jueves, 13 de septiembre de 2018

¿Por qué tanta gente?

 




           El 8 de septiembre, jornada de las Patronas en muchísimas localidades de toda España, fue el día elegido para una procesión extraordinaria de la Virgen del Rocío. El motivo era el inicio de la celebración del Centenario de la Coronación canónica de la Virgen del Rocío, en la misma fecha en la que el Cardenal Almaraz, Arzobispo de Sevilla, firmó el Decreto por el que -justo al año siguiente, después de los trámites romanos del procedimiento- se llevaría a cabo la Coronación. La anticipación se ha hecho porque la fecha exacta de la Coronación coincide con la celebración de la Romería, en los días de Pentecostés del año próximo. Este es el motivo riguroso por el que la procesión extraordinaria se ha celebrado en este fecha.


INTENTO DE DESCRIPCIÓN
Lo que importa no es el motivo del acontecimiento, sino la multitud que este hecho ha congregado. Es lo que pretende resaltar este pequeño comentario.

Para poder hacerse cargo de la gente que inundó el acto hay que conocer algo el enclave físico de la aldea del Roció. El Real es una inmensa explanada, situada en un primer tramo al lado de la ermita, pero que se extiende después hasta el Acebuchal, casi al final de uno de los lados de la aldea. Los dos tramos de la gran explanada se acercarán o sobrepasarán un kilómetro de largo, con un ancho dispar en cada tramo pero que siempre habrá que contar en centenares de metros. El Real es el centro neurálgico del Roció, lo que sólo casi conocen los que sólo visitan la ermita, y no se pueden explicar que la población de la aldea esté alrededor del millón de personas en la Romería (el Rocío nuevo ocupa, hacia el Norte de la aldea, varias inmensas explanadas semejantes a la del Real y añade además media docena de transversales calles rectilíneas de tal vez más de un kilómetro de largas que, desde la primera gran explanada de el Eucalistal, llegan hasta el Puente del Rey). Un Rocío insospechado, que da el principal cobijo a las inmensas multitudes que coyunturalmente se congregan en la aldea.

En este caso, la mayor masa de gente se congregó en el primer tramo del Real, junto al monumento que conmemora precisamente la Coronación de la Virgen hace ahora un siglo. El momento culminante fue a las dos de mañana, cuando los jóvenes tambolireros de la Virgen iban a tener una pequeña actuación y se iba a entonar una Salve a la Señora. La multitud era realmente impresionante. Las fotografías no dan impresión cabal de la cantidad de gente que allí había.

Antes de acercarse a este punto del Real, la Virgen había llegado hasta el otro extremo de la gran explanada, hasta el Acebuchal. En esos momentos el gentío ocupaba toda la gran explanada completa. Resultaba muy difícil poder acercarse a la Virgen. Una masa abigarrada, sin espacios intermedios, impidiendo cada uno con los brazos que los demás lo aplastasen, cubría todo el recorrido. Personas de todas clases, hombres y mujeres, con representación de todas las edades, también con muchos grupos de jóvenes. Una multitud del todo diferente a la de una procesión convencional, con tipos humanos impensables en cualquier iglesia. Nunca recuerdo en un espacio abierto una multitud semejante.

EXPLICACIÓN DIFÍCIL
¿Por qué tanta gente?, es la pregunta que surge al contemplar un espectáculo de este tipo. La pregunta es obvia, pero la respuesta no es nada sencilla.

Para acuciar el sentido de la pregunta hay que tener en cuenta que todo este máximo gentío está congregado en plena noche, a las dos de la madrugada. La procesión se inició pocos minutos antes de las 12 de la noche, después de acabar a duras penas la lectura del Decreto sobre la Coronación que se conmemoraba y el rezo de un Rosario, y se recogió, después de ocho horas de recorrido, con los primeros albores del día, a las 8 de la mañana. Todo el recorrido fue, pues, nocturno.

Durante el paso por el Real, con un público sorprendentemente mucho más numeroso que en otras ocasiones; pero, durante el resto del recorrido oficial y hasta la vuelta a la ermita, con un acompañamiento también de muchos millares de personas, semejante al que tiene en las procesiones de la Romería. En la noche deslumbraron mucho los fuegos de artificio preparados por la organizadora del evento, la Hermandad Matriz, pero el ver unos fuegos no explica de ninguna forma una asistencia tan numerosa. Casi un misterio resulta que en la noche se reuniese un número tan gigantesco de personas.

Tal vez hay que tener en cuenta que en Pentecostés la procesión, siendo el principal, es uno de los actos que tienen lugar en los ya cuatro días de la Romería. Mientras que en esta ocasión no había más que un máximo 24 horas de reunión en el Rocío y, las personas que se habían desplazado, tenían claro que venían para participar en la procesión. En los días anteriores, la prensa había dicho que se esperaban entre trescientas y quinientas mil personas en la aldea por este acontecimiento, pero la cifra global es menos importante que la inconmensurable muchedumbre que rodeó a la Virgen durante su procesión por la aldea.

