sábado, 31 de diciembre de 2016

Acabar y empezar, un año más




          La fecha nos obliga a algo que es sociológico, costumbrista, callejero, familiar y hasta filosófico. Algo acaba y algo empieza.
Finaliza un proceso y se inicia otro. El reloj del tiempo marca un nuevo año.
         Es notable el impacto que este fenómenos tiene en la sociedad. Hay gente que vive la Nochevieja como el momento más importante del año, algo que define un antes y un después. Hay personas, hay parejas, que sienten la imperiosa necesidad de salir, de pagar un cotillón en algún lugar público y caro. Otros celebran el cambio de año en familia, todos reunidos, con las uvas y el intercambio de los besos cuando suenan las doce campanadas. Para pocos el cambio de año es un momento intrascendente, una noche más como otra cualquiera.
         Con el año, acaba algo en el seno de la sociedad. En los días inmediatos anteriores, los medios repasan los principales acontecimientos del año que finaliza: las bodas del año; los libros, los programas de television, los acontecimientos más importantes, hasta las muertes más sonadas, del año que finaliza. Se publican series de los diez mejores deportistas, o lo diez políticos que han influido más en el año, los artistas, los economistas, los que han protagonizado hechos importantes, hasta los mejores cocineros, se agrupan al hacer recuento del año que termina.
         Del año que comienza, también se hacen previsiones. Las elecciones que se van a celebrar, las inauguraciones importantes que se esperan, los noviazgos que están fraguando, todo lo que se puede prever que acaezca en el año que se inicia. La mirada hacia adelante pretende escrutar y adivinar lo que nos va a ocurrir en el nuevo año.
         
          Existe todo un formulario de felicitaciones del Año Nuevo. He entrado en internet y me ha sorprendido encontrar una larga serie de "formas de felicitar" el nuevo año, algunas realmente cursis: "Los renos, los enanos, los pastores del belén, la mula, el buey, la virgen maría, San José, el niño Jesús, los primos, los sobrinos y yo te deseamos: ¡Feliz año nuevo!", "Espero ser el primero en felicitarte el año nuevo", "Si en esta Navidad distingues una luz muy brillante en el cielo, pide un deseo de FELICIDAD para el mundo entero!", "Este año tampoco me han crecido alas para ir al cielo, pero tengo palabras para decir ¡Te quiero! ¡Feliz Año Nuevo 2017!",... La serie es mucho más larga. Sorprende que la gente tenga que acudir a estos formularios estereotipados, cursis y tan ridículos; pero admira también que el deseo de felicitar por el año nuevo haya permeabilizado tanto en la sociedad.
           Detrás de todo esto está la realidad filosófica del tiempo y el espacio, lo que nos constituye como humanos y como limitados. Dios está fuera del espacio (=está en todas partes) y fuera del tiempo (=para Él todo es presente). Los humanos estamos limitados a un lugar y a un momento: ni el pasado, ni el futuro, sólo el presente está en nuestras manos. Esto explica la parafernalia de uvas, champán, confetis, trititraques y fuegos artificiales, que usamos para atrapar de alguna manera el paso de un año al otro, para asirnos al presente que deje atrás lo malo del pasado y que augure lo bueno de lo que está por venir.
          Luego está también el fenómeno de la celebraciones cíclicas, algo que afecta de forma importante también a la liturgia católica. Periódicamente celebramos los cumpleaños, los aniversarios, las conmemoraciones de hechos importantes, como queriendo inmortalizarlos. Cada año celebramos también la Navidad, como si anualmente se celebrase el Nacimiento de Jesucristo. Es claro que Jesucristo, al resucitar, recuperó su condición divina y está ya fuera del espacio y el tiempo; pero a los humanos nos está permitido recordar y celebrar que, en un lugar y en un año concreto, nació un Niño, como manifestación del Amor sin tiempo de Dios hacia los humanos.
          Con un sentido más laico, en la celebración del Año Nuevo, dentro de una desbordante manifestación de colorido y folclorismo. Con un sentido más hondo y creyente, al conmemorar la Navidad, en una conmemoración que inicia y da sentido a todo el año litúrgico. Pero en ambos casos celebramos, con mucha intensidad, un momento que hace estallar las capacidades del presente, algo que desborda los límites de lo humano, algo que nos sitúa más allá del tiempo y el espacio que limitan la condición humana

 

lunes, 26 de diciembre de 2016

¿Navidad degradada?

                                                                             
      
          No conozco personalmente las fiestas de San Fermín. Pero desearía haberlas vivido directamente en Pamplona, porque probablemente me ayudarían a comprender mejor lo que ahora ocurre en todos sitios con la celebración de la Navidad. El origen religioso de la Navidad se ha desvirtuado dentro del macro-ambiente de las Fiestas sin más, que hoy celebra mucha gente. 

         Descubro un comportamiento al parecer directamente intencionado de laicizar el tiempo navideño. La luces que invaden las calles han descartado del todo los motivos de alguna manera relacionados con la Navidad cristiana que tuvieron en otros tiempos. Ya no hay renos, estrellas, angelitos, ni siquiera la mención de la palabra "Navidad", sino luces con figuras geométricas no siempre de buen gusto, a lo más iluminaciones con goteos titilantes y la mención neutra de "Felices Fiestas". La iluminación además se inicia mucho tiempo antes, en el mes de noviembre, e incluso los encendidos oficiales se hacen antes de la celebración de la Inmaculada, que en otros tiempos marcaba el inicio de la celebración de la Navidad.

         El carácter dominante ahora es el comercial. Los establecimientos y las marcas -sobre todo, las alimentarias, las de juguetes, las de perfumes y de regalos similares- saben que en este tiempo tienen un alto porcentaje de sus ventas anuales, y van a por todas en publicidades y en toda suerte de reclamos para llamar la atención de sus posibles clientes. Los números extraordinarios que en estos tiempos suelen sacar los medios impresos tienen su origen, más que en los contenidos de alguna manera navideños, en servir de soporte para la invasión de publicidad que se origina en este tiempo.

          La concentración familiar es otro tema importante en estos días. Los miembros dispersos de las familias se reúnen alrededor de los padres, si aún viven, o en los primitivos hogares familiares, muchas veces en los pueblos o en los campos donde se originaron las primeras procedencias. Estos días he visto en los telediarios los grandes abrazos producidos en los aeropuertos o en las estaciones, al volver a los lugares de origen los miembros de la familia que viven en el extranjero o en otros lugares alejados por motivos de estudio o de trabajo. Las familias intentan reunirse en la Navidad, y, cuando no pueden hacerlo por cualquier causa, sienten muy particularmente en estos días las ausencias.

         En la sociedad española actual, ¿cuánta gente descubre y vive la connotación religiosa en la celebración de la Navidad? Es cierto que en la Misa del Gallo -muchas veces con horarios adelantados, para dar más facilidades a los participantes- y en otras celebraciones religiosas de estos días, aumenta algo el número de los asistentes. Pero, en cualquier caso, la participación no es mucho mayor que la de los reducidos porcentajes que acuden normalmente a los templos. En muchas familias, el árbol y el Papá Noel, como nuevos sustitutivos de los símbolos cristianos, han desplazado a los Nacimientos.

          ¿Es todo esto radicalmente negativo? Es desde luego una clara manifestación de la creciente secularización de la sociedad actual, en la que lo negativo se mezcla indisolublemente con algunos rasgos más positivos. El que se cribe lo auténtico de lo meramente aparente, la religiosidad verdadera de la que era sólo postiza y superficial, no resulta negativo sino manifestativo de una sana libertad interior de las personas con sus conciencias. El que los que acuden lo hagan más de verdad es un signo positivo de la religiosidad actual.

