sábado, 30 de abril de 2016

Salvar la proposición del prójimo, principio ignaciano poco usado

Salvar la proposición del prójimo es un principio ignaciano, no siempre bien conocido y poco usado desde luego en el momento actual. A la incomprensión política, de la que hablé aquí recientemente, se opone radicalmente el contenido de este principio ignaciano, cuya utilidad quiero ahora destacar brevemente.
Ignacio de Loyola sufrió mucho porque sus opiniones fueron tomadas de mala manera. Cuando todavía era el joven Iñigo recién convertido, al intentar trasmitir a otros sus inquietudes espirituales, tropezó pronto en Alcalá y Salamanca con la intransigencia de los que descalificaban sin más tanto a él como a sus opiniones por no tener él aún estudios de teología. Repetidamente fue acusado y hasta llevado a prisión porque se desconfiaba de las conversaciones que establecía con otros estudiantes de estas Universidades para trasmitirles la experiencia espiritual que había tenido en el año largo pasado en Manresa, tras la herida en Pamplona y la larga convalecencia en Loyola.
Una primera reacción del joven Iñigo fue el empeño tenaz de llevar las denuncias contra él hasta el final, para dejar clara su inocencia doctrinal y para mantener del todo limpia su recién comenzada hoja de servicios apostólica. Decide además ir a estudiar la teología a París, la universidad que entonces tenía mejor prestigio en el mundo. Y cuando comenzaron a hacerse las primeras ediciones de los Ejercicios Espirituales, colocó en su comienzo, inmediatamente después del título, un breve presupuesto -en el inicial castellano antiguo, prosupuesto-, que recomendaba el estar más dispuesto a salvar la proposición del prójimo que a condenarla. El gran comentarista de Ignacio y de los Ejercicios, P. Calveras, explica la inclusión de este Presupuesto en el libro porque en sus primeros sitios de estudio se comenzó a atacar el libro y por causa del libro se se levantó la persecución contra su autor. Ignacio sabía muy bien lo que quería decir cuando recomendaba, tanto al que da los ejercicios espirituales como al que los recibe, mantener una postura abierta para acoger bien las opiniones ajenas.
Los comentaristas posteriores del libro de los Ejercicios han destacado el carácter básico de este presupuesto inicial ignaciano. Cuando dos personas van a comenzar una relación larga y profunda -un mes entero, tratando de temas personales y de proposiciones importantes sobre la fe y la vida-, resulta imprescindible arrancar desde una postura de mutua confianza inicial. Fundamento de toda relación -afirma el comentarista Dalmases- es que el otro busca noble y limpiamente el bien y, si existe el error, es por equivocación, supuesta su absoluta buena voluntad. Y citando de nuevo a Calveras: Es cosa sumamente fácil interpretar en mal sentido cualquier proposición, cuando se está mal dispuesto con ella o con su autor; por el contrario, una buena voluntad siempre halla camino para explicar muchas cosas como conviene. Ya dijo San Agustín que la verdad no ha de ser propiedad mía ni tuya, sino común de ambos.
Causa dolor comprobar que unos principios tan sanos sean tan poco usados. La contumaz incomprensión política, de la que hablé aquí mismo hace pocos días, ha desembocado ya en una nuevas elecciones, cuyos resultados dicen los expertos que se espera van a ser muy similares a las que ahora han fracaso en su objetivo de formar gobierno. Ojalá se abra camino en el futuro esta otra conducta de salvar la proposición del prójimo, de abrirse a las opiniones y a las personas de los demás, de no excluir inicialmente a nadie, de concebir que el que descarto también tiene derecho a opinar y a ser escuchado, de aceptar el hablar con todos y con todos estar dispuestos a llega a razonables acuerdos. 
La recomendación ignaciana del comienzo del libro de los Ejercicios merecería ser grabada a fuego en los futuros portafolios oficiales que, tras las futura elecciones, entreguen a los nuevos políticos y diputados. Antes y después de las nuevas elecciones, contar con este principio ignaciano vendría muy bien a todos.

domingo, 24 de abril de 2016

PERTINAZ INCOMPRENSIÓN POLÍTICA

          Me ha llamado mucho la atención la incomprensión política que se ha manifestado en España durante los últimos tiempos. Está por encima de lo imaginable el que los partidos se hayan encastillado en sus propias posturas, sin dejar margen alguno para el diálogo entre todos. La capacidad para escuchar y atender los puntos de vista de los demás ha brillado absolutamente por su ausencia.

