domingo, 9 de febrero de 2014

¿REVOLUCIÓN DESEADA?

          "Hemos perdido últimamente tantas cosas que ahora ya hemos perdido el miedo". Este comentario, atribuido a un vecino del polémico barrio zaragozano de Gamonal, servía a un comentarista reciente de prensa para evocar la revolución pendiente, que no acaba nunca de llegar...
          Sigo con interés las referencias a los movimientos colectivos de protesta -con denominador común de manifestaciones de insatisfechos-  que se han venido celebrando en los últimos tiempos en España y en el exterior, y me sorprende la diversidad con la que son contados y valorados estos sucesos.
          Algunos, los condenan como productos inequívocos de los antisistema, que buscan objetivos quiméricos por caminos situados al margen de la democracia formal. Otros,  los acogen con simpatía, casi los jalean, viendo en ellos la aurora de la posible revolución que algún día tendría que llegar.  En algunos países -Túnez, Egipto, Libia, como es sabido-, estos movimientos han producido clamorosos cambios de gobierno. En otros -Ucrania, Siria, Brasil, Chile- se reiteran las manifestaciones masivas de protesta, de intensidad diversa y de resultados aún no del todo contundentes.
          En España hubo amagos importantes de estas protestas callejeras masivas, posteriormente diluidos sin trascendentes consecuencias. El último brote destacable ha sido el de Gamonal, donde las manifestaciones en Zaragoza y sus réplicas en bastantes otras ciudades españolas, parecían desbordar mucho los márgenes de una discusión municipal sobre el trazado de una avenida y de un bulevar. Algunos parecían detectar la chispa provocadora de un posible incendio mucho mayor. 
         Me llama la atención el supuesto deseo de que estalle la situación actual, ese complejo fenómeno al que se suele  llamar crisis. En general y simplificando, la izquierda comprende mejor y hasta simpatiza con estas manifestaciones, mientras que la derecha no los entiende y hasta las demoniza. Algún comentario he visto que se remonta a la revolución inexistente en la reciente historia de España para interpretar los soterrados deseos de revolución que, más o menos claros, aparecen ocasionalmente en nuestra variopinta sociología actual. Es claro que los que simpatizan con el gobierno actual y ven como positivos sus intentos de reconducir la situación económica se encuentran muy distantes en la valoración de estos hechos que los que consideran detestable e incomprensible la dinámica del actual gobierno. Siempre, tristemente, la diversidad y el enfrentamiento de las dos Españas. 
         Dejo abierta la interpretación completa de estos complejos fenómenos. Intuyo y hasta desenmascaro que la valoración final se fragua mucho más arriba de los mismos hechos, cuando el río está todavía próximo a sus primeros manantiales y puede incluso derivar por una u otra vertiente. Cuando se llega a la discusión de lo inmediato, las opiniones están ya tan diferenciadas y hasta enfrentadas que hacen muy difícil el diálogo sobre éste y sobre otro cualquier tema opinable. Y en este tema concreto, me atrevo a opinar que una revolución, la ruptura de un sistema -máxime si es democrático-, es un peligro muy arriesgado como para tocarlo sin mucha seriedad, un fuego con el que no resulta aconsejable jugar.  

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