          Por otra parte, no se puede exclusivizar la religiosidad actual con la asistencia a los templos o con las prácticas externas. Sólo Dios conoce el fondo de los corazones, y diagnosticar el grado de religiosidad existente en las personas no se puede realizar atendiendo sólo a los comportamientos mas superficiales. La Navidad es precisamente un tiempo en el que se remueven los rescoldos religiosos, incluso entre los no practicantes, entre los que no acuden regularmente a las Iglesias. La puesta de los Nacimientos en los hogares o la misma celebración de las reuniones familiares, ocultan en ocasiones vagos e imprecisos sentimientos "a lo divino", el nombre del imperecedero villancico canario. No se puede olvidar que, en los relatos evangélicos, los que perciben el reclamo de la estrella y acuden a adorar al Niño en Belén, no fueron los religiosos de aquellos tiempos sino los pobres pastores y los magos, que eran paganos y no miembros del pueblo sagrado judío.

          La laicización progresiva de la Navidad es un hecho innegable, pero ante el que no cabe sólo el escandalo. La completa parafernalia que actualmente despliega la Navidad, en general, no es toda mala, porque extiende además sentimientos de paz, de mayor vinculación familiar, de solidaridad y de otros comportamientos, que, aunque no lleven siempre en marchamo cristiano, no son malos y en muchas ocasiones resultan incluso claramente buenos. Es cierto que el aluvión comercial es descaradamente excesivo, pero hay otras manifestaciones que equilibran un resultado total del conjunto, que probablemente no es negativo.

          Para los creyentes, por lo demás, el recuerdo del nacimiento de Jesucristo, la aparición actualizada del Amor del Padre, sigue constituyendo la esencia de la Navidad, algo que es siempre Buena Noticia, que proporciona profunda alegría y que justifica sobradamente los deseos de felicidad que en estos días todos nos prodigamos.   

        


sábado, 17 de diciembre de 2016

¿Es posible saber lo que pasa en el mundo?

 
          De mal gusto resulta que un médico hable mal de la medicina, un juez de la judicatura o un cura de la Iglesia. Y hasta inverosímil parecería que un miembro de la ETA, de BILDU o de la CUP despotrique contra del independentismo. En tono menor, tampoco se concibe que un sevillano bien pagado de su ciudad critique a Sevilla. Con todo, siendo periodista, voy a hacer hoy una excepción con un comentario crítico contra el periodismo. Con los informes que aparecen en los medios, ¿resulta posible saber lo que ocurre de verdad por el mundo? ¿Nos ofrecen los medios caminos suficientes para conocer la realidad? ¿Es la información siempre operativa?

 
Información sobre Siria
          El caso más fragrante de la insuficiencia de los medios para descubrir la realidad tal vez esté en la información ofrecida sobre lo que ha ocurrido y está ocurriendo en Siria. Hace ya muchos meses, cuando empezaba el conflicto y la virulencia crítica contra Bashar Al Asad era todavía más aguda que ahora, me sorprendió una comunicación del obispo responsable de la Iglesia católica en Siria -publicada en muy pocos medios- que no echaba toda la culpa de la situación al Presidente Al Asad sino a la falta de diálogo y colaboración entre todos. Posteriormente, sobre el desarrollo de la guerra, prácticamente todas las informaciones que aparecían estaban dirigidas contra Al Asad, atribuyendo siempre los horrores de la guerra al gobierno sirio. Se prodigaban además las informaciones de un Observatorio Sirio de Derechos Humanos, todas dirigidas a destacar las muertes y calamidades realizadas por el ejército sirio. Las informaciones desde el interior de Siria y de fuentes cercanas al gobierno sirio, eran prácticamente inexistentes. Una entrevista directa al Presidente Bashar Al Asad que se atrevió a realizar hace meses EL País recibió múltiples críticas, a las que tuvo incluso que responder la Defensora del Lector. Las críticas estaban aplastantemente realizadas desde un sólo sector y furibundamente encaminadas a denigrar al otro sector.
 
         Ante este fenómeno "informativo", la sorpresa aumentaba al ser de sobra conocido que Estados Unidos estaba enrocado en exigir la destitución de Al Basar y que la Unión Europea le secundaba, mientras que Rusia e Irán en cambio respaldaban y apoyaban el gobierno de Siria.
         La confusión ha culminado, al final, con la "información" sobre el armisticio conseguido para la evacuación de "civiles y milicianos de los barrios rebeldes". ¿Quiénes son los que son evacuados de su propio país? ¿No era la guerra principal contra el Estado Yidahista? ¿Quiénes eran entonces los llamados "insurgentes" que ocupaban los "barrios rebeldes"? ¿Quién se defendía de quién: los insurgentes de Al Basar, o Al Basar de los que desde el propio territorio sirio le atacaban?. Las informaciones sobre el armisticio logrado se han hecho con entrecomillados irónicos sobre la "victoria" o la "liberación" de Alepo proclamadas por el Presidente de Siria. Incluso he leído en una crónica de un corresponsal de ABC -ya desde el mismo Alepo- que los que obstaculizaban la evacuación de sirios eran otros sirios, que demandaban no se dejasen salir inmunes a los causantes de las tropelías de la guerra: "Yo no quiero que se marchen así, exijo justicia y que paguen por lo que han hecho. ¡Justicia y venganza, que paguen por la muerte de mi hijo!".

        En medio de esta confusión informativa, llegar a enterarse de lo que ha pasado y está pasando en Siria y  en Alepo resulta muy difícil, prácticamente imposible.
 
Otros puntos oscuros
          El caso de Siria es el más reciente y sangrante, pero hay otros casos sobre los que la insuficiencia informativa resulta también evidente. Todas las "sorpresas" que se han producido últimamente -el Brexit británico, el plebiscito colombiano, el triunfo de Trump, el referendum de Italia- manifiestan que la información que se había dado previamente sobre esta realidades había sido insuficiente, que se había dado sólo desde un solo sector y silenciando lo que opinaban los que después ganaron en las urnas. Los medios -y las agencias de opinión- se han demostrado insuficientes, ineficaces, incapaces de desentrañar lo existente en la realidad.
         Quiero añadir que la información religiosa y eclesial manifiesta una enfermedad semejante. Lo que se ha dicho y lo que se está diciendo sobre los Papas antecesores y sobre Francisco, resulta también peligrosamente confuso. Los que antes alababan indesconsideradamente la figura del Papa, ahora están muy callados; los que ahora se muestran muy satisfechos y encomian las palabras y los hechos de Francisco, antes se manifestaban muy críticos y hablaban mal de la Iglesia y de lo que hacían sus máximos representantes. Tampoco resulta fácil orientarse y llegar a la entraña de la realidad en los temas religiosos y eclesiales.
 
Carencias informativas
          Resulta espinoso hablar de las carencias de las que adolece la información, de los defectos que sin duda tiene la información publicada.
 