          Todos le echan la culpa a los demás, pero todos han ejercido la incomprensión en grado sumo. El PSOE (y Podemos) han mantenido integérrima su negativa inicial a dialogar con el PP,  sin consideración alguna al hecho de que haya sacado más votos en las últimas elecciones y sólo aceptando la postura maximalista de descabalgarle del poder, de echarle de la Moncloa. El PP excluye por completo el diálogo con Podemos y no acepta de ninguna manera ni el dejar de figurar como el primero (esto es, el apoyar con su voto a otros) ni menos aún el eventual cambio de líder. Ciudadanos y Podemos se auto-excluyen mutuamente en la hipotética mesa de diálogo. Las líneas de la incomprensión se auto-cruzan, cerrando radicalmente el camino al diálogo y a una posible llegada a las mutuas concesiones. 

           La incomprensión proviene de que cada cual arranca de unos presupuestos, de unos condicionamientos iniciales, considerados en todo caso como absolutamente inamovibles. Tanto Rajoy como Pedro Sanchez se sitúan como primeros insustituibles, sin aceptar hablar de otros posibles supuestos. El veto inicial interpuesto entre Rivera e Iglesias bloquea la llegada a soluciones alternativas. Los presupuestos iniciales de cada uno, con sus mutuos entre-cruzamietos, hacen imposible cualquier intento de acuerdo. Se habla ahora de las líneas rojas, pero bajo este eufemismo se oculta una incomprensión realmente cerril. Todos se quejan de que los demás no ceden, pero ninguno arranca de una postura abierta a otras posibles hipotéticas soluciones. 

          Arrancar del principio inamovible de la propia verdad convierte en imposible el camino de los acuerdos. La vieja y denostada filosofía escolástica creo que proporcionaba un sustrato más posibilitador de diálogo. La Verdad -decían- es redonda e inamovible; pero de ella no tienen nunca participación completa los humanos. Los llamados principios universales  -era la explicación que se daba-  contienen la verdad completa; pero estos universales para los humanos están solo en la mente, pues la inteligencia humana en la práctica sólo capta las verdades concretas, y como tales limitadas e imperfectas. En el plano por tanto de la comunicación entre los humanos, nadie puede sentirse en posesión completa de la verdad, nadie puede imponer como inamovible su percepción concreta de la verdad. 

          (La teología añadía a todo esto que Dios, la Verdad pura y completa, nunca es captado del todo por el hombre, pues sólo lo percibe con ojos limitados y concretos, quedando su esencia siempre por encima de las posibilidades existenciales del hombre. Dios, el totalmente otro -totaliter aliter- o el que es siempre más -semper maius-, nunca es abarcado completamente por el hombre, nunca es percibido en plenitud por la mente humana.)

          Ahora, todos critican a los políticos el que sean tan incomprensivos, pero muy pocos -o ninguno- formulan de forma concreta lo que hay que hacer. Felipe González lo intentó, y le llovieron los improperios. Las críticas desde la equidistancia -sin mojarse, como ésta misma-, pueden ser bienintencionadas, pero no resultan del todo operativas.  Este camino ha seguido también  la consideración que ha realizado sobre el tema el Secretario de la Conferencia Episcopal, aunque éste evite de esta forma el ponerse a favor de un sólo partido, lo cual sería en su caso aún peor. Gil Tamayo ha dicho que sería deseable que hubiera una comunicación grande entre los líderes políticos; y también: los obispos están preocupados sobre todo por el clima de falta de entendimiento que hay entre los partidos políticos y que también tiene una dimensión moral ... Hay que volver a una política de amplitud de miras y de búsqueda del bien común.

          Aunque el aconsejar no es fácil, sí es claro que el comportamiento que se ha seguido en todo este proceso no resulta modélico. Pertinaz incomprensión política.

