domingo, 18 de octubre de 2015

Salvación-Condenación y Plenitud cristiana


           El principio "fuera de la Iglesia no hay salvación" es muy fácil no comprenderlo bien y ayuda muy poco a entender actualmente la actividad misionera de la Iglesia.

     Este principio se basaba en las antiguas concepciones de la salvación completamente heterónomas, según las cuales Jesucristo había conseguido la salvación de la humanidad aplacando con su muerte la ira del Padre, muy enfadado por el pecado de los hombres. Esta forma de entender la salvación no se puede ya mantener en pié -el enfado o indignación de Dios es hasta blasfemo, según precisó muy acertadamente  Shillebeeckv- y desenfoca radicalmente el sentido que puede tener en la Iglesia católica el esfuerzo misionero.

          La salvación no es sólo el arreglo de la situación originada por el pecado, sino que es además y más bien la posibilitación para el hombre de la situación soñada  para  él  por  el mismo Dios. 
Misioneros de la misericordia

          En este sentido, ha dicho Olegario González de Cardedal que la creación -tras la cual vino también el pecado- es sólo el prólogo o el anteproyecto de la consecución o realización completa del proyecto que supuso la redención y la encarnación de Jesús. Jesús nos salva porque nos trae y nos manifiesta el amor y la misericordia del Padre y, teniendo esto en cuenta, nos salva con toda su vida y no sólo con su muerte dolorosa en la cruz. La salvación abre al hombre a la plenitud del amor de Dios, que ya se manifestó al crearnos y que se muestra definitivamente cuando Jesús nos indica que podemos llamar a Dios padre, porque Él es enteramente amor hacia los hombres. 

          El esfuerzo misionero de la Iglesia católica fundamentalmente no se dirige a impedir que los hombres y mujeres se condenen porque están fuera de la Iglesia, de esta forma concebida como único cauce para la salvación de Dios. La obligación que tiene la Iglesia de mantener la actividad misionera se deriva del mandato de Jesús de llevar la fe a todos los pueblos, de posibilitar a todos los hombres el acceso al amor misericordioso de Dios, de abrir cauces para que todos puedan participar de forma más plena de la situación que Dios desea para toda la humanidad. El ingreso en la Iglesia católica -el bautismo- el es medio ideal que se ofrece a todos pero no es el camino único e indispensable, porque en otras confesiones religiosas e incluso en situaciones de aparente no-fe puede también darse la radical buena voluntad humana y la adecuación rigurosa a las exigencias de la buena conciencia personal que posibilitan la aceptación de Dios y el acceso a su universal misericordia.  

         Esta pequeña reflexión viene a cuento con la celebración del día del DOMUND, la jornada que la Iglesia dedica a que consideremos la vocación misionera de todos los creyentes en Jesucristo, a que dediquemos una mirada a ver la obligación misionera de la Iglesia y la repercusión que esto tiene en nuestra propia concepción de la participación en la fe cristiana. El lema de la jornada de este año es Misioneros de la Misericordia, porque lo que los misioneros anuncia es la misericordia universal de Dios nuestro padre (no la consecución, por el medio totalmente imprescindible del bautismo, de de la liberación de una condena que Dios de ninguna manera quiere para toda la humanidad).

         La significación del DOMUND, y de la actividad misionera de la Iglesia, no es negativa (=liberarnos de una cosa mala), sino radicalmente positiva (=ofrecernos el acceso a la plenitud del amor de Dios). Un intento positivo que se convierte en obligación personal para todo el que esté convencido de que Dios es bueno y quiere lo mejor para todos los hombres. Los misioneros son los heroicos heraldos de esta gran y consoladora verdad.

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