domingo, 23 de noviembre de 2014

Brandemburgo, Berlín ¿Hay más muros?

           La vivencia y la reconstrucción de momentos históricos que uno no ha vivido resulta del todo diferente a aquello de lo que se conservan recuerdos directos y familiares. Durante el largo periodo de la Transición siempre pensé que España resultará de verdad diferente cuando ya no vivan personas con imágenes vividas durante la Guerra Civil e, incluso, con recuerdos personales de la época de  Franco.
                                                                                                                                                         
 
         
          La conmemoración de la caída del muro de Berlín -un hecho histórico del que por la distancia no conservo recuerdos personales- me ha coincidido prácticamente con la terminación de la lectura de un apasionante triller inglés llamado Brandenburg. Su autor, Henry Porter, es un veterano redactor del diario The Guardian, que compatibiliza el periodismo con la escritura de obras de ficción enmarcadas en la realidad más o menos actual. Brandenburg recibió el premio al mejor triller inglés de 2005.
 
          El arte de esta novela reside en que sitúa la caída del muro de Berlín, el 8 de noviembre de 1989, en el centro de un intrincado triller, de tal manera que la descripción de las bandadas de personas que saltan hasta la puerta de Branderburgo en la madrugada de esta jornada se convierte en el punto culminante de una novela, en el auténtico climax que desencadena una trama -urdida durante las ocho semanas anteriores-  y en el comienzo de la liberación de unos personajes que han estado en continuo peligro de muerte durante toda la trama de la novela por su trabajo como espías en el mundo opaco de la Alemania Oriental. La rocambolesca pareja de espías, que son los personajes de esta novela, se juntan en la misma puerta de Brandemburgo con el oficial de la Stasi que les persigue, siendo la masa de personas que inunda este lugar en esta noche las que literalmente liberan a los dos espías de las garras ya sin garfios de su enconado perseguidor. Empujados por la masa hasta lo alto del muro, el personaje femenino exclama entre lágrimas: ¿Es esto verdad? Nunca ha habido un momento histórico semejante. ¿Estamos soñando?
 
          El arte de esta novela me ha permitido revivir un hecho que, en los días pasados, han conmemorado extensamente todos los periódicos y publicaciones de nuestro entorno, por cumplirse hace pocos días los 25 años del acontecimiento. Inevitablemente, el recuerdo del Muro de Berlín y de la Puerta de Brandemburgo, me ha hecho preguntarme si existen todavía muros similares, barreras que impiden el paso de personas o de ideas.

          Entristece, desde luego, el recuerdo de la valla de Melilla, para intentar cortar la invasión de los inmigrantes procedentes de África; o la valla de Jerusalén, para impedir que los palestinos invadan las zonas de asiento de los israelitas; o más lejos, los sofisticados sistemas norteamericanos para intentar impedir (o disminuir) la entrada de los latinoamericanos en el Edén USA... El uso de la fuerza, de los medios coactivos, continúa impidiendo el libre trasiego de los diferentes habitantes del planeta. La existencia de pasaportes, y de su control en las aduanas, ya intentaba establecer frenos para el trasiego internacional de las personas, pero, ante la ineficacia de este método, se sigue intentando evitar por la fuerza lo que por medios pacíficos resulta imposible.

           La tardía y casi forzada apertura de la puerta de Brandemburgo me ha hecho pensar también si no existen muros y portones cerrados para el libre ejercicio de las ideas. Una treintena de años después de la desaparición de Mussolini, en un año de estudios en Italia, siempre me pregunté dónde se escondían en ese momento las multitudes que anteriormente lo aclamaban en las plazas. Semejantes preguntas se podrían hacer en los años alemanes posteriores a Hitler. Todavía me sorprende en España el silencio que en general guardan los convencidos del sistema de Franco, que no eran pocos y que no todos están ya muertos.

            Lo políticamente correcto es una barrera que intenta obligar a muchas personas a no expresar con plena libertad sus ideas, a callar pareceres propios o atender e incluso jalear opiniones de las que no se está enteramente de acuerdo. El fenómeno desde luego es complejo, porque existen ideas que sobradamente merecen ser perseguidas; pero el otro lado del problema es que impedir o dificultar la expresión de las ideas propias -políticas, morales, religiosas, de costumbre personales o colectivas- no parece tampoco siempre correcto.

            Esta problemática plantea interrogantes de difícil solución. Es muy fácil caer en la demagogia en estos temas. La caída del muro del Berlín evidencia que la libertad llega un momento que estalla, que vence las barreras que antes le parecían infranqueables. La existencia de tantas zonas protegidas por lo políticamente correcto, con todo, hace surgir la pregunta sobre si no serán estas zonas excesivas, si no hace falta también que caigan ciertas vallas actuales que impiden la libertad de las personas y de las ideas. El cuándo y el cómo no será fácil establecerlo, pero en algunos momentos es ya necesario y resultará a la larga inevitable.

 

         

1 comentario:

  1. En mi opinión, lo políticamente correcto, es uno de los mayores lastres hoy, posiblemente siempre, para hablar y actuar con sinceridad; en cualquier ámbito de nuestro transcurrir diario.
    Creo que nuestro actuar debe ser al margen de lo políticamente correcto. Lo legal, con frecuencia, no es ético ni moral. Nuestro Señor Jesucristo ya lo demostró, y le costó la vida.

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