domingo, 17 de abril de 2016

Francisco en Lesbos

El viaje de Francisco a Lesbos reconozco queme ha dejado perplejo. Se suman muchos elementos en este viaje, y el conjunto resulta sorprendente. Ha comentado con presteza Daniel Izuzquiza, en el el portal EntreparéntesisEl gesto es llamativo y se ha colado en las portadas de los principales diarios y noticieros. Con él ha venido una cierta polémica. Algunas voces han criticado que es un gesto demasiado pequeño y demasiado mediático, incluso algunas lo consideran hipócrita. Otras, sin embargo, lo consideran acertado, evangélico y profético, con reacciones que tienden al entusiasmo. La perplejidad proviene de que las impresiones que produce el viaje son contradictorias, recorriendo sentimientos desde la incomprensión hasta la admiración.
En alguna otra ocasión, ya he dicho que -en contraste con lo que ocurría en otro momentos- Francisco va muy por delante de mis propias percepciones, me desborda. Cuesta trabajo seguirlo, tanto en lo que dice como en lo que hace. Sorprende gratamente que sea el Papa el que tira por delante, el que agranda los puntos de vista, el que preceda con el ejemplo, el que ilumina con sus actuaciones la vida personal y las propias opiniones.
En este caso, el simple anuncio del viaje a Lesbos -epicentro de le llegada de emigrantes- me produjo sorpresa e incomprensión: ¿Qué podrá decir el Papa ante un problema tan irresoluble? ¿No será interpretado como demagógico el simple gesto de meterse en la boca del lobo? La dificultad arranca del problema mismo de la emigracíón, cuyas manifestaciones resultan previamente inimaginables y cuyos intentos de solución no sabe uno por dónde puedan ir.
Y aquí irrumpe la capacidad de liderazgo de Francisco. Recibe, o logra, la invitación de los dirigentes de Grecia -el Presidente político y los jefes religiosos, el ortodoxo y el católico- y adopta la decisión de poner en juego la fuerte identidad de su cargo para resaltar la agudeza del problema.
Las actuaciones de Francisco, en su breve viaje de una jornada no completa, desbordan las posibles previsiones. Las palabras, los gestos, las imágenes, resaltan elocuentemente sus propios sentimientos ante el problema de la emigración y se convierten en auténticas actitudes proféticas.
El breve discurso "a la población y a la comunidad católica de Lesbos" -al imprimirlo, pocos renglones más de una sola página- se extiende en los saludos y en los agradecimientos, ahonda en la descripción y en las causas del problema, apunta algunas líneas profundización en las soluciones y hasta añade unas consideraciones para los creyentes. Y como siempre hace Francisco, se expresa de una forma clara y comprensible para todos, une lo intelectual y lo emotivo, habla de una forma que que no hiere y no deja a nadie insensible. Los periodistas le tienen que agradecer que facilita mucho la selección de titulares.
En el viaje de ida hacia Grecia, ya dijo que iniciaba "un viaje marcado por la tristeza". El principal mensaje que quería hacer llegar a los emigrantes es: "¡No estáis solos!. Describe la situación de los emigrantes con pinceladas muy rotundas: al ir a Lesbos, van en busca de paz y dignidad; la situación de los emigrantes es dramáticaestán viviendo en condiciones críticas, en un clima de ansiedad y de miedo, a veces de desesperación, por las dificultades materiales y la incertidumbre de futuro. Algunos emigrantes, entre ellos muchos niños, ni siquiera han conseguido llegar a Lesbos, a Europa: han perdido la vida en el mar, víctimas de un viaje inhumano y sometidos a las vejaciones de verdugos infames. Ante toda esta situación, no debemos olvidar que los emigrantes, antes que números son personas, rostros, historias. El breve discurso de Francisco no tiene sólo frases llamativas, pues apunta que hay que dirigir el esfuerzo a eliminar las causas profundas del fenómeno: construir la paz, donde la guerra ha traído muerte y destrucción; oponerse firmemente a la proliferación y tráfico de armas; dejar sin apoyos a todos los que conciben proyectos de odio y violencia.
Frente a tan lacerante problema lo que pretende suscitar el Papa es la responsabilidad y la solidaridad. A Europa en concreto le dice que es la patria de los derechos humanos, y cualquiera que ponga pie en su suelo debería poder experimentarlo. Realísticamente señala que las posibles soluciones sólo pueden buscarse en plan de conjunto, que agrupe a todas las fuerzas intervinientes: Todo esto sólo se puede hacer juntos.

La propia actitud de Francisco la expresa conjuntamente con la del Patriarca Bartolomé y el Arzobispo JerónimoMi presencia aquí es un testimonio de nuestra voluntad de seguir cooperando para que este desafío crucial se convierta en una ocasión, no de confrontación, sino de crecimiento de la civilización del amor.
Para los creyentes, Francisco señala la razón más profunda para preocuparse por el tema de la emigración: Ante las tragedias que golpean a la humanidad, Dios no es indiferente, no está lejos. Los cristianos, por tanto, no pueden permanecer indiferentes.
Francisco, muy por delante de todos, a lo dicho ha añadido el gesto de volver al Vaticano con tres familias completas de emigrantes, con doce personas que ha rescatado de la tragedia. Un gesto, que podrá resultar discutible para algunos, pero que vale más que mil palabras. Liderazgo indiscutible de Francisco.

sábado, 9 de abril de 2016

Baño de Escorial

          Hay ciudades que están impregnadas por el monumento que albergan en su interior. Al nombrarlas, no se piensa en la ciudad sino en el monumento que en ella está situado. Así es San Lorenzo del Escorial, donde por una actividad pastoral he permanecido ahora una decena de días.