         El problema está más en los medios empresariales que en los propios informadores. Un periodista está siempre condicionado por el medio en el que trabaja. Existe una censura, indefinida y no escrita, que le dice a cada periodista lo que puede y lo que no puede decir en el medio en el que trabaja. La elección y la directriz de las informaciones, además, las da la empresa, que es la que decide de qué hablar y cómo orientarlo.
         Existe también la influencia de lo "políticamente correcto", que presiona tanto a las empresas como a los periodistas. Esta presión subliminal e imprecisa se ejerce no sólo en el campo de la política, sino en el terreno religioso -para algunos, no se pueden alabar los comportamientos religiosos y hay siempre que desautorizar o silenciar todo lo confesional-, en el campo de las costumbres, de las modas, de lo que ahora procede hacer y de lo que resulta claro que hay que denigrar. Por todo esto, cuando no resulta posible prestar atención a los medios contrapuestos -en la España actual, simultanear EL País y el ABC, escuchar a la SER y a la COPE, seguir TVE y al Canal 6, por concretar algunos ejemplos-, el llegar a la entraña de la realidad se vuelve muy difícil. Las carencias informativas, cuando no se pueden subsanar, resultan muy peligrosas.
         Al final, cada uno termina acudiendo al medio con el que está personalmente de acuerdo. Pero es necesario, al menos, ser consciente de ello. Es mejor subsanarlo, tomando contacto con medios alternativos y contrapuestos. Y cuando esto no resulta posible, cuando la información que se nos suministra es sólo monocolor, resulta también conveniente ser consciente de ello, al menos para no sacar conclusiones definitivas y apodícticas sobre temas que presumiblemente nos llegan muy manipulados.
 
Conclusión
          ¿Es posible, pues, saber lo que pasa por el mundo? Muchas veces, no. Por eso este humilde y sencillo aviso para navegantes, para no naufragar en el intento de una información completa y objetiva, cuando ésta no resulta posible.

domingo, 11 de diciembre de 2016

INCINERACIÓN, ¿por qué tan restringida su autorización?

     
 
            La muerte siempre es un asunto, para algunos muy molesto y para todos algo escabroso. Hay quien prefiere que no se hable de esto, que ni siquiera se toque el tema. Pero la muerte es también una realidad muy relacionada con lo sagrado, algo que a todos inspira un respeto profundo, merecedor de consideración y de análisis.

          Alrededor de la Fiesta de los Difuntos, concretamente el pasado 27 de octubre, la Congregación para la Doctrina de la Fe -antes, Santo Oficio- hizo pública un escrito, que había sido significadamente suscrito el pasado 15 de agosto, el día de la Asunción, calificada como  "Instrucción acerca de la sepultura de los difuntos y la conservación de las cenizas en caso de cremación". Por estar relacionado con la muerte, el escrito adquiere ya cierto morbo y, por su contenido, plantea además algunos interrogantes que merecen ser considerados.

          La filosofía existencial miró de frente al final de la vida y formuló la sentencia de que "el hombre es un ser para la muerte". La visión cristiana de la existencia afirma, en contraposición, que "el hombre es un ser para la vida", para la vida resucitada. La Instrucción vaticana que ahora comento destaca muy acertadamente que la muerte está relacionada con la resurrección: el titular del escrito es "Para resucitar con Cristo", Ad resurrectionem cum Christo. La vida humana, en efecto, no tiene sentido para el creyente si no se la considera como el capítulo primero, de una historia que no tiene fin, que es para siempre. Esta visión es fundamental para el cristiano, y el escrito eclesial de ahora lo deja muy claro desde el comienzo y sitúa además en su contexto todo lo que sigue.

          Y en lo que sigue, es donde surgen los interrogantes. Porque esta Instrucción valora la incineración como una alternativa segunda, claramente pospuesta a la del enterramiento. La inhumación -el nombre técnico del enterramiento del cuerpo completo- es en primer lugar la forma más adecuada para expresar la fe y la esperanza en la resurrección corporal (nº 3). Más adelante, lo afirma tajantemente: La Iglesia sigue prefiriendo la sepultura de los cuerpos, aduciendo una razón no del todo evidente: porque en ella se demuestra un mayor aprecio de los difuntos (nº 4). Y al comienzo del escrito ya deja claro que éste pretende reafirmar las razones doctrinales y pastorales para la preferencia de la sepultura de los cuerpos (nº1).

          Es cierto, e importa mucho destacarlo también con rotundidad, que esta Instrucción acepta sin embargo claramente la alternativa de la incineración, no se opone a su práctica. Pero la aprueba sólo por razones de tipo higiénicas, económicas y sociales, no dejando clara la absolutamente libre elección entre uno y otro procedimiento.
 
          La autorización contenida en esta Instrucción tiene el precedente de la que otorgó la Iglesia en 1963, durante el pontificado de Pablo VI, en una similar Instrucción titulada Piam et Constantem, que ya afirmó -casi con más rotundidad que ahora- que la cremación no es contraria a ninguna verdad natural o sobrenatural; pero añadiendo a las mismas razones higiénicas o económicas justificadoras una tercera motivación, expresada más explícitamente: o a cualquier otra razón, bien sea del orden público como del privado, frase más abierta que las sociales, indicadas como tercera justificación por la Instrucción actual.

          El razonamiento que hay para que la autorización de la incineración esté condicionada y restringida a ciertas razones, el que no sea un permiso abierto y general, trae severas consecuencias para el posible uso que después se pueda hacer de las cenizas. Aunque considera legítimas las razones expuestas para la incineración, añade que, por regla general, las cenizas del difunto deben mantenerse en un lugar sagrado, es decir, en el cementerio o, si es el caso, en una iglesia o en un área especialmente dedicada a tal fin por la autoridad eclesiástica competente (nº 5). Esta afirmación tan clara excluye -no está permitida, es la expresión usadaotras localizaciones posibles: el propio hogar, que sólo se permite en caso de graves y excepcionales circunstancias, que deben ser reconocidas expresamente por las autoridades eclesiales competentes; la dispersión en el agua, en la tierra o en el aire, las prácticas más comunes, u otras fórmulas más sofisticadas también especificadas. A estas prohibiciones se añade además la poco misericordiosa y tan complicada de llevar a la práctica medida de negar las exequias cristianas, cuando los procedimientos señalados hayan sido previamente dispuestos por el difunto por razones contrarias a la fe cristiana (nos 6-8).

         Los interrogantes que estas limitaciones plantean se hubiesen podido solventar si, a las razones higiénicas, económicas y sociales, se hubiesen añadido también unas posibles razones pastorales, lo cual excluiría la absoluta prioridad valorativa del enterramiento de los cuerpos y concedería una práctica libertad entre ambos procedimientos. Esto permitiría, además, encajar mejor los columbarios instalados ya en muchas Iglesias, la opción de sacerdotes y no infrecuentes personas de Iglesia que optan ya por la incineración, e incluso dejaría abierta y sin contraindicaciones el que a un obispo o a un Papa futuros les pueda dar también devoción el que sus cuerpos sean incinerados después de su muerte, por simple preferencia personal o incluso para evitar así cualquier forma de culto posterior. Si la incineración resultase de esta manera tan perfectamente escogible como la fórmula de la inhumación, se purificaría además mucho mejor la concepción del más allá, desconectándolo por completo de la conexión con el cuerpo terrestre y dejando además más abierto el misterio todavía impenetrable de lo que para nosotros supondrá la participación del ya cuerpo incorruptible en la vida para siempre resucitada y junto a Dios.

          La sutil jerarquización de los escritos vaticanos sitúa la Instrucción de una Congregación, por debajo de lo que es una Carta o una Exhortación Apostólicas, firmadas ya por el propio Papa, y de una Encíclica, de aún más valor pero todavía por debajo de una Declaración ex catedra, la única para la que la Iglesia demanda una adhesión por fe. La actual Instrucción Para resucitar con Cristo hay que considerarla, pues, con gran respeto y hay que saber encontrar en ella los grandes valores que aporta para considerar la muerte a la luz de la resurrección, aunque con modestia se puedan presentar también los interrogantes que plantean algunos extremos de la misma. 
 
