domingo, 28 de septiembre de 2014

Agradecimiento a Pajares y García Viejo

Las palabras abstractas se hacen comprensibles cuando se hacen reales en la vida de una persona. El voto de hospitalidad que formulan todos los miembros de la Orden de San Juan de Dios se ha convertido en una realidad cercana y comprensible en la vida y en la muerte de Miguel Pajares y de Manuel García Viejo.
Toda la prensa -escrita, hablada y visual- ha informado hasta la saciedad de la traída a España de estos dos miembros de la Orden de San Juan de Dios, fijándose muchas veces en aspectos menos importantes o incluso malamente intencionados -la discusión sobre si debían venir a España y si habría que cobrarle a su Orden religiosa los gastos de su desplazamiento-, sin resaltar los aspectos más ejemplares de estas vidas y estas muertes.
Manuel García Viejo y Miguel Pajares eran dos nombres totalmente desconocidos hasta que el ébola prendió en ellos y se decidió traerlos a España. (Personalmente, a Miguel Pajares lo había conocido hace un par de años, en una tanda de Ejercicios para losHermanos de San Juan de Dios en Los Molinos, en la Sierra de Madrid, de forma casi ignominada junto a una treintena de compañeros de su Orden, aunque a él lo recuerdo bien por sus vistosas camisas de colores vivos africanos.) Ahora se han convertido ambos en famosos, por sus espectaculares traslados a España y por la impotencia de la medicina ante el ébola implacable. La noticia de sus muertes ha entristecido a mucha gente.
Lo que me ha sorprendido de estos dos religiosos es que su muerte ha sido un verdadero martirio. La Orden de San Juan de Dios, a los votos de pobreza-castidad-obediencia de todos los religiosos añaden un cuarto voto de hospitalidad, de estar al servicio de los enfermos que padecen enfermedades. Por ser coherentes con su votos, y en especial por el de hospitalidad, estos dos religiosos han vivido en África al servicio de los enfermos en sus hospitales y, al llegar el lobo feroz del ébola, han caído en sus fauces y han sido y han sido víctimas de esta enfermedad incurable. Como el que entrega su sangre ante el tirano que le martiriza, estos dos religiosos han entregado sus vidas ante el ataque implacable de este cruel enfermedad. Son auténticos mártires, que con la entrega de sus vidas han dado testimonio de la verdad que encerraba su voto de vivir al servicio de los enfermos.
Recordaba un libro de Gabino Urribari sj, Portar las marcas de Jesús (estos días pasados, este profesor de la Universidad de Comillas ha sido nombrado miembro de laComisión Teológica Internacional), que ponía en el martirio la esencia de la vida religiosa: "La significación del martirio en la Iglesia antigua nos puede suministrar el suelo más firme para garantizar tanto una identidad teológica consistente, como una espiritualidad vigorosa de la vida consagrada (...) Se da un nexo íntimo entre el martirio, su teología y su espiritualidad, y la vida consagrada", he releído ahora en la Introducción de aquel libro. La entrega de su vida del mártir es el testimonio más elocuente de lo que es y pretende el religioso al hacer sus votos.
Cuando Ignacio Ellacuría y sus compañeros fueron asesinados una noche de Diciembre en El Salvador, por estar muy cercanos a las causas de los más pobres de su país, hicieron comprensible con su martirio el intento jesuítico de buscar la promoción de la fe en el servicio a la justicia. Ahora estos dos ejemplares miembros de la Orden de San Juan de Dios, con su muerte martirial, han dado testimonio de lo que perseguían sus prolongadas vidas en África y del sentido que para todo el que lo quiere observar tiene su voto de hospitalidad: estar voluntariamente al servicio de los enfermos, hasta el punto de morir por el contagio de su enfermedad del ébola que el contacto con ellos les ha producido. Su muerte ha ha hecho patente lo que antes nos resultaba distante y desconocido, lo que no nosimpresonaba.
La muerte de Miguel Pajares y de Manuel Ruiz Viejo ha hecho comprensible para todos el significado abstracto de sus votos religiosos, la pobreza-castidad-obediencia como vehículos de su entrega personal y la hospitalidad como sentido y finalidad de lo que su vida de entrega persigue. Estos dos cercanos testimonios merecen el agradecimiento de cuantos lo hemos recibido.

