domingo, 31 de enero de 2016

Momento político: Necesaria Capacidad para la Flexibilidad

       
          La lectura lanza a veces una luz inesperada sobre las cuestiones más inmediatas. Aunque parezcan alejados de la realidad más cercana, en ocasiones, los libros pueden aportar claves para la clarificación de lo que, por cercano e inmediato, resulta muy difícil de interpretar y de valorar. Así me ha pasado ahora, con la situación política del momento español, bloqueada y sin aparentes caminos para una solución tranquilizadora.

          Hermanas mellizas, dice que son la Unidad y la Paz el jesuita muy conocido en el mundo sajón, Gerard H. Hughes, en un reciente libro titulado Grito de Admiración. Y los hermanos salen trillizos, si a la Unidad y la Paz se añade la Verdad. Tres caminos de acercamiento a las realidades complejas, que, si no se conjuntan, pueden resultar fuerzas dispares y divergentes.

          Para conseguir la armonía y la conjunción entres estos tres miradas a la realidad, este experimentado autor inglés -Grito de Admiración es una especie de ambicioso libro de memorias, a los 82 años- explica que contribuye poderosamente el reciente descubrimiento de la inteligencia espiritual. El nivel personal que cada cual tenga en el coeficiente espiritual es aún más importante que el coeficiente intelectual o incluso que el coeficiente emocional, para abrir caminos hacia la Unidad y la Paz, sin desatender la Verdad.

          Para exponer su pensamiento, cita Hughes un libro inglés de hace pocos años de Danah Zohar y Iam Marshal, titulado Inteligencia espiritual, la última inteligencia (Editorial Bloomsbury, 2000). En este libro se coloca la capacidad para ser flexible, como el rasgo más característicos de la llamada inteligencia espiritual, y esta flexibilidad se describe como no vivir de acuerdo a un manual de instrucciones, como si se fuese una máquina lavaplatos. Para conseguir este nivel de flexibilidad, dicen estos autores que ayudan también la capacidad para afrontar y hacer un uso creativo de la contrariedad, y, como valores concomitantes y muy cercanos, la capacidad para enfrentar y superar el sufrimiento y la habilidad para ser inspirado por la visión y los valores. 

          Evidentemente, en el actual momento político español, no se está usando mucho la inteligencia espiritual. La valoración de Felipe González -en su entrevista de cuatro páginas, en EL PAÍS- resulta dolorosamente certera: tanto el PP como el PSOE han perdido las últimas elecciones, y ni Rajoy ni Sánchez han asumido estas derrotas y ambos están planteando sus actuaciones para llegar a formar gobierno como si las hubiesen ganado.

          Un ejercicio mínimo de la capacidad para la flexibilidad conduciría a un cambio de chip, que en este caso no se ha producido de ninguna manera. Actuar con flexibilidad ante los resultados obtenidos equivaldría a no pretender formar gobierno sin contar con el otro y a cambiar todo lo que resulte necesario -incluso las personas- para conseguir una mejor fórmula de gobierno. Pero se está actuando con el uso sólo del coeficiente intelectual, de las formas previamente programadas en el manual de instrucciones de cada Partido; no haciendo uso de la inteligencia espiritual, sin capacidad de reacción ante la contrariedad y el sufrimiento de no haber visto convertidos en votos y escaños la proyección de los propios deseos.

          Me voy a permitir una cita un poco larga del libro de Hughes que estoy comentando, porque traza una descripción luminosa de lo que aquí no ha pasado: El Coeficiente Espiritual ayuda a centrar la atención en nuestro básico deseo de unidad, un deseo que puede simultáneamente producirnos tormento y agrado, conduciéndonos a través de la oscuridad hasta una nueva forma de mirar la realidad en la que estamos sumergidos. Esta nueva forma de contemplar la realidad no nos sitúa como pequeñas unidades individuales, que luchan por su supervivencia en un mundo hostil, sino como participantes en una danza de la creación, en la que cada cual está indisolublemente unido al otro y en la que cada cual tiene un un único papel que representar, de forma que el otro está en mi y yo soy el otro.