         A determinados escritos vaticanos, la historia posterior los ha considerado como cantos del cisne, como alabanzas de costumbres casi del todo periclitadas, como el escrito en defensa del latín que se publico durante la última época del santo Juan XXIII, cuando la lengua latina estaba ya en franca decadencia en la Iglesia; o el reciente escrito vaticano recortando las manifestaciones del saludo de paz en las Eucaristías, siendo éste el rito que el pueblo ha recogido con más entusiasmo de todo lo que pretendió la reforma litúrgica posconciliar. Se podrían poner más ejemplos, porque la historia de la Iglesia avanza muy lentamente, con sucesivos pasos hacia atrás y hacia adelante, pero en una progresión final siempre recta y guiada por el Espíritu.     

         

sábado, 3 de diciembre de 2016

HA MUERTO PETER-HANS KOLVENBACH

Peter-Hans Kolvenbach es para muchos un desconocido, un rostro y un nombre raros, que no provocan resonancias. Al haber sido 24 años General de la Compañía de Jesús, para el entorno de los jesuitas, sí es un hombre importante, tal vez esté incluso unido a recuerdos personales. Visitó nuestro país en diversas ocasiones –para hacerse presente en las cinco circunscripciones, Provincias, hasta hace pocos años todavía existentes en España- y esto dio ocasión a que muchas personas participaran en algunas de sus intervenciones públicas. Con todo, incluso en este entorno, es un nombre menos conocido que Pedro Arrupe o Adolfo Nicolás, su antecesor y su continuador en el mismo cargo, hombres tal vez más familiares por acá por ser de origen español. Los medios españoles se han hecho bastante eco de su muerte, ocurrida hace ya hace días. Pero ahora puede ser un buen momento para el análisis, para contemplar desde detrás de la vidriera, algunos perfiles de su personalidad. 1. Austero. Impresionaba mucho de su personalidad, la austeridad. Viajaba mucho por todo el mundo con un equipaje exiguo, una carterilla de mano, en la que sólo podrían caber los útiles de aseo y poco más. Solía usar una sotana romana muy negra –sin pretenderlo, dando así pábulo a la leyenda del papa negro- y, en ocasiones, un clergyman también negro, bastante raído. Al viajar no visitaba monumentos, se concentraba en el objetivo único de sus visitas: en una ciudad andaluza, los que le llevaban en el coche se empeñaron en pasar por alguno sus monumentos paradigmáticos, y Kolvenbach aprovechó para ojear las notas del discurso que tenía que pronunciar a continuación, sin apenas mirar las maravillas arquitectónicas que pretendían enseñarle. 2. Curioso. La austeridad no está reñida con el ansia de saber cosas, con la curiosidad. Kolvenbach era un hombre muy abierto a la realidad, muy atento a lo que le decía el que estaba hablando con él, muy interesado por las personas y por los asuntos. Una original muestra de su curiosidad era que, que en sus frecuentes viajes en avión, se iba siempre al aeropuerto mucho antes de la hora de salida del avión, para zambullirse un buen rato en la observación del muy variopinto mundo que siempre ofrecen las terminales. 3. Sajón. Era un hombre radicalmente sajón, poco latino. No entendía los circunloquios, las frases introductorias de cumplido. En su conversación, iba al grano directamente. Me impresionó oírle una vez constatar que, en los escritos de un mismo texto traducidos a distintos idiomas, siempre ocupaban muchos más renglones y páginas los vertidos a las lenguas latinas que los traducidos a las lenguas sajonas. De forma semejante, él era parco en palabras inútiles. 4. Obediente y libre. Su rasgo tal vez más definitorio como General de los jesuitas es que logró normalizar y suavizar las relaciones entre la Compañía de Jesús y la Santa Sede, que durante el último periodo de Arrupe se habían tensionado sorpresivamente. Con su personalidad sin dobleces, con sus aceptación voluntaria y consciente de todo lo que provenía de las más altas instancias romanas, con su obediencia muy radicalmente entendida, disipó los nubarrones que se habían podido fraguar con anterioridad y reestableció el clima de mutua confianza, tradicional desde siempre entre los jesuitas y el Papado. Con Benedicto XVI tuvo unas relaciones cercanas y cordiales, facilitadas por el hecho de que ambos se comunicaban en su lengua materna alemana. Kolvenbach, sin embargo, mantuvo siempre una libertad que impresionaba mucho –particularmente, a los latinos- por hablar sin ambages ni disimulos tanto sobre la Compañía de Jesús como sobre la Santa Sede. Cuando Francisco, en la reciente Congregación General 36, le pidió a los jesuitas que fuesen obedientes y libres, sin pretenderlo trazó tal vez el rasgo más característico del Generalato de Kolvenbach. 5. Humor. Los rasgos anteriores podrían hacer sospechar que Kolvenbach era una personalidad adusta, de trato difícil. No era así. Su memoria prodigiosa le permitía recordar las personas y aún las conversaciones, lo que facilitaba mucho el trato con él. Pero además jalonaba frecuentemente su conversación de detalles de humor, distensionadores de cualquier rigorismo. Una anécdota, para terminar. En su visita a Úbeda, me tocó hacer su presentación en el salón de actos repleto de público de la SAFA, la Institución jesuítica que estaba visitando. Pensé que hablando de prisa en castellano, le costaría entender lo que estaba diciendo para la gente que asistía al acto. Cuando salimos del salón de actos, ya sin público, me dijo con humor cariñoso: - En su presentación, ha dicho tres cosas que no son verdad: 1) Que yo soy holandés. Es como si yo le dijese a Vd., siendo andaluz, que es castellano: yo no nací en Holanda, sino en una de las otras dos regiones –autonomías, decimos acá- también existentes en los Países Bajos. 2) Que yo soy filólogo: soy sólo lingüista, que es algo distinto. 3) Ha dicho que tengo 73 años, y tengo 74: para calcular su edad en aquel momento yo había visto sólo su año de nacimiento, sin tener en cuenta los meses. Tres toques de humor, que rompían por completo el formalismo. Ha muerto Peter-Hans Kolvenbach, un gran P. General de los jesuitas, una personalidad desde luego no latina, pero un hombre entrañable situado más allá de todos los formalismos.

sábado, 26 de noviembre de 2016

El perdón, ¿también por y para los políticos?

