domingo, 3 de noviembre de 2013

SENTIRSE CONTRA CORRIENTE

          Resulta particularmente molesto sentirse contra corriente. Y últimamente me encuentro reiteradamente en esta situación. 
          La primera vez que recuerdo con nitidez que me descubrí en contra de la opinión ambiente fue cuando España no fue elegida para organizar los Juegos Olímpicos. No llegué nunca a comprender ni la confianza total en que España iba a ser elegida, ni la posterior decepción nacional casi unánime por la elección que llevó a cabo el numeroso Jurado Olímpico convocado al efecto. Que casi todas las Autoridades españolas se desplazasen a Brasil, acompañadas por muchísimos corifeos, para "recibir" una elección que nunca averigüé por qué daban por tan segura; que en Madrid se montase un descomunal escenario y se convocase a una multitud aparentemente cierta de la concesión; después del fracaso obtenido, la decepción tan unánime y las voces airadas de protesta; todo esto, en su conjunto, supuso el descubrimiento de una opinión pública muy mayoritaria, de la que me sentí personalmente muy alejado, muy contra corriente.
          Más cercanamente, me está ocurriendo algo parecido con toda la tolvanera que se ha levantado por la "desautorización" de la doctrina Parot. No soy experto jurídico, pero no estimo tan desproporcionado que el Tribunal de Estrasburgo haya sentenciado que, cuando el Código Penal español aún no lo condenaba (éste no fue modificado hasta 2008), no había por qué juzgar en contra de los imputados afectados, no había que prologar las penas sin una ley que así lo prescribiese. En este tema, el sentirse contra corriente es aún más arriesgado, pues el Tribunal Supremo y el Tribunal Constitucional de España, habían sentenciado a favor de la extensión en el tiempo de las condenas, sin que yo haya llegado a conocer a fondo y a entender la fundamentación de estas decisiones. Con modestia y con temor, no lograba captar que, sin un precepto legal que así lo sancionase, se pudiese fundamentar una sentencia impugnadora de las personas afectadas. El que estas personas fuesen terroristas, con crímenes abominables a sus espaldas, no excusaba esta interpretación más severa, sin la existencia de una ley que así lo regulase. En este caso, el no llegar a comprender el parecer tan acorde de casi toda la opinión pública española, resultaba francamente molesto. 
          Todavía hay otro motivo de este malestar. No logro entender la amplitud de campo que están cubriendo las Asociaciones creadas, según entiendo, para mantener la memoria de las personas asesinadas por los terroristas. El que la realización de aquellos asesinatos fuese tan horrible no entiendo por qué justifica una presencia tan universal de estas Asociaciones en todas las cuestiones políticas relacionadas con el terrorismo. De forma parecida, me cuesta también entender la presencia tan repetida en los medios de comunicación de los padres y demás familiares de niños o jóvenes asesinados de forma clara y no siempre descubierta y llegada a condenar por la justicia. El dolor por una persona querida, la vindicación incluso de su memoria, no logro entender que produzca una intervención pública tan dilatada. 
          Nadar contra corriente provoca mucha más dificultad que dejarse suavemente llevar por una corriente impetuosa. Sin llegar a mantener unas posturas dogmáticas y muy seguras al respecto, el sentirse en estas ocasiones contra corriente no puede uno dejar de hacerlo si es honesto intelectualmente, pero con conciencia del malestar paralelo que estas actitudes desencadenan. Sin pretender sacar muchas más consecuencias, invitando tan sólo a opiniones alternativas sobre esta materia, sólo pretendía destacar el hecho de lo molesto que resulta sentirse contra corriente.          

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