domingo, 13 de noviembre de 2016

Cambio de imagen del Papa

         Cada Papa cambia la imagen del anterior y proyecta hacia fuera un nuevo estilo de actuación. La llegada de Francisco nos hace particularmente patente esta verdad elemental.
 
Cada Papa es diferente. Lo mismo que los humanos tenemos todos rostros desiguales, todos los Papas tiene también características diferentes en la forma de ejercer su pontificado.

          Los más antiguos recuerdan todavía la imagen estilizada de Pio XII, con su silla gestatoria, con sus atuendos que recuerdo fundamentalmente rojos, con su enseñanza depurada sobre las más variadas cuestiones, con su obligación de encarar la segunda guerra mundial sin poder enfrentarse directamente con los contendientes, con su figura casi mística que escuchaba por las mañanas el cántico un pajarito sobre sus hombros.

          Juan XXIII rompe todos los moldes. Elegido ya muy mayor como un Papa de transición, desconcierta a toda la Iglesia convocando un Concilio, no para condenar errores, no para escuchar los lamentos de los profetas de calamidades -la expresión suya más característica-, sino para abrir las ventanas de la Iglesia, para trasmitir de nuevo esperanza a un mundo desesperanzado. Una figura paternal constituida como un párroco del mundo.

          Pablo VI ofrece una figura casi del todo diferente. Con su anterior trayectoria de gran pastor de la compleja diócesis de Milán, con él llega al pontificado un exquisito estudioso capaz de elaborar un magisterio muy rico y diversificado. En la España de entonces, fue mal recibido por algunos por haber solicitado de Franco la revocación de unas penas de muerte.  Como Papa, le tocó clausurar y desarrollar el Concilio Vaticano II, y lo hizo con la intensidad y las angustias propias de un intelectual, cerrando algunas de las ventanas excesivamente abiertas, con miedo -oí decir una vez en Roma- que se cayese y se rompiese la hermosa maceta de la Iglesia que habían depositado en sus manos.

          Tras el paso efímero de Juan Pablo I -mancillado por los comentarios alevosos sobre su envenenamiento-, llega el vendaval arrollador de Juan Pablo II, el Papa polaco que desconcertó al mundo, con su magnetismo sobre las masas, con sus incansable viajes, con su evidente riqueza personal que intentó proyectar siempre en bien de la Iglesia. Un pontificado largo, muy admirado por amplios sectores de la Iglesia

         Benedicto XVI, el intelectual prestigioso que siempre enriqueció a la Iglesia con sus muy valoradas enseñanzas,  cierra un ciclo de Papas muy diferentes, pero que tienen todos en común una concreta concepción de su elevada misión como Pontífices, obligados a mantenerse distantes, tanto en su vida personal como en sus cuidadas relaciones con los cada vez más influyentes medios de comunicación social.

         Francisco ha aumentado las diferencias con todos los anteriores, ya desde el primer día con los gestos intencionados del acto de su nombramiento: nombre atípico -añadiendo más tarde el ruego de que no se usase la denominación que le correspondería de primero-, solicitar a todos que pidieran por él ante de su primera bendición, exclusión de algunos atuendos tradicionales en los Papas,... Después, decidió abandonar el aislamiento de la anterior residencia papal para vivir en San Dámaso en la compañía de otros curiales y huéspedes. En general, ha comenzado un estilo de vida y de actuación que sorprenden cada día a los experimentados vaticanistas conocedores de la trayectoria de los anteriores Papas y a todo el público seguidor de sus crónicas en los periódicos del mundo. Ha diversificado mucho el tipo de las audiencias -una a pobres, recientemente- y ha cambiado el destino de sus viajes, el último a conmemorar un aniversario de Lutero. La revista española Ecclesia, que publica todas sus intervenciones, inserta ahora más actuaciones coloquiales que escritos eruditos. Creo que se puede afirmar que Francisco tiene desconcertados a los acostumbrados al estilo anterior de los Pontífices, por su improvisación constante de gestos de ruptura con el envaramiento papal anterior y de acercamiento al lenguaje y a las formas de vida de la gente normal y corriente.

          Las reacciones que todo esto provoca son muy diferentes. No cabe duda de que los que antes criticaban constantemente a la Iglesia por el estilo del Vaticano, alaban ahora con mucha frecuencia las actuaciones de Francisco. El Papa concede ahora ocasionales entrevistas directas a los medios de comunicación, sin temor al desvanecimiento de su aura papal, y se deja incluso tocar y aun besar por el público en sus comparecencias públicas. Se extiende la sospecha de que algunos se encuentran ahora contrariados por el qué y por el cómo de la actuación papal, aunque sea mucho más frecuente el silencio respetuoso que las extemporáneas críticas que también ocasionalmente se han producido. No es infrecuente que los antes críticos de las actuaciones eclesiales se hayan vuelto ahora fervientes admiradores de Francisco.

          Sorpresas, admiración, fervientes alabanzas, críticas ocasionales, silencios respetuosos. El cambio de imagen de los Papas, siempre se ha producido. Pero con Francisco este cambio es aún más clamoroso. Las reacciones ante este cambio, también.

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