viernes, 24 de enero de 2014

UN PAPA QUE ME SOBREPASA

Toda la vida, he estado acostumbrado a un ejercicio de respeto hacia las directrices de la Iglesia jerárquica, intentando salvar y dejar bien sus comportamientos, situados frecuentemente en contra de lo ambiental en el mundo y siempre en defensa de sus propios planteamientos tradicionales. En no raras ocasiones, la para mí obligada defensa de las posturas eclesiales me ha resultado decididamente laboriosa y hasta penosa.
 
En la actualidad, me sorprendo en actitudes contrarias. El pensamiento y las actuaciones del Papa Francisco me han sobrepasado y, aun causándome gran alegría, tengo que hacer el ejercicio de ir más de prisa, intentado seguir al que va muy por delante de mí.
 
Dos documentos papales me han causado especial impacto, la entrevista a la Civiltà Cattolica (y a las principales revistas jesuitas) y la más reciente exhortación Evangelii Gaudium. Al terminar de leer muy despacio y dejar muy subrayado este último documento, pensé hacer un recuento de los puntos en los que Francisco me había sobrepasado, había ido por delante de mis propios planteamientos.

Acabo de leer un escrito que me ahorra el trabajo que yo pensaba realizar. Es un artículo del jesuita residente en Bolivia y conocido teólogo, Víctor Codina, que hace un buen resumen de lo que Francisco ha hecho para ser -como él titula- un "Papa realmente cristiano". Espigo algunos elementos de este recuento.

Ante todo, sus opiniones: que el sistema económico liberal, basado en la idolatría del dinero, es injusto; que la actitud de los países ricos ante los emigrantes, muchos de los cuales mueren en el intento de llegar a las costas europeas, es una vergüenza; que vivimos en la burbuja del consumo y con el corazón anestesiado ante el sufrimiento ajeno; que el problema de la Iglesia es el desempleo de los jóvenes; que las confesiones religiosas del mundo deben aunarse para resolver el problema del hambre y de la falta de educación; que la Iglesia necesita una conversión y una continua reforma; que el ambiente cortesano es la lepra del Papado; que la curia es vaticano-céntrica y traslada su visión al mundo; que la Iglesia no puede ser restauracionista ni añorar el pasado; que los pastores han de oler a oveja y no convertirse en clérigos de despacho o coleccionistas de antigüedades, ni caer en el carrerismo; que la confesión no puede ser una tortura sino un lugar de misericordia; que hay que evitar el centralismo y el autoritarismo en el gobierno de la Iglesia; que no hay que tener una visión monolítica, que hay que respetar la diversidad y no ser narcisistas.

Las actitudes que Francisco recomienda son también enormemente reveladoras de su estilo de gobernar la Iglesia: estar más preocupado del hambre del mundo que de los problemas intraeclesiales;  hacer que la Iglesia sea un signo del perdón y misericordia de Dios, una Iglesia pobre y de los pobres, ser como un hospital de campaña que sana heridas; que la Iglesia ha de salir a la calle, ir a las fronteras existenciales aun con peligro de accidentes; que respete a los laicos y la dignidad de las mujeres; que viva en una atmósfera de diálogo con todas las confesiones religiosas sin proselitismo; que no se centre obsesivamente en temas morales como el aborto, el matrimonio de los homosexuales y el divorcio, sino que anuncie la buena noticia de la salvación en Cristo; que camine con otros en medio de las diferencias; que reconozca una Iglesia que refleje la ternura de Dios y cuide de la creación; que no se grite ni aclame al Papa Francisco, sino a Jesús.

Los gestos personales que Francisco ha adoptado resulta difícil pensar que otra persona los hubiese llevado a cabo en su lugar: besar a un niño discapacitado, lavar los pies a una joven musulmana, comer en Asís con niños con síndrome de Down, lanzar al mar en Lampedusa una corona de flores amarillas y blancas en memoria de los emigrantes fallecidos, usar sus zapatos viejos de antes, no vivir en los Palacios Apostólicos, viajar por Roma en un sencillo y pequeño coche, contestar a las preguntas de un periodista no creyente, invitar a Santa Marta al rabino de Buenos Aires, regalar unos zapatitos al nieto de Cristina Fernández de Kirschner, recibir a Gustavo Gutiérrez.

El pensamiento y el ejemplo personal del Papa Francisco me han sobrepasado, van muy por delante de lo que hasta ahora había barajado en mis propios sistemas de actuación. El peligro ahora está en contemplarlo tan sólo desde la grada, sólo como espectadores; o incluso en criticarlo, comenzar a decir que es imprudente; incluso, como destaca el artículo de V. Codina, algunos llegan a pedir que  “lo iluminen o lo eliminen”… Por el contrario,agradeciendo mucho la existencia de los comportamientos del Papa Francisco, dejémonos seducir por el encanto de su palabra y sigamos sobre todo su ejemplo de vida.