          La utopía queda muy bellamente descrita. Pero, en nuestro momento político actual y sea cual sea el futuro incierto que aún queda por delante, no se ha sabido trascender la contrariedad, ha seguido cada cual persiguiendo sólo sus propios intereses con los mismos manuales que hasta ahora se venían utilizando y, por ello, ni se ha arrancado de la Verdad, ni se ha buscado la Unidad, ni se ha conseguido la Paz. Ni gemelos, ni trillizos, sólo hermanos separados y muy enfrentados.




domingo, 24 de enero de 2016

Odio, violencia y agresividad en política. Ahora, ¿más o menos?

                         
         
           Del concejal que -en un pleno del Ayuntamiento de Barcelona- injurió y de alguna manera amenazó la vida del Rey, he oído que tiene un tatuaje en el brazo con la palabra ODIO. Es un síntoma de hasta dónde se puede llegar en política, hasta odiar a las personas y desearles la muerte.

           En plena efervescencia política, es momento para analizar la presencia del odio y de la violencia en nuestra vida política actual. En concreto, resulta procedente interrogarse si hay en estos momentos más o menos agresividad y violencia que en pasadas elecciones recientes.

          Hay mentalidades, y configuradores de la opinión pública, que siguen remitiendo a las situaciones más cruentas del enfrentamiento político. Sorprende que todavía haya quienes califican las situaciones y los comportamientos actuales de franquistas y, por el otro lado, quienes temen que la situación actual va a derivar en enfrentamientos armados, distorsiones a la propiedad y quema de iglesias. Admira que todavía se aluda como inmediato e inminente a lo que ocurrió hace más de cuarenta y de ochenta años, a la Guerra Civil y a Franco, sin tener en cuenta los cambios sociales y económicos que diferencian aquellas situaciones de las actuales.

          Tengo la impresión que en el momento actual las alusiones catastrofistas a estos dos antecedentes, por uno y otro lado, han sido menos frecuentes, menos virulentas. Agrada positivamente que la Cadena informativa de la Iglesia, la COPE, o el siempre tradicional ABC, no recurran tanto en el momento actual a estas comparaciones odiosas, como se hacía cuando informaba desde la COPE el tremebundo periodista Federico Jiménez Losantos (por algún montaje llegado por la red, parece que éste continúa usando este lenguaje en su cadena actual, Es-Radio). Tampoco parece tan insistente y recurrente la asimilación con Franco de todo el mundo del PP y hasta de Ciudadanos, aunque alguna alusión directa a todo esto sí se ha podido escuchar del representante oficial de PODEMOS.

          El tono general actual parece más distendido: la campaña electoral ha resultado en general más tranquila e incluso en la situación política extrema de Cataluña la vida social parecía seguir su curso normal. Pero la situación no ha cambiado del todo. Las injurias personales a las que llegaron Pedro Sánchez y Mariano Rajoy, en el único enfrentamiento televisivo que mantuvieron en la campaña para la elecciones, sobrepasaron el nivel de la correcta educación y llegaron a calificar al contrincante como malo. Además la negativa empecinada al diálogo, y el tratar al PP como apestado con el que se tiene decidido de antemano no mezclarse en ningún caso, son comportamientos del PSOE, de PODEMOS y de los independentistas, difícilmente justificables, hasta el punto que el único acuerdo del sector radical sólo parece el echar de la Moncloa al residente actual.

          Aquí debería situarse el fiel de la balanza. Las ideas y hasta los comportamientos, resulta obvio que se pueden criticar -incluso con virulencia- desde el opuesto frente político. Pero la descalificación personal sería la linea roja -el término ahora más usado- que nunca se debería sobrepasar. La esencia de la democracia se pone siempre en el respeto al contrario, en no verlo como enemigo malo sino sólo como contrincante político: no estoy de acuerdo con Vd. pero estoy empeñado en que Vd lo pueda seguir diciendo, era según Churchil una de las definiciones de la democracia.

