miércoles, 25 de abril de 2018

Una "forma de vida sin forma", camino para el optimismo

 

24.04.18 | 11:37. Archivado en Acerca del autor, Sociedad y evangelio
 

La "forma de vida sin forma" es una expresión que he encontrado en un libro no reciente, de 2015, aplicado en concreto a la Vida Consagrada, la forma de vida específica de las Órdenes y Congregaciones religiosas y de las instituciones actualmente renovadoras de estos sistemas de vida, los Institutos Seculares y los Movimientos Apostólicos. Este pensamiento, en estos días, me ha hecho reflexionar y puede resultar útil socializar esta reflexión, participarla públicamente con otros por este medio. La discusión, está servida.

El libro en cuestión pretende echar una mirada a la vida consagrada y su peculiaridad, como precisa el subtítulo del libro. El título usa dos metáforas, Raiz y Viento, en una primera parte, aludiendo a lo consistente de la vida religiosa (un comentario casi exhaustivo de los textos bíblicos y eclesiales relacionados con el tema, realizado por el jesuita Gabino Urríbari Bilbao) y, en la segunda parte, un ensayo sobre lo cambiante y variable en la Vida Consagrada, preparado por la también profesora de la Facultad de Teología de la Universidad de Comillas, la religiosa Esclava del Sagrado Corazón, Nurya Martínez-Gayol. Estas son las referencias concretas del libro, editado por Sal Terrae y con la portada aquí reproducida, para las personas que quieran leerlo o releerlo.

Más allá de la Vida Consagrada
La segunda parte del libro arranca de una intuición: "Tal vez me equivoque, afirma la autora, pero cada vez percibo con más intensidad que a lo que hoy estamos llamados es a una `forma de vida sin forma´, lo cual no significa ni deforme ni a-forme", y remata en nota que esto "es sólo una intuición y una hipótesis" (p 156). Con todo, en los cinco capítulos de esta segunda parte, y en el resumen realizado a duo por los dos autores en la tercera parte del libro, esta "intuición" está reiterada y minuciosamente desarrollada, de forma que la autora amplia muy claramente la intuición apuntada al formularla.

La reflexión se refiere directamente a la Vida Consagrada, pero resulta evidente que no se circunscribe a esta exclusiva temática. Al hablar de lo mas específico de la Vida Consagrada, el llamamiento y la vocación por los que Dios invita a seguirle, ya anticipa la autora que "esta llamada no sólo es la esencia y el fundamento de la Vida Consagrada; lo es, a la vez, de la vida cristiana en general" (p 146). Por ello, la sencilla reflexión que ahora ofrezco se refiere, no sólo a la Vida Consagrada y a la vida cristiana, sino a aspectos más generales de la vida humana, todo lo que se suele incluir en el mucho más amplio término del humanismo. Algo que incluso el no cristiano, si propicia mirar a su interior, puede considerar interesante revisar.

Mundo en cambio
La reflexión actual se centra más en los fragmentos y en los pequeños relatos que en las antiguas exposiciones, realizadas con ambiciosa pretensión esencialista y abarcando la totalidad. El existencialismo del siglo XX ya supuso una oscilante alternativa al esencialismo de siglos anteriores. Kant significó una alternativa radical a Santo Tomas y a toda la Escolástica.

La autora de este ensayo acude al principio de indeterminación de Heisemberg, para el arranque de su reflexión. Se trata de un cambio de perspectiva al mirar a la realidad, del tránsito desde la mecánica newtoniana a la mecánica cuántica (p 158, nota 5). Cita a otros autores y teorías -estado de crisis, principio de incompletud, presupuestos de la lógica- y concluye, "simplificando, que todas estas teorías parecen confirmar la necesidad de salir, salir hacia el otro, hacia la alteridad (Hübner), hacia lo distinto (Gödel), desde una nueva mirada y perspectiva" (p 160). Hasta cita al Papa Francisco, cuando habla de una Iglesia y un cristianismo "en salida" (p 160, nota 10).