 

 

domingo, 19 de enero de 2014

INCOHERENCIAS EN LA POLÍTICA

           La política es una tarea difícil de realizar, y aún más difícil de ser valorada por los demás. Recientemente, he visto de nuevo una encuesta indicativa del mínimo aprecio que la sociedad tiene del ejercicio de la política. Acompañaba a esta encuesta un comentario, queriendo demostrar que el menor aprecio era de "los políticos", pero no de "la política"; comentario difícil de entender, pues la política no es más que la tarea ejercida por los políticos...
         Estos días estamos contemplando una actuación política que contribuye poco a que esta tarea sea mejor apreciada. Se trata de un caso fragante de incoherencia pública, sobre el que no he visto ni oído todavía ningún comentario. Lo apunto brevemente, a continuación.
          El Partido Socialista de Cataluña se ha tenido que tragar el sapo de que tres de sus miembros han votado contra la política que el Partido había establecido en torno a solicitar del Parlamento español la realización de un sondeo independentista (dos miembros más habían evitado votar, mediante algún tipo de huida). Se ha hablado en este caso de infidelidad a lo que el Partido había decidido democráticamente.
         La incoherencia frente a este hecho está en que, simultáneamente, el Partido Socialista está reivindicando el que se conceda libertad de voto a los parlamentarios del Partido Popular en la próxima discusión de la ley del aborto. No resulta nada coherente quejarse del ejercicio de la libertad de voto en Cataluña y reivindicar la práctica de esta misma libertad de voto en el Parlamento de Madrid. ¡La contradicción resulta palmaria!      
          Las ideas se desvirtúan cuando se enfrentan con los intereses. Lo que resulta muy claro cuando ayuda a mis puntos de vista, se convierte en intragable cuando daña a lo que uno quiere y desea. Surge entonces la incoherencia que estamos constatando en estos días: defender en un caso lo que se ataca en el otro, o atacar en Barcelona lo que se defiende en Madrid. 
         Lo que ocurre, en este caso, es que, con independencia de la materia a la que ahora se aplica, el tema en sí es bien discutible, pues no resulta del todo claro que no se pueda permitir la libertad de voto -ocasional o permanente- de los parlamentarios. En este sentido, los que tal vez estarían actuando menos correctamente serían los que solicitaban la fidelidad inevitable  de voto al parecer del Partido: esto es, los del Partido Socialista en Cataluña y los del Partido Popular en Madrid.
         Pero esto sería materia de otro comentario, bastante más difícil: si se puede y se debe dejar libertad de voto, o si se debe siempre exigir la fidelidad a lo que decida el Partido. Hoy sólo quería destacar la incoherencia de defender en Barcelona lo contrario de lo que solicita en Madrid. La discusión más general, la dejo ahora abierta.  

domingo, 12 de enero de 2014

ÉXITO EN LA VIDA, ¿quién y porqué lo tiene?

          La selección de los "100 del año", de los personajes que "han marcado 2013", de los hombres y mujeres latinoamericanos que se estima han sido los más importantes del año que terminó hace pocos días, es el contenido de un semanario extraordinarios de EL PAÍS que bien merece algunos sencillos comentarios.
         Ante todo, la arbitrariedad de la selección. Esta arbitrariedad es plenamente legítima, pero no deja de ser exponente de la voluntad y las intenciones del medio que las lleva a cabo. En estos precisos momentos, seleccionar al Príncipe Felipe, y no al Rey Juan Carlos; al "jesuita valiente" Francisco Oliva, y no al también español y General de la Orden Adolfo Nicolás; a la joven que protagonizó la "defensa de las becas Erasmus", y no al Ministro Wert; a Antonio Muñoz Molina y a Luis Goytisolo, silenciando a otros novelistas también notables; todas estas elecciones y muchísimas otras más resultan claramente intencionadas, exponentes de las ideas y los modelos de vida que se pretenden poner en el candelero.
         Con todo, debo añadir con honestidad que la selección realizada no me resulta mal hecha, pues todos los 100 personajes escogidos -casi todos, para ser del todo sincero- considero que merecen esta distinción, habiendo primado en muchos casos los reconocimientos y los premios que se habían dado por diversas instancias en el año finiquitado. La originalidad y el esfuerzo editorial realizado, además, para que los autores de las brevísimas semblanzas de los elegidos sean personajes tan famosos como ellos mismos o más  (Felipe González, Lula da Silva, Peña Nieto, Soraya Sáenz de Santamaría y Elena Valenciano, Rafa Nadal y Pau Gasol, etc, etc), merece felicitaciones y convierte en mucho más agradable la lectura de esta dilatada lectura de reseñas personales exitosas.
         Pero de la anécdota hay que saltar a la categoría. ¿Qué es lo que convierte a un personaje en exitoso? ¿Qué atribuciones o qué cualidades son las que traen el éxito a una persona? Probablemente, la selección de cada cual reflejará inevitablemente los propios criterios de elección. En el presente año, la selección de muchos medios -la de EL PAÍS que he comentado, la de ABC, la del semanario norteamericano TIME, etc- han coincido en poner como personaje del año y como imagen de primera página al Papa Francisco. Un caso como éste puede desbordar las subjetividades, porque sus actuaciones y su estilo de gobernar la Iglesia han sido en breve tiempo realmente originales e impactantes. Pero este caso tal vez sólo suponga que la excepción confirma la regla...
         Quisiera añadir que el éxito, el que las cosas hayan salido bien, las felicitaciones y parabienes, no son el único criterio para valorar la actuación de una persona. El aparente fracaso, el contratiempo, pueden también adquirir sentido en la vida. En ocasiones, hay que actuar contra corriente, hay que defender planteamientos que se sabe tienen mala prensa. Lo políticamente correcto no es siempre lo correcto, no es la opinión que hay que defender o la actuación que hay que seguir siempre. Hay valores ocultos que, sin conducir al éxito reconocido, permiten actuar de acuerdo con la propia conciencia o cumplir el deber más indicado en cada caso. El éxito no es un absoluto. Hay otros criterios de actuación que pueden estar por encima y alumbrar actuaciones diferentes. El éxito no es ni siquiera el objetivo único en la vida. El éxito al que conduce la coherencia interior tiene más valor que el  éxito sólo externo y aparente. Hay que admitir distintas formas de éxito.