           El pensamiento cristiano es muy claro a este respecto. La oposición al contrario resulta legítima, Jesús descalificó rotundamente a los judíos más radicales (sepulcros blanqueados, los que dicen y no hacen, dijo literalmente de los escribas y los fariseos ) y echó con furia del templo a los que lo usaban en provecho propio, para comprar y vender. Pero siempre hay que salvar el no juzguéis y no seréis juzgados. A la adúltera, que era sin duda adúltera, Jesús no le tiró piedras, a pesar de que la ley judía se lo permitía y hasta se lo mandaba. Ni de Judas se puede decir que es radicalmente malo, que se ha condenado. La condenación de los comportamientos no autoriza para la descalificación de las personas. Éste es uno de los rasgos más hermosos -y más difíciles- del cristianismo, que muchas de las actuales diatribas contra los políticos, de uno  otro bando, no deberían olvidar, tendrían que aspirar a convertir en reales y no meramente como imposibles utopías.        


domingo, 17 de enero de 2016

Laicismo y Navidad, ¿compatibles?

          



          Ya pasó la Navidad, pero este año la Navidad nos ha dejado una reflexión pendiente. La proliferación que ha habido de Navidades laicas recomienda una mirada tranquila a lo que ha pasado y una consideración reflexiva sobre la movida a la que hemos asistido.

          Las mentes se han dividido frente a lo que ha sucedido. La sosegada página web de Pastoral SJ constataba propuestas como las "Reinas Magas", los villancicos laicos, el Baltasar blanco o negro y las cabalgatas sin camellos. Pero ha habido voces mucho más airadas. Ha corrido estos días por la red el vídeo de un soez y malcriado energúmeno que criticaba la gran mierda de Madrid, pasando por el despropósito de Valencia, el desastre de Córdoba, la cabalgata laica de Jerez, la concejala de Podemos abucheada en El Puerto de Santa María por politizar el final de la misma... y el carajazo de Melchor: sobre cada uno de estos capítulos se extendía el orador en el vídeo con maleducados improperios. Como acotaba una página de debate en El País -en el suplemento Ideas del 10 de enero, firmada por Rubén Amón- los que han adoptado la actitud confesional frente a todo esto temen que Podemos nos quite la Navidad, aunque este mismo comentario reconoce que los escarnios de estos han estado favorecidos por las posiciones estrafalarias de los ediles que han pretendido sustituir justicieramente una iconografía por otra, bien persiguiendo los belenes -como el alcalde de Valencia, en plan Herodes- o bien transformando las cabalgatas en ejercicios agotadores de pedagogía social. El acuerdo en la condena de lo que se ha hecho en las cabalgatas de Reyes ha sido bastante generalizado.

          Es cierto que, en el rifi-rafe que se ha montado sobre todo esto, algunos de los ataques más furibundos a lo que ha acontecido parecían provenir más del afán por atacar a Podemos que del deseo de defender el sentido cristiano de la Navidad. Pero también resulta del todo evidente que se ha proyectado contra la Navidad el laicismo más rancio y más radical, pretendiendo erradicar todos los signos cristianos. Como el mismo El País reconocía ha habido una asombrosa confusión de símbolos e intenciones, con la consecuencia de que una cierta progresía reniega de todo esto porque vislumbra detrás del portal, no la revolución tolerante de Cristo..., sino las zarpas de la Iglesia inquisitorial, la doctrina de los obispos retrógrados, cuando no los últimos estertores franquistas. Este laicismo pasional, encarnizado contra todo lo que provenga de la Iglesia y del catolicismo, no conduce a ningún buen puerto y, en algunas de las manifestaciones de la pasada Navidad, parece incluso haber caído claramente en el ridículo.    

          Como contraposición, también ha corrido por la red en los días pasados, la felicitación de Navidad del Primer Ministro del Reino Unido, Cameron, en la que hacía una convencida y descarada defensa de los valores cristianos de la Navidad, con una contundencia totalmente impensable en los gobernantes españoles, incluso en los del PP. La valoración positiva del innegable acerbo cultural cristiano y la actitud respetuosa ante las ideas y comportamientos de los creyentes -en privado y también en público-  puede ser practicada incluso por los no creyentes y debe desde luego ser defendida por los que se sitúan dentro de la Iglesia de Cristo.

          El pequeño y triste espectáculo al que henos asistido en la Navidad española de este año pone bien de manifiesto cuáles son los límites de un posible laicismo, cómo tiene que ser la postura de los creyentes y cuál debe ser también la actitud de los que se consideran indiferentes y hasta ateos en una convivencia pacífica y constructora de una adecuada armonía social.
               

domingo, 10 de enero de 2016

Insomnio sobre el apabullante universo

         
En otras ocasiones me habían también llamado mucho la atención, pero ahora la impresión ha sido mucho más fuerte. Las informaciones sobre el universo -había conocido entrevistas sobre el observatorio de La Palma y había tenido contacto personal con un astrónomo del observatorio Vaticano-  producen un desconcierto realmente apabullante, sobrecogedor.
       
