viernes, 9 de junio de 2017

Un detalle sobre el pasado Rocío

 


 

Un detalle que no es ni el más importante ni por supuesto el más popular de la fiesta del Rocío. Se trata incluso de un momento considerado, a veces, como pesado y digno de algún tipo de reforma. No entra entre las fotos que salen en la prensa durante los días del Rocío, pero puede ser merecedor de concentrar en él la mirada, una vez que ha finalizado el Rocío del presente año.


         El momento que pretende resaltar este pequeño comentario es la profesión de fe que se formula en el pontifical que se celebra el domingo de Pentecostés. La ocasión es solemne porque el pontifical es la celebración tal vez más honda del Rocío. No es a la que asiste más público, pues el momento final de la procesión de la Virgen y la misma presentación inicial de las Hermandades reúnen a la populosa gran mayoría de las personas que acuden cada año al Rocío. Pero la celebración de la misa pontifical, en la catedral abierta y soleada de la gran explanada del Real, con el retablo insuperable de todos los simpecados arracimados en varias filas tras el altar, con el centenar largo de sacerdotes concelebrantes y con la hondura religiosa insuperable de la celebración de la Eucaristía de la fiesta de Pentecostés -la Virgen del Roció no tiene celebración eucarística propia, su fiesta es la del Espíritu Santo, del que se venera como Esposa-, todas estas circunstancias constituyen el marco único en el que se sitúa el momento peculiar que merece este comentario. La profesión de fe tiene lugar después del Credo recitado por toda la concurrencia e inmediatamente antes de la Oración de los Fieles que precede al Ofertorio.

          El acto resulta, sin duda, algo pesado. Consiste en el paso de dos representantes de cada una de las Hermandades, poniendo sus manos sobre la Biblia que mantiene sentado y sobre sus rodillas el Obispo de Huelva, que preside la ceremonia. Los que desfilan y hacen el juramento son 240 personas (2 representantes de la Hermandad Matriz de Almonte y de todas las 119 Hermandades actualmente existentes). Los que desfilan vienen con sus típicos atuendos rocieros, otorgándole cierta solemnidad y colorido al acto. Qué piensa y siente cada uno de los que hacen el juramento sólo Dios lo sabe, pues -como en todos los actos del Rocío- cada uno participa con el nivel de madurez cristiana que alberga en su interior y que sólo Dios conoce en toda su profundidad.

          Aunque resulta algo cansino, el acto merece ser resaltado porque constituye una masiva proclamación de fe, muy difícil de ser repetido en cualquier otro contexto. No es fácil pensar en un acto de adhesión tan personalizado, obtenido por otras entidades. La réplica de este acto solemne está, además, en los cultos que cada Hermandad suele celebrar en sus propias ciudades de origen, jurando en estas ocasiones no sólo dos representantes sino la totalidad de los hermanos presentes en aquellas ceremonias. Este año pude asistir a la clausura del triduo de la Hermandad de Huelva, y el acto de profesión de fe de los hermanos locales fue tan largo y numeroso como el oficial del pontifical en el Rocio. Si se tiene en cuenta estos actos de réplica, hay que pensar en miles de personas intervinientes.

         Este sencillo comentario pretende resaltar una aspecto que no se destaca para nada al hablar o al pensar en el Rocío. No es que sea una panacea, que justifique por sí solo todo el cúmulo de acontecimientos de la fiesta rociera. Como todos los actos y los componentes de esta macro-celebración, la romería del Rocío tiene la complejidad(la superficialidad y también la profunda hondura), de una manifestación de religiosidad popular. Nada más y nada menos. En cada elemento, comprendiendo su complejidad y sin pretender que sean en todo perfectos, hay también que saber descubrir todo lo positivo que encierran.

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