domingo, 21 de septiembre de 2014

HA MUERTO RAMÓN ECHARREN, UN AMIGO

           El hecho de que al conocer la noticia de la muerte de Ramón Echarren la primera palabra que me ha venido a la mente es amigo, ya indica mucho sobre la manera de ser de este peculiar obispo. Ya hace bastantes días que murió, pero no quiero dejar de comunicar estos recuerdos,
          Ha muerto en Las Palmas, de donde fue obispo titular durante 27 años y donde permaneció 9 años más como simple obispo emérito. Ya en esto nos dio una sorpresa a muchos, porque pensamos que al jubilarse se iría a vivir a su Navarra natal o al Madrid donde vivió tantos y tan importantes años, y se quedó en la tierra que había adoptado como suya, en Canarias y en Las Palmas.
          Recuerdo de él, al primer golpe, su empeño a rajatablas de que todos le llamasen de "tu". No es sólo en la conversación personal en la que insistía en ello, sino también en los actos públicos en los que los formalismos se imponen con más rigor. Recuerdo un diálogo en un acto colectivo, celebrado en una parroquia y en el que habría más de cien personas, en el que, cada vez que uno iniciaba una pregunta hablándole de "usted", al instante lo cortaba en seco exigiendo el uso del "tu". Esto y las frecuentes manifestaciones de que le gustaba el fútbol, de que iba a ver por la tarde un partido televisado, etc., configuraban un aspecto de su personalidad que se podría tal vez tachar de "populismo" -¡palabra ahora de moda!-, pero que en él resultaba muy sincero y que, con el paso de los años, ha quedado como clara manifestación de su deseo espontaneo de sentirse popular y cercano a la gente. De hecho, creo que es el único obispo al que le he hablado de tu con total naturalidad.
          Aunque era muy hablador, y hasta incluso en ocasiones un tanto "voceras", era un hombre también claramente profundo. Todavía recuerdo, después de tantos años, la profundidad, sinceridad y hondura, con las que le oí hablar un día de la fe en Jesucristo, del papel que debe llenar Jesucristo en la vida de un cristiano o de un sacerdote. De él se podía afirmar que, al hablar en público, no decía tonterías, que siempre comunicaba algo de interés y bien pensado.
          Era un hombre muy bien preparado, con una formación muy solida. Había empezado la carrera de Ingeniero de Caminos, cuando se inclinó hacía el sacerdocio. Dentro del itinerario clerical, era Bachiller en Filosofía por la Universidad de Salamanca, Licenciado en Teología por la Universidad Gregoriana de Roma y Licenciado en Sociología por la Universidad de Lovaina. Era buen lector, pues, aunque también en su populismo entraba el pavonearse de leer mucho, de hecho se veían muchos, recientes y usados libros, al ir a su despacho.
          Había ocupado puestos importantes, antes y después de ser obispo. Recuerdo que, antes de ser destinado a Canarias, le hice una entrevista periodística siendo yo todavía estudiante en Granada, en la que, como Secretario General de Caritas y como Secretario Nacional del Clero, me hizo planteamientos que aún recuerdo como interesantes: "Caritas no es sólo para el pordiosero, sino para el necesitado, un concepto mucho más amplio, que cubre el desarrollo integral de la persona"; "los problemas del clero -expuso varios y muy diversos- no son conocidos por la sociedad", etc.
          La última vez que vi a don Ramón Echarren fue hace un par de años, en una visita mía a Canarias ya desde la península, estaba él ya jubilado y se encontraba sentado en uno de los bancos de la Plaza de Santa Ana de Las Palmas, me impresionó que calzado con una babuchas y acompañado por las personas que le han acompañado hasta su muerte. Hacía años que no nos veíamos, pero como siempre estuvo muy efusivo y tuve la impresión de que incluso me había reconocido personalmente... Lo recuerdo ahora y espero que, ya desde arriba, junto a Dios, también me reconozca y se ría con su espontaneidad de siempre por la cosas que ingenuamente he dicho de él...
 

domingo, 14 de septiembre de 2014

Mi entrevista con Paisley, q.e.p.d.