El cambio que el pensamiento actual lleva a cabo respecto a todo el quehacer intelectual anterior es muy fuerte. Las personas que estudiaron filosofía hace más de cincuenta años, o hace menos tiempo pero usando bibliografías y materiales de tiempos anteriores, navegan en la actualidad con mucho desconcierto. El pensamiento y la reflexión han cambiado, pero esto no significa a la fuerza que haya sido hacia algo peor.

Una metáfora resulta muy válida para visualizar el cambio que se ha producido. Es hablar de la "modernidad líquida", "para definir el estado fluido y volátil de la actual sociedad, en la que -sin valores demasiado sólidos- la incertidumbre por la vertiginosa rapidez de los cambios ha debilitado los vínculos humanos"(pp 189-190). La autora cita a este respecto al formulador del pensamiento líquido, el polaco Zygmunt Bauman: "En la modernidad líquida seguimos modernizando, aunque todo lo hacemos hasta nuevo aviso. Ya no existe la idea de una sociedad perfecta, en la que no sea necesario mantener una atención y una reforma constantes. Nos limitamos a resolver un problema acuciante del momento, pero no creemos que por ello desaparezcan los futuros problemas... ni la incertidumbre, inseguridad y vulnerabilidad. Si bien esta situación se podría traducir también como `precariedad´, lo fundamental es el sentimiento de inestabilidad asociado a la desaparición de `puntos fijos´ en los que situar la confianza. Desaparece la confianza en uno mismo, en los otros y en la comunidad" (pp 190-191, y nota 6). Con todo, la conclusión tan negativa de Bauman podría no absolutizarse, pues puede incluso dejar abiertos resquicios para la esperanza.

Camino para el optimismo
Para el creyente, la relativización de todo lo humano no tiene por qué conducir a un negro pesimismo o a una visión catastrofista. El único absoluto es Dios, aunque Dios siempre resulte inabarcable para los humanos, siempre sea para nostros el Eternamente Otro e inasible. Podemos poner en Dios la confianza -ésta no se acaba, como apuntaba con pesimismo Bauman-, aunque nuestra percepción de Dios siempre resulte incompleta e imperfecta.

En el ensayo que estoy comentando, junto a la metáfora del "viento", siempre cambiante, se usa mucho la referencia veterotestamentaria de la "nube", tornadiza y normalmente variable. A Dios nunca se le puede apresar del todo entre las manos. La visión de "la forma de vida sin forma", del cambio constante de perspectivas, se basa mucho en el símil evangélico del grano de trigo, que necesita la transformación completa de pudrirse y morir para que de él salga de nuevo la vida. Es también la comparación de Teresa de Jesús, que describe bellamente la muerte del gusano como paso inevitable para que nazca la "mariposica" productora de la seda.

El cambio y hasta la muerte pueden ser el camino hacia una nueva vida, siempre abierta a nuevos estadios posteriores. El gran referente es la muerte de Jesucristo, el camino doloroso hacia la resurrección superadora de todo lo malo anterior. La "forma de vida sin forma" es una buena expresión para apuntar a los inevitables cambios que conducen a una realidad superior. Desde la fe y aún desde el humanismo, un mundo nuevo y mejor siempre resulta posible.


lunes, 9 de abril de 2018

Lo siento, Muñoz Molina

Antonio Muñoz Molina es un autor al que aprecio máximamente entre los españoles vivos (juntamente con Javier Marías). He leído hasta siete de sus obras largas, y una menos citada como "Sefarad" me cautivó particularmente. Normalmente presto atención a las entrevistas que concede, incluso a las ocasionales para promover alguna obra reciente. Procuro leer también las colaboraciones de prensa suyas que encuentro en los periódicos, breves pero menos ligeras de lo que suelen ser los artículos en los periódicos. En una ocasión, hasta tuve un contacto personal con él, en una visita que hizo a la SAFA de Úbeda, centro educativo del que fue alumno en su primera infancia y al que él ha agradecido públicamente que allí le enseñaran a leer y -le escuché directamente afirmar-  en el que "nunca me avergoncé de ser pobre".