Al llegar a este punto, hay que preguntarse qué tipo de sentimientos, qué tipo de fe, tiene en su interior cada uno de los asistentes a esta procesión. La primera sorpresa, nunca suficientemente explicada, es la fuerza ancestral que impulsa a los almonteños para sacar y llevar a la Virgen -para meterse debajo de la Virgen- de forma tan absolutamente insólita como en esta procesión se hace. En los que acuden para ver y acompañar la procesión, el "tirón de la Virgen" parece que es lo único que puede explicar el pasar esta noche sin dormir. Pero este tirón, este sentimiento de la Virgen, es vivido de forma muy diferente por los tan numerosos y tan diversos participantes.

Para casi todos es algo inefable e inexpresado, teniendo conciencia sólo de un sentimiento muy arraigado. La cualificación de los sentimientos de cada cual es extremadamente variada, según el nivel de religiosidad que cada uno vive en su interior. Muchos exteriorizan su admiración fundamentalmente por la imagen, fijándose en el traje que lleva -el mismo que el día de su Coronación, hace 100 años-, en la cara tan bonita que lleva la Virgen, en los mil detalles que una mirada entrañable sabe descubrir en la imagen. Muchas personas se recogen lágrimas, cuando la Virgen se encuentra muy cerca de ellas. Con sentimientos sin duda muy heterogéneos y diversificados, hondura es tal vez la palabra que, con muy diversos niveles de emoción y de sentimientos, expresa mejor el contacto de la gente con la Virgen.

Explicar el fenómenos humano de tantísimos miles de personas que circularon esta noche alrededor de la Virgen, no es tarea sencillamente abarcable. Harían falta estudios sociológicos y antropológicos para avanzar en la investigación de las motivaciones y las causas que movilizan hacia la Virgen del Rocío. Los no creyentes, y los creyentes que no comprenden nada el fenómenos rociero, dan explicaciones meramente naturales y hasta menos nobles a la atracción y el atractivo que para muchos tiene la Romería y todo lo rociero. En el caso de esta procesión nocturna, con todo, los atractivos humanos y diversivos estaban mucho menos presentes, eran prácticamente inexistentes. Sin un componente de fe, sin contar con el atractivo sobrenatural de la Virgen, resulta muy difícil entender el significado de esta insólita procesión nocturna de la Virgen del Rocío.



RELIGIOSIDAD POPULAR
El descrito es un caso de religiosidad popular, un concreto del concepto abstracto que es la religiosidad popular. Con las características muy particulares apuntadas, pero dentro del fenómeno mucho más amplio de las formas que cada pueblo tiene de relacionarse con el mundo de lo sobrenatural, con el Señor, con la Virgen, y con todo el mundo de lo sagrado.
El mismo 8 de septiembre es el día de innumerables Patronas de muchas localidades españolas: la Cinta, en Huelva; la Victoria, en Málaga; Monserrate, en Alicante, Nuria, en Barcelona.… Cada pueblo tiene su idiosincrasia y sus costumbres patronales. El fenómeno de la religiosidad popular es insondable, y siempre merece la pena acercarse a él para profundizarlo. Lo popular, como lo personal, siempre encierra misterios para el que pretende conocerlo a fondo.  

lunes, 3 de septiembre de 2018

¡Un respeto para el SECRETO DE CONFESIÓN!

 

 






















Me sorprendió mucho una "noticia" publicada en la Primera Página de El País, a tres columnas, con el siguiente titular: "La Iglesia mantiene el secreto de confesión para los abusos", remachado con este subtítulo: "Los obispos australianos dicen que se protege mejor a los niños con el sigilo y rechazan denunciar a los curas que confiesan ser pederastas" (1 Septiembre 2018). Así, todo mezclado, a río revuelto, ganancia de pescadores . Aquí no había noticia, sino un dardo envenenado.

¿QUÉ HAY DETRÁS DE ESTE ATAQUE?
La información resulta tremendamente confusa, intencionadamente mezcladora de planos de la realidad, porque mezcla ahora las 85 recomendaciones publicadas en agosto de 2017 por una Real Comisión Australiana para evitar los abusos de la pedofilia; la advertencia de uno de los seis Estados Australianos sobre la obligación de declarar sobre lo tratado en confesión; y la publicación de una Nota de la Conferencia Episcopal Australiana sobre la aceptación por el Papa de la renuncia de un Obispo culpado de ocultar la pedofilia. Se mezcla el triste hecho del abuso de menores, con la ocasional ocultación por algunos de estos hechos, con el tema clásico del secreto de confesión, queriendo con la mezcla de todo esto dar a entender que el secreto de confesión es la causa de la pedofilia y de la ocultación por algunos de los hechos pedófilos.

