para la superficialidad, para los lucimientos o para conexiones muy superficiales de lo religioso. Esta diversidad tan amplia de manifestaciones produce la variedad tan extensa de acercamientos personales que se producen  en la Semana Santa, desde las no escasas sinceras expresiones de fe y de religiosidad profunda hasta las tampoco escasas muestras de alejamiento religioso, mucho más cercanas al simple folklorismo, al mero colorismo externo, a la superficialidad y hasta sólo a la diversión, que a cualquier manifestación honda de religiosidad.

A pesar de esta tan variopinta y compleja realidad, estoy convencido que siempre es más lo positivo que lo negativo en estas manifestaciones masivas de religiosidad popular. Algo siempre queda y la catequesis  monstruo que supone la imaginería nunca se puede negar. Los problemas existentes para el tratamiento eclesial de todo esto no son ni pocos ni fáciles, porque las Cofradías son poderosos enclaves de casi plena autonomía laical –un hecho en el fondo positivo, pero no raramente acompañado de disidencias, enfrentamientos y alguna vez rondando incluso lo inadecuado- donde no siempre tiene fácil su intervención la autoridad eclesial. Pero estas dificultades resultan siempre superables –cada vez existe más preparación y más buena voluntad en estas instancias- y el efecto final es que donde existen manifestaciones masivas de Semana Santa, y de otras intensa religiosidades populares, se produce una honda y fuerte connivencia con lo religioso que echan muchísimo de menos los emplazamientos en los que el laicismo galopante no encuentra estos elementos reductores.

No resulta fácil, por tanto, valorar qué y cuánto de religioso haya en la Semana Santa, pero sí me atrevo a afirmar –con modestia y sin rotundidad- que, en conjunto, son elementos positivos para la dinámica de la fe y para la misma realidad eclesial.

jueves, 10 de abril de 2014

JESUITA ASESINADO EN SIRIA

          Espeluzna enterarse de que, en el mundo actual, una persona de bien pueda morir de esta forma. La noticia nos llega de Siria: El lunes pasado, 7 de abril, un jesuita residente en Siria desde hace 40 años fue matado de un tiro en la cabeza, después de ser violentamente sacado desde el interior al jardín de la residencia que los jesuitas tienen en Homs, Siria. Esta noticia nos llega así de cruda a nuestros países occidentales, pero por desgracia esta muerte se une a los muchos miles de personas que están muriendo en Siria de forma cruenta.
          El jesuita que así ha muerto el pasado lunes se llamaba Frans Van der Lugt, era holandés de origen y había llegado ya a la cima de los 75 años. Sorprende de él que, cuando en el pasado mes de febrero se logró una acuerdo auspiciado por la ONU para que la población civil pudiese ser evacuada de los barrios más castigados por la guerra, este bravo jesuita estimó que, tras 40 años de estancia en el país, no consideraba adecuado salir huyendo. En un video grabado por él en esas mismas fechas afirmaba literalmente: "El pueblo sirio me ha dado mucho, mucha amabilidad, mucha inspiración y todo lo que poseo. Ahora que sufre debo compartir su pena y sus dificultades".  A esto añadía, con impresionante naturalidad: "Soy el único sacerdote y el único extranjero que queda. Pero no me siento como un extranjero, sino como un árabe entre los árabes".
         En Siria, como en cualquier sitio de guerra, la batalla informativa es tan cruenta como la de las bombas y las muertes. Sobre este caso se dividen ahora las opiniones. El gobernador provincial del gobierno del país, Talal al Barazi, atribuye la muerte a miembros del Frente al Nustra, vinculado a Al Qaeda, esto es a los insurgentes de la oposición. En cambio, el Observatorio Sirio de Derechos Humanos (OSDH), confirma la muerte, pero indica que el asesinato ha sido producido "por desconocidos". Es la guerra informativa, que tanto dificulta averiguar la verdad de todo lo que está ocurriendo en Siria.
           Ahora todos deploran el asesinato. El Secretario General de la ONU, Ban Ki-moon, lo califica como "acto inhumano de violencia" y llama "heroico" al jesuita. Una portavoz del Departamento de Exteriores de Estados Unidos, Jen Psaki, denuncia el asesinato y afirma que su país esta "entristecido por la muerte del jesuita holandés". Los representantes del Gobierno de Bashar al-Asad y de la oposición se culpan mutuamente del asesinato que ambos verbalmente condenan.
         El P. General de los jesuitas, Adolfo Nicolás, ha mostrado la tristeza que le produce la muerte de "un hombre que ha dedicado su vida a los más pobres y necesitados, en la ciudad de Homs. Siempre hablo de paz reconciliación, abriendo sus puertas a todo el que le pedía ayuda de cualquier raza o religión".
           Espeluzna un asesinato de este calibre y en el actual momento de nuestra civilización. Pero antes y ahora, para el creyente una muerte como ésta se sublima como martirio. Nadie tiene más mérito que el que da la vida por sus hermanos, sentenció para siempre Jesús.