El sustantivo perdón y el verbo perdonar resultan muy difíciles de conjugar. Nombrar esta palabras resulta fácil. Pero poner en practica la acción de perdonar -remitir una falta o delito, define el DRAE- es algo a lo que la naturaleza humana se resiste mucho a poner en práctica. Al clausurar el Año de la Misericordia, el Papa Francisco ha hablado del don y el mandato de Jesús sobre el perdón. Pero el perdón no debería ser una práctica sólo cristiana. Hay muchos campos en la vida en los que el perdón debería tener también aplicación. El terreno tan inhóspito actualmente de la política podría reverdecer y humanizarse si la conjugación del verbo perdonar se introdujese de alguna manera en el hablar y en el vivir ordinarios. Toda la relación humana se bloquea y se endurece si cada una de las partes no está dispuesta a perdonar lo que considera que es una ofensa que se le ha hecho, una falta que ha tenido el otro o, simplemente, algo que una parte no entiende y lo adjudica malévolamente a la otra parte, lo considera culpa del otro. La vida humana está llena de situaciones, en las que o se esfuerzan las partes hacia el perdón o se precipitan irremediablemente hacia el odio cada vez más creciente. En la familia, en el trabajo y en toda la relación entre personas, o se práctica con generosidad el perdón o se camina progresivamente hacia el enfrentamiento y el odio. La vida política española ha estado bloqueada tan largo periodo de tiempo porque las partes no eran capaces de perdonar lo que consideraban que los otros habían hecho mal. En lugar de buscar los caminos de la comprensión y de intentar los acercamientos, se ahondaba cada vez más en el desenmascaramiento de las actitudes consideradas inaceptables en los demás y se practicaba cada vez con más inquina el lanzamiento de proyectiles verbales contra los comportamientos ajenos. Se llegó a un cierto armisticio, se desbloqueó mínimamente la situación para formar un nuevo gobierno, porque todos llegaron a entender que la alternativa del empecinamiento era más nefasta para todos, que las nuevas elecciones enfangaban más a todos. El ver las orejas al lobo hizo posible por miedo lo que por deseos nobles de comprensión no se había podido antes conseguir. Ahora, en la situación nueva que comienza, si no llega a perdonar algo a los demás, el bloqueo perdurará y las situaciones resultarán invivibles. Aun a una persona muerta le han negado algunos el mínimo de comprensión necesaria para no caer en la falta de respeto. Hace falta atrevimiento para poner en juego el concepto de perdón. Se requiere mirarse a los ojos sin odio y ponerse a hablar, desde el perdón iniciar el camino de la mutua comprensión. Francisco ha recordado, en la carta pastoral que cierra el Año de la Misericordia, que el perdón libera. Siendo aún más explícito, ha hablado de la liberación del rencor, la rabia y la venganza; esto es, de las situaciones que se viven cuando los enfrentamientos no se domeñan y el perdón no se conjuga. La política enrarece mucho, provoca agresividades aun en los que no practican la política, en los que sólo son observadores de lo que está pasando en el foro público. Muchas personas reposadas en otros aspectos se encrespan fieramente cuando hablan de política. El tener comprensión y el saber perdonar los comportamientos que cada cual no entiende de los políticos es algo que falta mucho a los ciudadanos en general y, también, a la población católica en particular. Los hombres y las mujeres aparentemente muy pacíficas, incluso las personas que aparecen como muy religiosas, caen en los términos virulentos al hablar de los sectores de la izquierda que consideran más alejados de sus propios posicionamientos. Las personas de izquierda hablan frecuentemente con odio de los de las derechas. Con mucha frecuencia, por ambos lados, da vergüenza oír hablar de los políticos. Para todos es la conveniencia del perdón, pero los creyentes deberían extremar la sensibilidad hacia esta palabra y hacia esta realidad considerando la actitud misericordiosa del Padre, que acoge y perdona aun a los más alejados. La fe madura conduce al perdón. La humanidad sincera, aun sin fe, debería terminar también en el perdón, al menos para poder convivir humanamente, para no vivir como lobos en la selva.

domingo, 20 de noviembre de 2016

Se acabó la reunión oficial jesuita

Los acontecimientos relacionados con los jesuitas suelen tener un carácter algo misterioso. El "jesuitismo" es definido por el Casares como "conducta cautelosa, como la que algunos refieren a los jesuitas". En ocasiones, llega incluso a igualarse lo "jesuítico" con lo "falso" o lo "taimado".
Por esto merece un comentario la reunión oficial de los jesuitas que acaba de concluir en Roma, la que en el argot jesuítico se denomina Congregación General. Señalaré algunos rasgos definitorios de esta bastante atípica reunión:

1. Variedad. La composición de los participantes en esta reunión, ya constituye un primer rasgo diferenciador. De los 210 miembros participantes, alrededor de un centenar son Provinciales", esto es, Superiores de los diversos territorios nombrados a dedo por los órganos de gobierno de la Compañía de Jesús; pero esto quiere decir también que los restantes, algo más de la mitad, habían sido elegidos desde abajo para asistir a esta reunión: por lo que en el argot se denominan las Congregaciones Provinciales, reuniones territoriales cuya composición muy mayoritaria es también la de jesuitas no por razón de su cargo, directamente elegidos para la misma por la totalidad de los jesuitas del territorio. Sin pretensiones de un democratismo que no tiene lugar en las instituciones eclesiales, la representación en la Congregación General se puede decir que es bastante representativa de lo que es en realidad la Compañía de Jesús.
El carácter representativo es aún más claro por la procedencia, en esta ocasión inclinado mayoritariamente hacia los Países del Sur (59%), menos desarrollados que los del Norte. La representación, en su detalle, es muy característica de la universalidad real y creciente de la Compañía de Jesús actual: Asia y Oceanía, 33 %; África, 10%; América Latina, 16%; América del Norte, 15%; Europa, sólo 26%, bastante ya menos que el conjunto asiático y africano.

2. Esfuerzo informativo. Para evitar el carácter misterioso, esta Congregación General ha hecho un esfuerzo destacable por ofrecer información concreta y detallada, por cumplir el consejo periodístico de: "se tu quien cuente tu historia", no quejándose después inútilmente de que otros la cuenten mal. De hecho, se ha introducido en la red un boletín diario con información al minuto de lo más principal y con seleccionados apuntes -como posts de un blog- sobre lo que en cada momento se estaba trabajando. El boletín diario tenía 10.000 usuarios y en la web accedían al mismo 175.000 usuarios. La cifra total de visita a la web, llega a 1,25 millones de persona provenientes de 200 países. El boletín diario cesó el 14 de noviembre, pero todavía se puede acceder a él en cg36.org/es/, con la inclusión el último día de la referencia de una cincuentena de lugares informativos de las diversas actividades de conjunto de la Compañía de Jesús.

3. Consenso abrumador. En contraste con la realidad eclesial y jesuítica de otros momentos no tan lejanos, todos los participantes han destacado el consenso unánime, como característica más fundamental de la Congregación General. Siendo de procedencias geográficas tan diversas, lo posesión del mismo espíritu -el de los Ejercicios Espirituales ignacianos- hacía posible usar el mismo lenguaje (en las cuatro lenguas oficiales usadas)y conseguir llegar a acuerdos comunes. El caso más claro de este sentir unánime, el nombramiento del venezolano Arturo Sosa, como nuevo P. General de los jesuitas de todo el mundo.

4. Originalidad. Para llegar al nombramiento del nuevo General, los jesuitas tienen un procedimiento del todo singular. Durante cuatro días completos, practican lo que en palabra latina se llama murmuratio, un término que en castellano implica casi siempre hablar mal de alguien, pero que en este caso se refiere a hablar bajo, en vez queda y de uno en uno. No se permiten las campañas, el que las personas o los grupos propongan y defiendan a unos candidatos, y los cuatro días se consumen en diálogos interpersonales para requerir impresiones sobre posibles representantes de contextos menos conocidos o sobre personas conocidas que uno quiere valorar más a fondo. En este caso, para el nombramiento de Arturo Sosa, los participantes comentan unánimemente que el procedimiento ha funcionado a la perfección.

5. Papa Francisco. El primer Papa jesuita de toda la historia, ha querido hacerse particularmente presente en esta Congregación General. Como jesuita argentino, había asistido personalmente a dos de las anteriores Congregaciones Generales. Esta vez, no se ha contentado con el tradicional discurso a los Congregados en la sede vaticana, sino que ha querido desplazarse a la casa de los jesuitas, al Borgo Sancto Spirito 4 aledaño inmediato de la plaza de San Pedro, para estar toda una mañana completa con los congregados, participando en la media hora de oración que abría las sesiones diarias, teniendo un detenido discurso, sometiéndose después a un interrogatorio abierto con los presentes y saludando incluso al final a todos los participantes. Lo que más se ha valorado del discurso del Papa, que se ha hecho después público, es que no le ha dicho a los jesuitas lo que tienen que hacer, no ha señalado campos concretos de actuación, sino se ha limitado a decirles sean buenos jesuitas, remitiéndoles a las fuentes originarias del pensamiento ignaciano y de la Compañía de Jesús.