Por todo esto me ha dolido ahora constatar la incomprensión mostrada por este autor con las manifestaciones religiosas populares de la Semana Santa, en una de sus colaboraciones periódicas en Babelia (el suplemento literario semanal de El País, en su edición del 07/04/2018). Incomprensión del aspecto popular de la Semana Santa, paralelo a una comprensión admirable de las manifestaciones culturales de la Semana Santa.

lunes, 2 de abril de 2018

BALANCE SEMANA SANTA, ¿un fenómeno creciente?


Ha terminado la Semana Santa, y es buen tiempo para realizar un balance sobre su actual impacto. ¿Crece o decrece la importancia social de esta conmemoración? ¿Aumenta o disminuye su sentido religioso?  Para llevar a cabo este análisis, conviene intentar superar aquello de que "cada cual habla de la feria de acuerdo a cómo le  haya ido en ella”. No se trata de formular una impresión subjetiva, una vivencia de lo personalmente vivido, sino de mirar a la sociedad para intentar extraer lo que directamente experimenta durante estos días.

Me impresionó mucho una información  recogida unos  días antes de la Semana Santa: “El número de los nazarenos se ha triplicado en los últimos años” (Vida Nueva, nº 3.076, con la portada aquí reproducida). La noticia, por supuesto,  estaba referida a España, porque el fenómeno cofradiero es en España donde tiene su desarrollo,  aunque no por igual en todas las regiones.  Más allá de la precisión estadística, el informe parecía querer transmitir  la impresión de que la celebración de la Semana Santa es un fenómenos en aumento, no decreciente.


Primer discernimiento
Por lo pronto conviene discernir qué  aspecto de la Semana Santa crece con el aumento de los nazarenos. Es un fenómeno muy amplio la “fiesta” de la Semana Santa, y en ella confluyen, además de lo religioso, lo popular, lo tradicional, lo folclórico, lo emotivo, lo ancestral, lo estético, lo colorista, lo artístico, lo musical, lo gastronómico…, prácticamente  todos los elementos componentes del carácter de un pueblo. Los nazarenos son tal vez la expresión más genuina en el acompañamiento a las imágenes que desfilan, pero la interpretación de su significado no resulta tan fácil concluirla.  He estado cerca este año de la Semana Santa de Gandía, y en todas las paredes callejeras he visto reproducido el cartel anunciador de la Semana Santa, con una bella hilera en curva de 18 nazarenos, cada uno con los variados colores de las respectivas 18 cofradías que procesionan  en esta localidad valenciana. Los nazarenos han sido aquí elegidos por el artista del cartel como lo más característico de la variedad de elementos de esta fiesta.

Un sector de la sociedad española, desde luego, se empeña en destacar el carácter menos religioso de la Semana Santa. Uno de los días de la Semana Santa, un reportaje de El País,  con inclusión en la primera página de un largo titular, ya era de por sí suficientemente elocuente: Tres costaleros ateos te cuentan sus motivaciones para que te ahorres la pregunta de `¿y por qué lo haces,  si no eres creyente´?. La pregunta, desde luego, no es ociosa, porque muchos de los costaleros y nazarenos no son evidentemente cercanos a las prácticas religiosas; pero la intencionalidad clara de esta información era destacar que muchos de los intervinientes en la Semana Santa sólo lo hacen por mantener valores tradicionales y populares, sin vinculación expresa con lo religioso. Con la misma intencionalidad cuestionadora a todo lo religioso, otra información del mismo día y del mismo periódico se preguntaba por qué hay tantas días festivos civiles coincidiendo con festividades religiosas, siendo así que España es un país religiosamente aconfesional: para hallar una respuesta a este interrogante, se acudía críticamente a los Acuerdos Iglesia-Estado de 1979, firmados con una democracia -se decía- todavía próxima al franquismo y muy inmadura. Es el intento de ciertos  estamentos de la sociedad española de mostrarse distantes, o incluso atacar, a todo lo relacionado con la Iglesia católica.

