sábado, 3 de diciembre de 2016

HA MUERTO PETER-HANS KOLVENBACH

Peter-Hans Kolvenbach es para muchos un desconocido, un rostro y un nombre raros, que no provocan resonancias. Al haber sido 24 años General de la Compañía de Jesús, para el entorno de los jesuitas, sí es un hombre importante, tal vez esté incluso unido a recuerdos personales. Visitó nuestro país en diversas ocasiones –para hacerse presente en las cinco circunscripciones, Provincias, hasta hace pocos años todavía existentes en España- y esto dio ocasión a que muchas personas participaran en algunas de sus intervenciones públicas. Con todo, incluso en este entorno, es un nombre menos conocido que Pedro Arrupe o Adolfo Nicolás, su antecesor y su continuador en el mismo cargo, hombres tal vez más familiares por acá por ser de origen español. Los medios españoles se han hecho bastante eco de su muerte, ocurrida hace ya hace días. Pero ahora puede ser un buen momento para el análisis, para contemplar desde detrás de la vidriera, algunos perfiles de su personalidad. 1. Austero. Impresionaba mucho de su personalidad, la austeridad. Viajaba mucho por todo el mundo con un equipaje exiguo, una carterilla de mano, en la que sólo podrían caber los útiles de aseo y poco más. Solía usar una sotana romana muy negra –sin pretenderlo, dando así pábulo a la leyenda del papa negro- y, en ocasiones, un clergyman también negro, bastante raído. Al viajar no visitaba monumentos, se concentraba en el objetivo único de sus visitas: en una ciudad andaluza, los que le llevaban en el coche se empeñaron en pasar por alguno sus monumentos paradigmáticos, y Kolvenbach aprovechó para ojear las notas del discurso que tenía que pronunciar a continuación, sin apenas mirar las maravillas arquitectónicas que pretendían enseñarle. 2. Curioso. La austeridad no está reñida con el ansia de saber cosas, con la curiosidad. Kolvenbach era un hombre muy abierto a la realidad, muy atento a lo que le decía el que estaba hablando con él, muy interesado por las personas y por los asuntos. Una original muestra de su curiosidad era que, que en sus frecuentes viajes en avión, se iba siempre al aeropuerto mucho antes de la hora de salida del avión, para zambullirse un buen rato en la observación del muy variopinto mundo que siempre ofrecen las terminales. 3. Sajón. Era un hombre radicalmente sajón, poco latino. No entendía los circunloquios, las frases introductorias de cumplido. En su conversación, iba al grano directamente. Me impresionó oírle una vez constatar que, en los escritos de un mismo texto traducidos a distintos idiomas, siempre ocupaban muchos más renglones y páginas los vertidos a las lenguas latinas que los traducidos a las lenguas sajonas. De forma semejante, él era parco en palabras inútiles. 4. Obediente y libre. Su rasgo tal vez más definitorio como General de los jesuitas es que logró normalizar y suavizar las relaciones entre la Compañía de Jesús y la Santa Sede, que durante el último periodo de Arrupe se habían tensionado sorpresivamente. Con su personalidad sin dobleces, con sus aceptación voluntaria y consciente de todo lo que provenía de las más altas instancias romanas, con su obediencia muy radicalmente entendida, disipó los nubarrones que se habían podido fraguar con anterioridad y reestableció el clima de mutua confianza, tradicional desde siempre entre los jesuitas y el Papado. Con Benedicto XVI tuvo unas relaciones cercanas y cordiales, facilitadas por el hecho de que ambos se comunicaban en su lengua materna alemana. Kolvenbach, sin embargo, mantuvo siempre una libertad que impresionaba mucho –particularmente, a los latinos- por hablar sin ambages ni disimulos tanto sobre la Compañía de Jesús como sobre la Santa Sede. Cuando Francisco, en la reciente Congregación General 36, le pidió a los jesuitas que fuesen obedientes y libres, sin pretenderlo trazó tal vez el rasgo más característico del Generalato de Kolvenbach. 5. Humor. Los rasgos anteriores podrían hacer sospechar que Kolvenbach era una personalidad adusta, de trato difícil. No era así. Su memoria prodigiosa le permitía recordar las personas y aún las conversaciones, lo que facilitaba mucho el trato con él. Pero además jalonaba frecuentemente su conversación de detalles de humor, distensionadores de cualquier rigorismo. Una anécdota, para terminar. En su visita a Úbeda, me tocó hacer su presentación en el salón de actos repleto de público de la SAFA, la Institución jesuítica que estaba visitando. Pensé que hablando de prisa en castellano, le costaría entender lo que estaba diciendo para la gente que asistía al acto. Cuando salimos del salón de actos, ya sin público, me dijo con humor cariñoso: - En su presentación, ha dicho tres cosas que no son verdad: 1) Que yo soy holandés. Es como si yo le dijese a Vd., siendo andaluz, que es castellano: yo no nací en Holanda, sino en una de las otras dos regiones –autonomías, decimos acá- también existentes en los Países Bajos. 2) Que yo soy filólogo: soy sólo lingüista, que es algo distinto. 3) Ha dicho que tengo 73 años, y tengo 74: para calcular su edad en aquel momento yo había visto sólo su año de nacimiento, sin tener en cuenta los meses. Tres toques de humor, que rompían por completo el formalismo. Ha muerto Peter-Hans Kolvenbach, un gran P. General de los jesuitas, una personalidad desde luego no latina, pero un hombre entrañable situado más allá de todos los formalismos.

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