          En un programa nocturno de RNE, he escuchado una entrevista sobre un observatorio existente en el altiplano de Chile, creo recordar que a 5.000 metros de altura, llamado ALMA. En él existe un gigantesco telescopio, capaz para hacer llegar informaciones desde distancias inconmensurables. Dos datos aportados por el que informaba -un astrónomo español y joven, cuyo nombre no he retenido- me han dejado anonadado.

          El primer dato es que una información sobre una galaxia existente en el inmenso espacio del universo, diferente y muy lejana a la nuestra solar, había sido percibida por el telescopio de ALMA a los cuatrocientos cincuenta años de haber sido emitida. Dentro de lo que con mucho esfuerzo concebimos como espacio, existe algo que emitió señales en nuestro siglo XVI, cuando todavía vivían en nuestro territorio Teresa de Jesús e Ignacio de Loyola, que ahora han sido percibidas por el telescopio chileno ALMA. La distancia, a la velocidad de transmisión de la luz, alcanza cifras siderales. La capacidad de la mente humana para imaginar una distancia queda del todo desbordada.

          El otro dato, facilitado en la entrevista con el astrónomo para dar a comprender las informaciones y magnitudes que se estaban barajando, es que la tierra y toda nuestra galaxia solar tienen escasamente la dimensión de un átomo dentro del inmenso sistema del universo. Si a la mente le cuesta imaginar lo que un átomo ocupa dentro del cuerpo humano -las cifras desbordan en esto por lo bajas-, el esfuerzo por llegar a imaginar lo que nuestro sistema terreno y solar ocupa en el universo está también por encima de nuestra capacidad humana de pensar.

          A una mente científica, acostumbrada a trabajar con estos datos, probablemente su formulación no le impresionará tanto, pues será capaz de pensarlas y dimensionarlas. Pero para una persona no acostumbrada a barajar semejantes informaciones, estos dos simples datos ofrecen mucho campo para la reflexión posterior.

          La relativización de las dimensiones del mundo en el que vivimos es la primera conclusión de los dos simples datos anteriores. Los problemas que aquí más preocupan -los políticos de Cataluña y España, los referentes a la crisis económica actual, los que se derivan de las prácticas inmorales realmente existentes sobre la familia o el aborto, todos los enfrentamientos e injusticias existentes entre los humanos-  dentro del universo sideral. No se puede ser simplista en la valoración relativa de los problemas, pero tampoco se pueden sobredimensionar dentro de la amplitud desbordante del universo.

          Todo el conjunto de temas relacionado con la trascendencia queda también alterado por la consideración de las dimensiones siderales del universo. La reflexión desde estructuras antropomórficas sobre Dios en toda la larga historia del Antiguo Testamento difícilmente encaja el hecho de que Dios está fuera del espacio y el tiempo, más allá del universo que se descubre reflexionando mínimamente sobre los simples datos aportados. En este sentido, sorprende mucho que sólo  la tierra esté habitada por humanos, que sólo para los habitantes de la tierra se haya producido la redención, la venida de Dios el mundo recordada en la Navidad. La parquedad y lucidez de Teilhard de Chardin al hablar sobre Dios, con plena coherencia con sus estudios paleontológicos, resulta muy estimulante en este sentido. Surge el interrogante sobre cuándo hay que dejar de hablar del universo, para denominarlo ya el Universo.  No se puede hablar sobre Dios de forma ingenua, imaginativa, encerrada en estructuras humanas, sin tener en consideración que está más allá de las dimensiones siderales del espacio y del tiempo aportadas por la astronomía y por todas las concepciones de la ciencia moderna. Conviene volver al Deus semper maius, siempre mayor, enteramente otro, de la teología clásica. Para hablar de Dios, es mejor acudir al lenguaje sugerente de los místicos que a las comparaciones simplificadoras de los apologetas.

          El programa nocturno de RNE despertó estas consideraciones sobre las que resulta tan conveniente volver. En algunas ocasiones, un insomnio puede resultar procedente.