La confusión en torno a todo lo relacionado con la Semana Santa la he encontrado, máximamente, en una página –difícil distinguir si era información o publirreportaje-,  aparecida en un semanario dominical. El tema de la información era la Semana Santa de Almería, y los títulos y subtítulos eran los siguientes: SAETAS, TAPAS Y MUCHA PASIÓN – Almería seduce al turista con sol, historia, kilómetros de costa y un sentimiento cofrade alejado de masificaciones. No sólo sectario sino hasta difícil resulta elaborar una información sobre la Semana Santa sin mención alguna a lo religioso, sin usar siquiera este término.

¿Fenómeno creciente?
¿Crece o decrece la Semana Santa? En su conjunto, parece crecer, pues sobre esta fiesta se ha montado un conjunto turístico y/o vacacional, que ciertamente está en aumento en la sociedad española. Las cifras de desplazamientos en estos días crecen cada año descomunalmente, tanto por carretera como en los transportes públicos, sumando los días de la Semana Santa y los de la Semana de Pascua, la vacacional en el Levante español. Y aun intentando deslinda lo turístico y vacacional de lo estrictamente  religioso y procesional, si es que esta diferenciación se puede realizar con rigor, también se podría mantener que lo de alguna manera relacionado con lo religioso también ha aumentado en los últimos años. La cifra del aumento de cofrades resultaría válida, en este sentido.

Si esto conlleva un aumento directo de lo más auténticamente religioso, ya resultaría algo más difícil afirmarlo. Todas las manifestaciones cofradieras giran alrededor de lo religioso, tienen como base inequívoca los elementos evangélicos de la Pasión de Jesucristo y, con toda su carga de belleza y colorido, las imágenes catequizan de manera intensa a la totalidad de la población sobre la vida y la muerte de Jesús y sobre la intervención en ellas de la Virgen María. Lo más notable de la Semana Santa es la cantidad de gente que moviliza -las bullas, que dicen en Sevilla-, y todo el amplísimo personal asistente a las procesiones recibe más o menos intensamente es gigantesca catequesis popular y quién sabe si también formulan una oración al paso de las procesiones. Además, hay mucha gente que todo esto lo vive con pasión y muchos, también, con auténtico sentido cristiano. Sumando en el haber, hay también que tener en cuenta que, en los últimos tiempos, las Cofradías se han depurado mucho, acercándose claramente a lo mejor del cristianismo. El balance general, por tanto, de toda la dinámica de la Semana Santa resulta positivo, como en ocasiones destacan expresamente, con nostalgia y hasta con cierta envidia, los representantes religiosos  de regiones y países con menor o ninguna presencia popular de la Semana Santa.


Valoración final
Lo que ocurre es que, como en todas las manifestaciones de la religiosidad popular, el elemento religioso está muy directamente relacionado con los restantes elementos no religiosos de la cultura popular. Por esta razón, el deslinde de lo estrictamente religioso, en todo lo relacionado con la Semana Santa, ni se puede realizar fácilmente, ni tal se deba intentar llevar a cabo, porque lo mejor de la religiosidad popular es que lo religioso está auténticamente encarnado en lo popular, sin que deslindarlo o separarlo tenga sentido ni probablemente resulte conveniente.

En todo lo relativo a la Semana Santa esta ligazón es aún más estrecha e inseparable, pues las Cofradías son Asociaciones acogidas al derecho eclesiástico, pero están directamente gestionadas por personas laicas y cuentan por tanto con una presencia menos señalada de las personas clericales. El protagonismo directo de la Iglesia es, pues, menor que en otras manifestaciones religiosas.

Por todo esto no resulta fácil concluir si el evidente crecimiento del movimiento semanasantero implica o no un armónico crecimiento de lo mas hondo y auténtico de la religiosidad cristiana. Hay cosas humanas que sólo Dios, con un acercamiento más profundo y hasta total a la realidad, podrá dictaminar. Dejemos a Dios la valoración última de este fenómenos tan complejamente humano y religioso.