domingo, 6 de abril de 2014

San José de Anchieta, chicharrero universal

         Para el que es canario o ha vivido en Canarias, el "Beato Anchieta" no es un desconocido. Al final de la autopista de Santa Cruz a La Laguna -donde él nació-, su moderna imagen en bronce acapara la atención y da cuerpo a la   personalidad de este  personaje nativo del lugar. Su declaración ahora como Santo ha llenado de alegría a las Islas, y merece también un sencillo comentario fuera de ellas.
           El Papa Francisco lo ha nombrado Santo -por el "procedimiento equivalente", extraordinario y  por decreto,  obviando el lento proceso burocráticos ordinario- junto con los dos con los que fue inicialmente beatificado en 1980: la mística misionera, María de la Encarnación (Guyart) y el obispo Francisco de Montmorency-Laval. Merecen ser destacadas alguna características del nuevo Santo. 
          Por lo pronto, hay que reconocer que es más brasileño que español y canario, pues con 12 años dejó las Islas Canarias para ir a estudiar a la centro dirigido por la Compañía e Jesús en la ya famosa Coimbra y, ya jesuita, a los 19 años, marchó para el Brasil, del que ya nunca volvió. En Brasil es desde luego más conocido y popular que en los ambientes españoles, pero cuando salió para allá no era ya un niño y en su personalidad están también indelebles los rasgos recibidos de su familia y de su tierra. Su popularidad, sobre todo en la isla de Tenerife, es también muy fuerte.
          Sorprende la temprana que es la fecha de su ingreso en la Compañía de Jesús, en 1551, todavía en vida de San Ignacio de Loyola. Sabiendo que su padre, Juan de Anchieta, tenía parentesco con Ignacio de Loyola y procedía de Urrestilla, una pequeña población muy cercana a la Azpeitia natal de San Ignacio -hace años he podido visitar allí  una casa solariega, cuyos moradores se precian de ser descendientes de los Loyola y de los Anchieta-, resulta legítimo suponer que el ingreso de este joven pariente y paisano en la Compañía de Jesús fuese personalmente conocido por el propio San Ignacio de Loyola. Lo que desde luego es cierto es que la buena nueva de su canonización habrá ahora conmocionado el alma del Ignacio ya eterno...
         José de Anchieta era un típico hombre del Renacimiento, un uomo universalecon prodigioso dominio tanto de las letras como de las ciencias. Participó en la fundación de las grandes ciudades brasileñas -San Pablo y Rio de Janeiro-, ilustró a los primitivos moradores de aquellas tierras lo mismo en la agricultura o la arquitectura que en la música o el teatro y, lo que todavía llena más de admiración, componía largos poemarios tanto en la legua latina de sus estudios como en idioma indígena tupí. Además de ser respetado como santo, en Brasil forma parte importante de la historia de su literatura.    
          El retrato de José de Anchieta, no sólo físico, lo recoge un escrito de la época: "mediano de estatura, seco de carnes, por el vigor de su espíritu fuerte y decidido, de color bronceado, más bien azules los ojos, amplia frente, nariz grande, barba rala, de semblante alegre y amable". Todavía en Portugal, siendo novicio, contrajo una tuberculosis óseo-articular que le provocó una seria curvatura de espalda. Su Superior jesuita de entonces, el compañero de Ignacio, Simón Rodríguez, le consoló: "No tenga pena por esa deformación, Dios le quiere así". Posteriormente, sólo su indomable vitalidad apostólica pudo doblegar su inicial fragilidad física. En lo psicológico, demuestra mucha madurez la recomendación que hace a los jesuitas enfermos que no pueden marchar a misiones: "no basta salir de Coimbra con unos fervores que luego se marchitan antes de cruzar la línea del ecuador, o que pronto se enfrían, con deseos de volver a Portugal. Es necesario llevar las alforjas llenas, para que duren hasta el fin de la jornada".
         Contrasta la intensidad de su vida exterior, su incansable itinerancia por el inmenso Brasil, con la intensidad de su vida interior. Provincial y Superior durante muchos años, logró también escribir mucho y arrancó siempre su dinamismo apostólico de su profunda experiencia espiritual. Su propio testimonio es elocuente: "Ya que no merezco ser mártir por otra vía, que por lo menos la muerte me halle desamparado en alguna de estas montañas y allí deje la vida por mis hermanos. La disposición de mi cuerpo es débil, pero me basta con la fuerza de la gracia, que por parte del Señor no ha de faltar".
          En una carta del General de los jesuitas, P. Adolfo Nicolás, comunicando la noticia de su canonización por el Papa Francisco, se resumen los principales resortes de la vida de Anchieta: "el amor, la oración, la humildad y el servicio". Esta carta, de la que están sacados los principales testimonios directos de esta nota, se presenta la personalidad de Anchieta como "una figura polivalente, motivadora y de extrema actualidad". Con toda razón se puede afirmar de San José de Anchieta que fue un chicharrero, un lagunero, universal.