6. Gobierno y Decretos. La Congregación General ha durado casi mes y medio porque, además de elegir al General y a sus colaboradores más importantes, se ha ocupado prolongadamente de elaborar directrices para el gobierno interno de la Compañía de Jesús. Los documentos en los que se vierten estas directrices se suelen llamar Decretos, siendo así que no suelen ser normativos sino iluminadores para los comportamientos que las instituciones y los jesuitas deberán después llevar a la práctica.
Todavía no se han hecho públicos estos Documentos, pero ya se ha indicado que se refieren a lo que en el momento actual es más importante para el desarrollo de la vida y de la misión de los jesuitas.

Sin secretismo, a cara descubierta, los jesuitas han cerrado ya la Congregación General llamada a dar la pauta para lo que la Compañía de Jesús va a ser en un próximo futuro. Los 210 reunidos han marcado un ritmo de esperanza y optimismo, sometidos al dinamismo del Espíritu, frente a todas las visiones catastrofistas sobre el futuro más inmediato. Un paso adelante, para la Compañía de Jesús y para la Iglesia.


domingo, 13 de noviembre de 2016

Cambio de imagen del Papa

         Cada Papa cambia la imagen del anterior y proyecta hacia fuera un nuevo estilo de actuación. La llegada de Francisco nos hace particularmente patente esta verdad elemental.
 
Cada Papa es diferente. Lo mismo que los humanos tenemos todos rostros desiguales, todos los Papas tiene también características diferentes en la forma de ejercer su pontificado.

          Los más antiguos recuerdan todavía la imagen estilizada de Pio XII, con su silla gestatoria, con sus atuendos que recuerdo fundamentalmente rojos, con su enseñanza depurada sobre las más variadas cuestiones, con su obligación de encarar la segunda guerra mundial sin poder enfrentarse directamente con los contendientes, con su figura casi mística que escuchaba por las mañanas el cántico un pajarito sobre sus hombros.

          Juan XXIII rompe todos los moldes. Elegido ya muy mayor como un Papa de transición, desconcierta a toda la Iglesia convocando un Concilio, no para condenar errores, no para escuchar los lamentos de los profetas de calamidades -la expresión suya más característica-, sino para abrir las ventanas de la Iglesia, para trasmitir de nuevo esperanza a un mundo desesperanzado. Una figura paternal constituida como un párroco del mundo.

          Pablo VI ofrece una figura casi del todo diferente. Con su anterior trayectoria de gran pastor de la compleja diócesis de Milán, con él llega al pontificado un exquisito estudioso capaz de elaborar un magisterio muy rico y diversificado. En la España de entonces, fue mal recibido por algunos por haber solicitado de Franco la revocación de unas penas de muerte.  Como Papa, le tocó clausurar y desarrollar el Concilio Vaticano II, y lo hizo con la intensidad y las angustias propias de un intelectual, cerrando algunas de las ventanas excesivamente abiertas, con miedo -oí decir una vez en Roma- que se cayese y se rompiese la hermosa maceta de la Iglesia que habían depositado en sus manos.

          Tras el paso efímero de Juan Pablo I -mancillado por los comentarios alevosos sobre su envenenamiento-, llega el vendaval arrollador de Juan Pablo II, el Papa polaco que desconcertó al mundo, con su magnetismo sobre las masas, con sus incansable viajes, con su evidente riqueza personal que intentó proyectar siempre en bien de la Iglesia. Un pontificado largo, muy admirado por amplios sectores de la Iglesia

         Benedicto XVI, el intelectual prestigioso que siempre enriqueció a la Iglesia con sus muy valoradas enseñanzas,  cierra un ciclo de Papas muy diferentes, pero que tienen todos en común una concreta concepción de su elevada misión como Pontífices, obligados a mantenerse distantes, tanto en su vida personal como en sus cuidadas relaciones con los cada vez más influyentes medios de comunicación social.

         Francisco ha aumentado las diferencias con todos los anteriores, ya desde el primer día con los gestos intencionados del acto de su nombramiento: nombre atípico -añadiendo más tarde el ruego de que no se usase la denominación que le correspondería de primero-, solicitar a todos que pidieran por él ante de su primera bendición, exclusión de algunos atuendos tradicionales en los Papas,... Después, decidió abandonar el aislamiento de la anterior residencia papal para vivir en San Dámaso en la compañía de otros curiales y huéspedes. En general, ha comenzado un estilo de vida y de actuación que sorprenden cada día a los experimentados vaticanistas conocedores de la trayectoria de los anteriores Papas y a todo el público seguidor de sus crónicas en los periódicos del mundo. Ha diversificado mucho el tipo de las audiencias -una a pobres, recientemente- y ha cambiado el destino de sus viajes, el último a conmemorar un aniversario de Lutero. La revista española Ecclesia, que publica todas sus intervenciones, inserta ahora más actuaciones coloquiales que escritos eruditos. Creo que se puede afirmar que Francisco tiene desconcertados a los acostumbrados al estilo anterior de los Pontífices, por su improvisación constante de gestos de ruptura con el envaramiento papal anterior y de acercamiento al lenguaje y a las formas de vida de la gente normal y corriente.

          Las reacciones que todo esto provoca son muy diferentes. No cabe duda de que los que antes criticaban constantemente a la Iglesia por el estilo del Vaticano, alaban ahora con mucha frecuencia las actuaciones de Francisco. El Papa concede ahora ocasionales entrevistas directas a los medios de comunicación, sin temor al desvanecimiento de su aura papal, y se deja incluso tocar y aun besar por el público en sus comparecencias públicas. Se extiende la sospecha de que algunos se encuentran ahora contrariados por el qué y por el cómo de la actuación papal, aunque sea mucho más frecuente el silencio respetuoso que las extemporáneas críticas que también ocasionalmente se han producido. No es infrecuente que los antes críticos de las actuaciones eclesiales se hayan vuelto ahora fervientes admiradores de Francisco.

          Sorpresas, admiración, fervientes alabanzas, críticas ocasionales, silencios respetuosos. El cambio de imagen de los Papas, siempre se ha producido. Pero con Francisco este cambio es aún más clamoroso. Las reacciones ante este cambio, también.

domingo, 6 de noviembre de 2016

¿Qué es la democracia?

         


         
         Me sorprendió y me han hecho pensar unas declaraciones que leí hace pocos días de la alcaldesa de Madrid, Manuela Carmena, en las que afirmaba que la democracia representativa está ya pasando, que había que buscar nuevos modelos. Carmena es ex magistrada y buena jurista, y no es de pensar que hable a la ligera. Acaba de tener la conferencia inaugural de una serie dedicada a la vida municipal en Entreparéntesis, un centro de opinión de los jesuitas de Madrid, aunque en otros ambientes sea menos apreciada por sus actuales vinculaciones políticas.

          ¿Qué es la democracia? Por lo pronto, el hecho de que con frecuencia le pongamos una adjetivo manifiesta a las claras que el término democracia no es unívoco, que requiere ulteriores determinaciones, que bajo el mismo nombre se cobijan realidades bien diferentes.

