domingo, 6 de noviembre de 2016

¿Qué es la democracia?

         


         
         Me sorprendió y me han hecho pensar unas declaraciones que leí hace pocos días de la alcaldesa de Madrid, Manuela Carmena, en las que afirmaba que la democracia representativa está ya pasando, que había que buscar nuevos modelos. Carmena es ex magistrada y buena jurista, y no es de pensar que hable a la ligera. Acaba de tener la conferencia inaugural de una serie dedicada a la vida municipal en Entreparéntesis, un centro de opinión de los jesuitas de Madrid, aunque en otros ambientes sea menos apreciada por sus actuales vinculaciones políticas.

          ¿Qué es la democracia? Por lo pronto, el hecho de que con frecuencia le pongamos una adjetivo manifiesta a las claras que el término democracia no es unívoco, que requiere ulteriores determinaciones, que bajo el mismo nombre se cobijan realidades bien diferentes.

          Estos días pasados me sorprendió que los que quisieron rodear el Congreso por la investidura de Rajoy lo hicieran en nombre de la democracia. Por lo visto, consideraban ellos que, actuando fuera del Congreso y en contra de las decisiones legalmente adoptadas por los representantes del pueblo (¡ha costado muchos meses llegar a adoptar mayoritariamente esta decisión!), eran más demócratas que los demócratamente elegidos para tomar esta decisión.

          Son dos concepciones diferentes de la democracia, una representativa y otra populista: una reconociendo que no todos deben adoptar las decisiones sobre todas las cuestiones técnicas y difíciles y eligiendo por tanto para ello a los que ocupen los puestos representativos de todos en el Congreso, y otros afirmando quiméricamente que todos deben participar en todo y protestando violentamente por lo que (¡el reducido grupo de los que se manifiestan!) consideran  como ilegítimo. Dos concepciones prácticamente irreconciliables, dentro y fuera del sistema.

          Hasta ahora le había concedido el mérito a Podemos de haber metido dentro del sistema a los descontentos antisistema que se manifestaban sine die en la Plaza del Sol de Madrid y en otros muchos lugares de España. Pero ahora Podemos e Izquierda Unida han vuelto a las andadas y pretenden trabajar tanto desde dentro como desde fuera del Congreso, defendiendo al sistema y luchando al mismo tiempo contra el sistema. Vargas Llosa ha dedicado el último de sus lúcidos artículos en El País a lo que, usándola terminología de un periodista alemán denominaba democracia rabiosa, los que luchan desde la rabia para ensanchar los para ellos reducidos márgenes del sistema.

          Los que recordamos la democracia orgánica franquista soñábamos con la nueva era de una única democracia, sin más apelativos y unánimente aceptada por todos. Pero el tiempo ha vuelto a ensuciar los cristales y no todo se ve ya traslúcidamente a su través. Hay quienes se plantean una democracia diferente, en términos todavía peligrosísimamente indefinidos.

         ¿Aporta algo el Evangelio y la fe cristiana a toda esta polémica? En el tema técnicamente político, el Evangelio siempre queda abierto. Pero hay una serie de valores -el respeto a las opiniones ajenas, el no juzgar de los comportamientos de los demás, el buscar lo que más contribuya a la paz y a la justicia, el hacer idealmente posible el amor, etc.-, por los que siempre el Evangelio nos impulsa a luchar. De la actual imprecisión sobre la democracia, el creyente no se puede sentir desentendido. Hay que luchar por que la democracia más plena se abra camino.


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