La intención torcida del periódico se vuelve más clara con la publicación al día siguiente (2 Septiembre 2018) de una indignante columna -¡Qué suerte tienen los delincuentes católicos!-, firmada por la redactora y subdirectora del periódico, Berta González Harbour, que arranca con estas frases: "Los católicos... han tenido históricamente la ventaja de poder pecar siempre que luego visiten al confesionario para pasar la bayeta. Allí el confesor les aguarda como un decidido Mister Proper dispuesto a trasladar el perdón divino que borra los pecadillos de su historial. No quedan antecedentes penales tras rezar tres avemarías". Después de este "respetuoso" comienzo, mezcla el supuesto "machismo prefeudal" de la iglesia y el "voto obligatorio del celibato" con el recuerdo que ahora han hecho los obispos australianos de la inviolabilidad del sigilo sacramental, presentándolo como culpable de los casos de pedofilia estudiados por la Real Comisión hace muchos meses. La intención está hasta manifiesta: "Hoy defienden el secreto dela confesión con la misma convicción con la que han practicado el encubrimiento y traslado de los sacerdotes involucrados en abusos". Reconoce que no es así la práctica actual más extendida, pero afirma por su cuenta que "debería" el derecho penal obligar a saltarse el sigilo sacramental exigido a los confesores por el derecho canónico.

DEFENSA DEL SECRETO DE CONFESIÓN
El sigilo sacramental, el secreto de confesión, merece un poco más de respeto, sin mezclarlo ni hacerlo responsable, de los lamentables casos de la pedofilía.

Por lo pronto, porque no es verdad que los causantes o encubridores de pedofilía acudan todos en fila al confesionario, como parecen indicar los comentarios anteriores. Probablemente, la mayoría de los confesores no se hayan visto nunca obligados a guardar el secreto en esta materia, porque no se les ha presentado nunca un caso al respecto. Mezclar el secreto de confesión con toda la turbiedad de la pedofilía supone la mala intención de enfangar en todo a la Iglesia.

Además, porque, si en algún caso el causante o encubridor de abusos sexuales acude al confesionario, es el confesor el que tendrá que exigir al penitente los comportamientos que estime oportunos, respecto incluso a la denuncia del caso donde proceda. El confesor puede llegar hasta negar la absolución si nose atienden sus exigencias, pero nunca puede usar fuera del confesionario lo que allí ha oído.

Hay que saber, también, que la tutela de la inviolabilidad del sigilo sacramental -"está terminantemente prohibido al confesor descubrir al penitente, de palabra o de cualquier otro modo, y por ningún motivo" (Código de Derecho Canónico, 983), ha ido "gradualmente intensificándose" por el Derecho Civil "en la legislaciones de todo el mundo". Esta frase del doctor en Derecho Canónico Rafael Navarro Vals, ex portavoz muchos años de la Santa Sede en Roma, en un artículo publicado en El Mundo (28 Agosto 1999) y que ahora he recuperado en internet. Resume que, en Francia, "se extiende al secreto de confesión la protección que suele otorgarse al secreto profesional (abogados, médicos, notarios, etc)"; en el mundo sajón, la protección del secreto de confesión proviene de "la tutela de la libertad religiosa a través de la objeción de conciencia"; en Italia, el secreto de confesión "es conceptuado como como objeto expreso objeto de tutela civil".

MÁS RESPETO
Es lástima que al secreto de confesión se le haya de alguna manera presentado como causa de la pedofilia. Este secreto debe considerarse como algo sagrado. Lo que se oye en confesión es como si no se hubiese oído, pasa al instante al terreno del olvido. Se dice incluso que cuando un confesor ha negado la absolución por cualquier motivo a un penitente, si éste se acerca luego a comulgar y el confesor está presidiendo la Eucaristía, debe admitirle a la comunión como si nada supiese porque la conversación en el confesionario ya ha entrado en el terreno del olvido.

El carácter sagrado del secreto confesional se apoya, incluso, con el recuerdo histórico del cazo de San Juan Nepomuceno, confesor de la Reina, que murió como mártir al no querer declarar cuando le preguntaron si la Reina había o no traicionado al Rey. La defensa del secreto de confesión es algo superior a la defensa de la propia vida.

SEPARACIÓN NECESARIA
El Papa Francisco le está dando a los abusos sexuales el trato que justamente merecen. En la "carta a los fieles católicos del todo el mundo", que escribió inmediatamente antes de su reciente viaje a Irlanda, trata abundantemente sobre el sufrimiento y las obligaciones de la Iglesia en este tema. En esta carta afirma que "con vergüenza y arrepentimiento, como comunidad eclesial, asumimos que no supimos estar donde teníamos que estar, que no actuamos a tiempo reconociendo la magnitud y gravedad del daño que se estaba causando en tantas vidas. Hemos descuidado y abandonado a los pequeños". La sinceridad de las varias páginas de la carta de Francisco resulta estremecedora.

Pero no hay derecho que, por implicar aún más a la Iglesia en todo este turbio asunto, se cruce el tema con el del sigilo sacramental. El que los obispos australianos hayan ahora reconocido de nuevo la inviolabilidad del secreto de la confesión no da derecho alguno a acusar a esta obligación sagrada de ser la causa de los males que se han producido por otros muy diversos motivos. La intencionalidad malévola no debe confundir y mezclar unas cosas que no tienen entre sí conexión alguna. ¡Más respeto por el secreto de confesión!.