          Estos días pasados me sorprendió que los que quisieron rodear el Congreso por la investidura de Rajoy lo hicieran en nombre de la democracia. Por lo visto, consideraban ellos que, actuando fuera del Congreso y en contra de las decisiones legalmente adoptadas por los representantes del pueblo (¡ha costado muchos meses llegar a adoptar mayoritariamente esta decisión!), eran más demócratas que los demócratamente elegidos para tomar esta decisión.

          Son dos concepciones diferentes de la democracia, una representativa y otra populista: una reconociendo que no todos deben adoptar las decisiones sobre todas las cuestiones técnicas y difíciles y eligiendo por tanto para ello a los que ocupen los puestos representativos de todos en el Congreso, y otros afirmando quiméricamente que todos deben participar en todo y protestando violentamente por lo que (¡el reducido grupo de los que se manifiestan!) consideran  como ilegítimo. Dos concepciones prácticamente irreconciliables, dentro y fuera del sistema.

          Hasta ahora le había concedido el mérito a Podemos de haber metido dentro del sistema a los descontentos antisistema que se manifestaban sine die en la Plaza del Sol de Madrid y en otros muchos lugares de España. Pero ahora Podemos e Izquierda Unida han vuelto a las andadas y pretenden trabajar tanto desde dentro como desde fuera del Congreso, defendiendo al sistema y luchando al mismo tiempo contra el sistema. Vargas Llosa ha dedicado el último de sus lúcidos artículos en El País a lo que, usándola terminología de un periodista alemán denominaba democracia rabiosa, los que luchan desde la rabia para ensanchar los para ellos reducidos márgenes del sistema.

          Los que recordamos la democracia orgánica franquista soñábamos con la nueva era de una única democracia, sin más apelativos y unánimente aceptada por todos. Pero el tiempo ha vuelto a ensuciar los cristales y no todo se ve ya traslúcidamente a su través. Hay quienes se plantean una democracia diferente, en términos todavía peligrosísimamente indefinidos.

         ¿Aporta algo el Evangelio y la fe cristiana a toda esta polémica? En el tema técnicamente político, el Evangelio siempre queda abierto. Pero hay una serie de valores -el respeto a las opiniones ajenas, el no juzgar de los comportamientos de los demás, el buscar lo que más contribuya a la paz y a la justicia, el hacer idealmente posible el amor, etc.-, por los que siempre el Evangelio nos impulsa a luchar. De la actual imprecisión sobre la democracia, el creyente no se puede sentir desentendido. Hay que luchar por que la democracia más plena se abra camino.


martes, 25 de octubre de 2016

¿Se acaba la misericordia?

        

          Después de una anunciada pero muy prolongada ausencia estival, reinicio el contemplar las cosas tras mi vidriera, el mirar y reflexionar serenamente sobre lo que la vida nos va deparando. Ya bien iniciado el curso, comienza un nuevo periodo. Hoy considero el ya inminente final del Año de la Misericordia. ¿Se acaba la misericordia al finalizar su Año?
 
             El que algo sea objeto especial de un Día o de un Año tiene el fácil peligro de que se produzca un apagón sobre el tema cuando el periodo luminoso se extingue. Se deja de mirar lo que antes ha estado tan iluminado.

          La misericordia no es algo fácil de vivir o de experimentar. Cuando alguien se siente muy seguro, no tiene necesidad de recurrir a la misericordia, no precisa de la compasión de otros. El que se siente bien, el que se cree bueno, el que no se culpabiliza de nada, no siente la necesidad ser perdonado, de ser compadecido, de que los demás se porten benévolamente con él. La necesidad de la misericordia aparece, así, como un sentimiento propio de los débiles, de los carentes de seguridad en sí mismos. El fariseo de la escena evangélica no necesita de la misericordia de nadie.

          El sentimiento de alteridad es, con todo, algo que el creyente debes siempre experimentar.
El hombre no está solo, no es del todo autosuficiente, no es el rey omnímodo de la creación, necesita contar con Otro que estuvo en el origen de su aparición el mundo. El no sentir nunca la necesidad de ayuda puede derivar fácilmente en actitudes demenciales, en paroxismos antihumanos.

          Por esto no es menos plena la actitud del publicano. No es fruto de la debilidad sino del realismo el caer en la cuenta de las propias carencias, sin caer en las posturas engañosas de presumir de lo que no se tiene. La humildad es amable que la prepotencia. El que desprecia al otro porque no necesita para nada de él es en el fondo más odiable que el que reconoce la alteridad como parte constitutiva de su propia personalidad.

         Esta sencilla disquisición, al hilo de la parábola evangélica del fariseo y el publicano, permite encarar mejor el tema de la misericordia. No es un plus innecesario, no es un tributo de los débiles, el sentir la necesidad de la misericordia es algo que dignifica al hombre, que lo hace situarse dentro de sus límites, que le convierte en más amable para todo el que se roza con él. La autosuficiencia absoluta conduce a la paranoia.

           Si todo esto es verdad en la pura relación de unas personas con otras, en la estricta dimensión humana de la existencia del hombre, mucho más aparece como imprescindible para el creyente en la relación trascendente con Dios. Siempre Dios nos supera y nos desborda, resulta muy difícil pensar en el eternamente Otro que está del todo más allá de nuestra capacidad de comprensión. Pero precisamente por esto, el hombre necesita de Aquel que completa sus limitaciones y se apiada de sus debilidades. La misericordia de Dio es necesaria para el hombre creyente.

         El Papa Francisco nos ha recordado que la misericordia no es una teoría, no es un concepto, sino una realidad en Jesucristo, el rostro de la misericordia. Es algo mucho más sencillo que todo lo expuesto en esta breve exposición. Para el creyente, la misericordia es la ternura de Dios manifestada en Jesucristo. Algo que no se acaba cuando finaliza el Año de la Misericordia, sino que comienza a vivirse más plenamente con el recordatorio de las ideas y los sentimientos que este Año nos ha facilitado.



        

         

        
 

sábado, 16 de julio de 2016

Hasta luego

        
          El verano es tiempo que suele interrumpir las actividades ordinarias. Una veces por el inicio del descanso  y otras por las nuevas obligaciones asumidas, el tiempo veraniego provoca muchas veces una alteración de lo que antes se venía haciendo. Este es también mi caso, y por eso la anuncio con esta breve nota

          Da igual que sea el descanso o la mayor ocupación, el caso es que aparco temporalmente la reflexión pública sobre la realidad, suspendo por un tiempo la mirada crítica "tras mi vidriera", cuando tanto la vida política como la via eclesial se encuentran en momentos álgidos. Un somero detalle.

          Nunca en los tiempos recientes, ha estado España tanto tiempo sin gobierno. He reflexionado aquí varias veces sobre la imperiosa necesidad de diálogo existente en el panorama español actual. El que se hayan agotado los plazos para la formación de gobernó en dos ocasiones y el que en esta tercera ocasión no esté aún despejado el horizonte para lograrlo, demuestra a la claras que la capacidad de diálogo entre los dirigentes políticos españoles es casi nula. Se ha repetido mucho que la ruptura del bipartidismo aumentaría el nivel democrático, obligaría a ponerse de acuerdo los unos con los otros. Sea real o sólo deseada la ruptura de los dos frentes obtenida, lo que sí se ha producido es el achicamiento de las voces intervinientes -por la aparición de nuevas voces-, pero el enfrentamientos entre dos polos no ha disminuido sino que se ha acrecentado. Sin mayorías absolutas, sin obtener la posibilidad de actuar sin tener que escuchar al otro, no está siendo posible la puesta en marcha de un nuevo gobierno. Las incomprensiones y los enfrentamientos personales imposibilitan la negociación entre los partidos. La situación es triste, pero muy interesante. Dejo de mirarla en el momento menos oportuno.

