lunes, 5 de octubre de 2015

Muerte de un cura rociero, P. Quevedo sj

          Me obliga, casi, a reabrir el blog la muerte del P. Quevedo. Todo el verano he estado sin colocarme "Tras la vidriera", cogido por otras ocupaciones que me han impedido el sosiego de la observación serena de lo que ocurre a mi alrededor, la mirada tranquila al mundo exterior con todo su variopinto acontecer.
          ¿Por qué la muerte del P. Quevedo invita a la reflexión?
          Inicio este pequeño comentario cuando la primera efervescencia de su muerte ya ha pasado, cuando los muchos que le conocían en el mundo rociero han expresado sus pesares, cuando ya incluso se le ha celebrado su entierro en la Málaga que le vio nacer y a la que ha vuelto justo para morir.
        El mundo rociero ya no es tan reducido -son 110 Hermandades, provenientes no sólo del contexto andaluz sino de otras partes de España e incluso de algunos lugares del extranjero-, pero sí es un mundo cerrado y distante de los que no están metidos en su interior. Sin embargo, el personaje ahora desparecido del P. Quevedo creo merece una consideración también desde fuera del contexto rociero.
         José González de Quevedo Álvarez ha sido un jesuita que unía los contrarios de ser totalmente igual a los demás, por una parte, y de reunir también, por otra parte, características personales enteramente singulares.
         Normal, porque fue un joven malagueño que a los 18 años ya  entró en la Compañía de Jesús y que luego recorrió los casi 20 años de su larga  formación por los caminos y en los lugares más convencionales, sin salidas al extranjero y sin distinguirse en nada del camino ordinario de todos los jesuita. Su trabajo principal ha sido el ser  más de 20 años misionero popular, una tarea muy pegada a la tierra, muy en contacto con los pueblos y con las personas de todos los niveles sociales, auténtico pararrayos de corrientes eléctricas muy diversas. Cuando perdió la visión de un ojo y los médicos le obligaron a retirarse de la dura tarea de las misiones populares, retuvo siempre su condición de gran predicador, ocupando la cátedra sagrada en todas las actividades eclesiales más diversas. Hasta aquí lo normal y convencional de su vida, aunque su larguísimo periodo de contacto estrecho con el pueblo en las misiones populares le depararían seguramente experiencias muy ricas para lo que fue su vida singular y atípica.
         Lo original de su vida es lo a fondo que se metió en el mundo rociero, como predicador incansable de novenas, quinarios y triduos de los cultos de las Hermandades rocieras, como pregonero muy frecuente anunciando las fiestas y como capellán extraordinario haciendo el "camino" con múltiples Hermandades (sobre todo, con Sanlucar de Barrameda, a través de Coto Doñana) y presente casi todos los domingos en la aldea del Rocío para acompañar y ayudar sacerdotalmente en la visita anual extraordinaria de cada Hermandad a la Virgen del Rocío. Su presencia en todo esto era total, calzando los botos y vistiendo de corto en la Romería, luciendo incluso en las piernas los caireles de plata, como alguna vez le vi cuando era más joven. Lo más singular, con todo, de su trayectoria rociera, por ser un poeta innato y un cantaor aficionado, es haber sido el autor de innumerables letras de las sevillanas rocieras, algunas de las más populares de cuantas se cantan en el Rocío -yo le digo a la Virgen, poemas- y muchas cantadas por los intérpretes más famosos del cante de las sevillanas.
          Vida normal y rasgos singulares, unidos en una misma persona. Como casi todas las manifestaciones de la religiosidad popular de la que fue un gran protagonista, contando con el caluroso y entusiasta aplauso de los convencidos -a su entierro acudió mucha gente de toda Andalucía- y acreedor también de la incomprensión y minusvaloración de los que no logran siquiera entender los entresijos y la idiosingracia de este tipo de religiosidad.
          Ha muerto como un cristiano, con plena conciencia de su enfermedad y sin olvidar su devoción rociera: AHORA VOY A VER AL FIN LA CARA DE LA VIRGEN, dijo a solas a su Superior cuando el médico le confirmó el cáncer mortal. Con la muerte no se juega, es la hora de la verdad. Descanse en paz.

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