         La impresionante mole del Monasterio domina toda la ciudad de San Lorenzo del Escorial. En la ciudad hay además un par de docenas de otros monumentos también de la época de Felipe II, que reproducen fielmente todas las guías turísticas y que localizan además los grandes mapas situados en los cartelones distribuidos en las calles para orientar a los turistas, pero es el Monasterio el que concentra todo el paisaje urbano y el que atrae fundamentalmente la atención de los visitantes.

        Había visitado hace muchos años el Monasterio, pero el vivir ahora junto a él unos días me ha deslumbrado. Los lejanos recuerdos de antaño se han configurado ahora en impresiones vivas sobre lo que es y lo que significa este gran monumento.

         Los datos numéricos del Monasterio son sencillamente espeluznantes. Paseando su alrededor, me había preguntado cuál sería el número de ventanas del enorme edificio. En una guía he visto después que las ventanas son 2.673 y que las puertas son 1.200, unas cifras que no creo tengan parangón  en ningún otro edificio del mundo. Los restantes datos numéricos del monumento son igualmente apabullantes: una superficie de 33.327 metros cuadrados -¡una finca, no pequeña!-, con una fachada de 270 metros de longitud, y teniendo en el interior 16 patios, 15 claustros, 86 escaleras y 9 torres.

         Lo que impresiona con todo del monumento, más que las cifras exageradas, es la proporción existente entre todos los elementos del edificio. Sorprende y admira la armonía conseguida, en el edificio y en las terrazas y jardines exteriores, por los arquitectos Juan Bautista de Toledo y Juan de Herrera, el que ha dado nombre al "herrerismo", el arquetipo del estilo monumental más clasico. Como he visto escrito este estilo se caracteriza por el protagonismo de la línea frente a los elementos decorativos que distrajesen su contemplación.

         Personalmente, lo que me ha hecho reflexionar es lo distinta que era la cultura de esta época, la que ha dado origen a la impresionante manifestación de orden y armonía que constituye el edificio. El interior de los palacios ya deja claro que las costumbres -la forma de vivir y de dormir de los reyes Austrias y Borbones, que ocuparon las innumerables estancias del edificio- eran del todo diferentes a las que en épocas posteriores hemos tenido. Pero el conjunto del monumento deja entrever un mundo perfectamente ordenado, sin elementos que alteren el conjunto, donde todo se somete a una estructura preconcebida, donde la majestuosidad nunca es interrumpida por ningún detalle que rompa su armonía. La contemplación del monasterio destaca ciclopiamente las enormes diferencias existentes entre el mundo del Rey Felipe II, que lo mandó construir y lo habitó, y el mundo actual de su sucesor Felipe VI, en el que sería del todo imposible llegar a construir un edificio de estas características.

          La diferencia entre aquel mundo y el actual se pone particularmente de manifiesto al fijarse en los elementos religiosos del edificio. Por lo pronto está el dato de los 13 oratorios que existen en los palacios, algunos dejando claro que incluso en los dormitorios se ponía una capilla al alcance de la vista del personaje que los ocupaban. La riquísima colección de cuadros y de otros elementos decorativos existente en las diversas estancias del edificio ya manifiestan la importancia que a la religión se le daba por los que encargaban y por los que realizaban estas obras de arte. Pero es sobre todo en la monumental basílica del Monasterio donde mejor se exterioriza el alcance que la religión alcanzaba en la cultura que puso en pie este monumento. La basílica ocupa el centro del edificio y     con su inmensa cúpula y sus torres exteriores, con la magnificencia de sus espacios interiores y de sus altares y de su espectacular retablo, es desde luego la basílica la que  mejor refleja el carácter que Felipe II quiso dar a todo el edificio. El concepto que la religión tenía entonces era desde luego diferente, otorgándosele una espació y unas categorías que ahora son del todo diferentes: ¿mejores? ¿peores? Desde luego, diferentes.

          La estancia en San Lorenzo me ha permitido un baño en el arte de su monasterio, una incursión en la cultura que le dio origen, diversa pero de la que ahora se pueden extraer muchas enseñanzas.