         La noticia de la muerte de Iam Paisley, inevitablemente, me ha traído a la memoria la “entrevista” que mantuve con él hace muchos años.

           Este recuerdo me sirve ahora de ocasión, tras la interrupción estival, para situarme de nuevo el compromiso comunicativo de “tras mi vidriera” 
                                                                          
               Cuando la situación en Irlanda del Norte era más enfrentada, al principio de los años 70, tuve ocasión de visitar aquel “condado británico” y preparar media docena de reportajes, que fueron publicados en el todavía bien vivo diario YA y distribuidos por la agencia LOGOS a su cadena de periódicos. A aquellos lejanos recuerdos he vuelto ahora para reproducir y evocar la figura de Iam Paisley.


               “Belfast, capital del caos”, titulé entonces aquella serie de apresurados informes. Pasé revista a los principales dirigentes de entonces, describí el ambiente embravecido de las calles (las marchas veraniegas de los “caballeros de la naranja”, orangemen, sembraban entonces el pánico entre la población católica) y, también, dediqué un artículo a la figura prominente de Ian Paisley.

               El intento fue entrevistarlo, para lo que me dirigí una tarde a la casa en la que vivía en una de las típicas y muy adocenadas viviendas británicas. Tenía un no muy grande jardín ante la puerta y, creo recordar, una mezcla de garaje o pequeña capilla de la congregación religiosa personal que ya lideraba, la Iglesia Libre Presbiteriana. Uno de sus cinco hijos, entonces un chavalito de pocos años, me abrió la puerta y, al decirle que quería hablar con su padre, recuerdo que casi gritó “Papá (el “dudy” sonaba hasta tierno en su boca infantil), preguntan por ti”.

               La figura de Ian Paisley era impresionante: corpulento, con muy poco cuello, con un tronco enorme cubierto entonces –aun en el interior de su casa- con un muy amplio collar clerical. Apenas me dejó hablar con él, porque, al decirle que quería entrevistarle, me dijo que él no recibía periodistas en su casa, sino en su oficina; y al decirle que era español (de lo que se deducía que católico), prácticamente me empujó hasta fuera de su casa, retrasando hasta varios días una eventual entrevista, en fechas en las que le había dicho que estaría ya fuera de Belfast.

               La actitud destemplada que tuvo conmigo  es un ejemplo típico de la reciedumbre del carácter que entonces tenía. Enemigo visceral de la Iglesia católica, había llegado a mofarse de de la concepción romana de la Eucaristía en una programa de televisión. Su odio contra el IRA lo proyectaba contra los católicos, con la virulencia de su carácter fuerte y apasionado. Bastantes años después, en la visita del Papa Juan Pablo II a Gran Bretaña en 1988, en el solemne acto protocolario del Parlamento británico, Paisley interrumpió el discurso papal, exhibiendo una pancarta y profiriendo grandes gritos de “El Papa es el anticristo”. El comedido parlamentario británico Otto de Aubsburgo rompió del todo su compostura y, como enlances de honor a la antigua usanza, propinó un solemne puñetazo en el rostro del también desbocado Ian Paisley. Cuenta el biógrafo de Otto de Aubsburgo que la reina de Inglaterra Isabel II comentó aquella noche: “¡Qué bien ha estado Otto!”.

               Obviamente, la ardiente fogosidad de este hombre se aplacó en los últimos años de su vida. Aunque se opuso inicialmente a la Declaración de Downing Street de 1993 y a los Acuerdos del Viernes Santo de 1998, terminó dando marcha atrás y posibilitando y tomando parte en un gobierno de alianza con los católicos. Como ha comentado Luis Ventoso, en un amplio obituario del ABC, “el león se iba ablandando, hasta que al final perdió los dientes”.

               La que firma el obituario de EL PAÍS, Patricia Tubella, afirma que, “al tiempo que podía saltar a la palestra como el más intransigente y feroz de los líderes unionistas, era un encanto de hombre en las distancias cortas”. Personalmente no tuve ocasión de tomar contacto con  este semblante amable de Iam Paisley, pero no tengo duda de que su llegada ante el Padre le habrá hecho sonreír al recordar los abundantes despropósitos     que tuvo durante su vida. Q.e.p.d., que en paz descanse.