          Un gran amigo ha dicho por ahí, en algún blog, que en el momento actual hay gente que se parapeta tras Francisco, que escuda sus propias opiniones ocultándolas detrás de las del Papa, que su apoyo real al Papa no es ni tan coherente ni tan absoluto como aparentan decir. Con gran intuición, finaliza Darío Moyá su reflexión "Esconderse" detrás del papa Francisco, con esta conclusión:  Por todo ello, tras un primer momento de alegría y consolación por las palabras y los gestos del Papa Francisco, uno siente siempre la necesidad de no sacar pecho como Iglesia demasiado fácilmente, de seguir siendo muy humildes y de seguir pidiendo al Padre que el Espíritu de Jesús remueva y renueve nuestros corazones".

          Esta oportuna advertencia pone en guardia para no vanagloriarse con plumas ajenas y para no disimular las propias disconformidades. Con gran humildad y con obligada coherencia se han de asumir las valientes opiniones y las evangélicas actitudes de Papa, no prolongando más allá de lo debido las propias opiniones encomiásticas. Francisco prosigue sus continúas llamadas de atención sobre las situaciones actuales, sin dar tiempo casi a seguirlo con la atención que merece su voz siempre inquietante. En pocos días, las opiniones y los gestos que tenga ante los jóvenes en Polonia resultarán seguramente tan llamativas como ya lo fueron en Brasil. No es por ello éste tampoco el mejor momento para dejar de hacerse eco de lo que pueda ir ocurriendo en la Iglesia. 

          El mundo sigue girando desorbitadamente. Ayer, Niza. Hoy, Turquía. La actualidad no para. Avergüenza un poco tener que decir en este momento Hasta luego.

domingo, 12 de junio de 2016

¿VOTAR AL MENOS MALO?


         
          De cometer “una barrabasada” me tachó un bajopseudónimo comunicante, en el pasado mes de mayo, por afirmar que la valoración hecha sobre el aborto no es el único criterio que hay que tener en cuenta a la hora de elegir partido al que votar: ¿Entonces, según usted, el hecho de llevar en un programa de un partido político cualquiera la liberación total del aborto no es absolutamente excluyente para un voto católico? Me resulta oportuno afirmar que eso es una barrabasada, amigo. Las opiniones se encienden, cuando se cruzan los afectos.

         Me sorprende ahora gratamente comprobar que los enfrentamientos y las incomprensiones actuales entre partidos y entre votantes -muy grandes, por cierto- resultan mucho menos virulentas que las que, en un pasado no muy lejano, enfrentaron a los católicos cuando surgió la teoría del mal menor. Me impresiona mucho lo que puede enseñar la historia, a este respecto **. Importa decir una palabra sobre aquellos enfrentamientos, por la luz que todavía arrojan sobre la situación electoral actual.

          Hay una afirmación reciente de la Iglesia, que hace poco más de un siglo no estaba nada clara. Es la frase: "La Iglesia no está ligada a sistema político alguno”, que el Concilio Vaticano II formulo en la Gaudium et spes (GS 76) y que los jerarcas suelen repetir en los tiempos de elecciones.  

          En la segunda mitad del siglo XIX, los integristas decían defender la opinión íntegra de la Iglesia. Los católicos por aquel entonces ya comenzaban a sentirse obligados a votar: la revista jesuita El Mensajero -ante unas elecciones de aquella época- exhortaba a participar porque el mundo, por desgracia en adelante, se ha de gobernar por medio de elecciones generales. Antes de sus posteriores y sucesivas desmembraciones, los católicos no tenían ninguna duda que tenían que votar al partido integrista, el que seguían todos los que defendían entonces a la Iglesia. Pronto llegaron las escisiones. Primero se separaron los carlistas, que cayeron en la cuenta de que su propuesta dinástica no podría prosperar y comenzaron a acercarse a los que defendían a los Borbones: los que todavía se mantenían como integristas los denigraron entonces como mestizos, por mezclarse con el enemigo y abandonar a los leales a la Iglesia. Después, en épocas de la plena Restauración borbónica, grupos crecientes comenzaron a no satanizar la palabra liberal. (En el momento actual, cuando la teoría liberal es defendida por la más rancia derecha, sorprende mucho conocer que, en los finales del XIX, los liberales eran los más avanzados, los que incluso unos años antes habían sido condenados por un documento oficial de la Iglesia). Además estaban los republicanos, mucho más distantes de las posturas eclesiales, entre los que proliferó mucho el comportamiento rabiosamente anticlerical.

Este intrincado conjunto es el que da pie al principio del mal menor. En unas elecciones de 1905, los jesuitas de Tortosa deciden ir a votar y hacerlo  -¡la gran novedad!-  no por un candidato integrista sino por uno que presentaban los liberales. Un comentario de entonces explica el por qué: “A veces será bueno votar a uno que algo tiene de bueno para evitar a otro que tiene mucho de malo, eligiendo lo que se nos presenta como menos malo en este caso; con esos votos no se busca la cooperación formal y positiva a un mal, sino evitar un daño mayor. Otro comentario de la época extiende el hecho y lo comenta más rotundamente: Por primera vez se ha visto en España que en Tortosa, Valencia y Barcelona, Obispos celosísimos e integérrimos y religiosos sapientísimos han ido a votar a un liberal no por su bella cara, sino a pesar de ella y de su liberalismo y para impedir que saliera triunfante uno de esos energúmenos clerófogos que aquí se llaman republicanos. Cunda el ejemplo”. Con leguaje menos desenfadado y más ponderado, dos sesudos artículos de la ya existente revista jesuita Razón y Fe explicaron y defendieron también la doctrina del mal menor, artículos sobre los que el entonces P. General de los jesuitas, el español Luis Martín, consiguió incluso una carta de apoyo del propio Papa Pío X –Inter católicos Hispaniae- declarando que: 1) en estos artículos no había nada reprobable; y 2) que no había por tanto motivo para seguir las disensiones sobre el tema.

          La madeja del cruce entre el siglo XIX y el XX resulta apasionante. El detalle es muy minucioso, plagado de fechas, de nombres, de circunstancias mínimamente diferentes. Sobresalen los líderes Ramón Nocedal, el gran patriarca del integrismo, que con su periódico El Siglo Futuro llegó a tener una influencia hoy del todo inconcebible, y, por el otro lado, Antonio Maura, el que fue atrayendo poco a poco los votos antes integristas hacia las parcelas del liberalismo conservador.  



¿Enseña algo todo esto? Creo que mucho. No sólo de la vida, la historia es también maestra de los votos. El voto ya se ha secularizado: no hay conexión obligada entre una opción y el voto de un católico, pues la Iglesia no está ligada a sistema político alguno. Es cierto que hay que votar con responsabilidad, intentando escoger al que más ayuda – o menos desayuda- al bien de los ciudadanos, especialmente de los más desprotegidos. También hoy surgen los escándalos –la inculpación de barrabasada sufrida por mi hace pocos días- cuando alguien preconiza el voto para el que otros tienen como absolutamente invotable, no merecedor de votos. Muchos necesitan tranquilizarse estos días porque puede ganar el que ellos consideran malo. El respeto a todos, y el diálogo con todos, debería ser la norma de conducta imperante. El principio del mal menor sigue siendo de utilidad.

** Tomo las citas literales y me baso en Manuel Revuelta, en su obra fundamental La Compañía de Jesús en la España contemporánea. Tomo II: Expansión en tiempos recios (1884-1906), Sal Terrae y otros, 1991, 1.365 páginas.