lunes, 31 de julio de 2017

Patria, novela espléndida y apasionante testimonio sobre el mundo vasco








         Cuando un libro se vende mucho, es por algo. Que la novela Patria lleve tanto tiempo entre las más vendidas, que ocupe un puesto de honor en los escaparates, que sea además realmente leída por los que la compran, todo esto indica que esta novela ha logrado conectar con la mentalidad de sus lectores y se ha convertido en un referente para los que intentan saber algo más sobre el tema vasco.

Ante todo, buena novela
          En la Feria del Libro del presenten año, por San Jordi, me sorprendió que el novelista Fernando Aramburu se mostraba satisfecho porque en esta ocasión acudían a él como literato, no tanto por ser intérprete del problema vasco. Desconozco su abundante producción literaria anterior –mucho menos conocida-, pero desde luego con Patria ha irrumpido como un autor muy maduro, con una obra que ha dado en la diana del éxito literario.

         La novela está escrita con mucho mimo. Estructurada nada menos que en 125 pequeños capítulos, cada uno es un acercamiento directo a uno de los nueve personajes que configuran las dos familias protagonistas de toda la historia. Normalmente, hay varios capítulos seguidos dedicados al mismo personaje, para que se siga mejor la trama y no sea una sucesión abigarrada de historias desconexas, haciendo imposible captar la atención y ser fácilmente recordada.

         Sorprende el manejo prodigioso del tiempo, ese factor literario tan difícil de usar sin crear confusión. Arranca del momento en el que la ETA anuncia el abandono de las armas, y éste se constituye así en el tiempo real de la novela. Pero cada capítulo vuelve continuamente a los diversos momentos del pasado, desde los tiempos en que las dos familias protagonistas de la historia estaban estrechamente unidas por la amistad y los hijos eran todavía niños y jóvenes hasta los sucesivos acontecimientos entrelazados que van configurando la trama de la apasionante historia. Al hecho central -la muerte por ETA del cabeza de una de las dos familias, el personaje del económicamente bien situado industrial Txato, tan bien dibujado a retazos- hay un acercamiento múltiple y progresivo desde los distintos personajes, cada uno aportando una mirada afectiva diferente y una descripción de los hechos complementaria y diversificada.

         Está muy logrado el uso prácticamente indistinto del estilo directo, con las frases -completas o incompletas- de los diversos personajes, dentro de la narración que se realiza desde el interior del protagonista de cada uno de los capítulos. El efecto que se produce es una inmersión completa del lector en la trama de lo que se está narrando, a través de los tiempos diversos y de los sentimientos y emociones que en cada momento está viviendo el personaje. Todo desde la máxima concreción, sin escapadas a la abstracción o a lo intemporal, introduciendo al lector en escenas concretas de la vida de los personajes con los que termina fuertemente identificado.


Apasionante mirada al problema vasco        La novela no pierde nunca la intensidad, no se desperdiga a pesar de su extensión. Lo que suministra unidad a todo el relato -646 páginas, incluidas las 4 utilísimas del Glosario de términos vascos, no frecuentes pero sí oportunamente utilizados- es la muerte de Txato y, a través de este hecho bien concreto, el omnipresente problema vasco, como telón de fondo al que todo revierte.
Da la impresión que el novelista ha hecho un gran esfuerzo por acercarse a la totalidad del problema vasco, con toda su complejidad y con todos sus múltiples elementos implícitos.

         La novela no es un panfleto, con buenos y malos estereotípicamente descritos. No se usan los términos gruesos, tan frecuentemente utilizados por los medios para hablar de los personajes o de los hechos de la ETA –criminales, asesinos, canallas, viles, descerebrados, etc-, con un evidente intento de comprensión desde dentro de todas las caras del problema. Es claro que el autor no es un radical abertzale y que considera la muerte del personaje como un asesinato –símbolo del millar aproximado de muertes producidas por el enfrentamiento entre vascos- pero no se acerca al hecho siempre de la misma manera y, desde cada personaje, se contemplan los hechos con miradas muy diferentes intentando elaborar una reconstrucción lo más completa posible del fenómenos vasco.
Así, el lector termina la novela con una visión más completa del vibrante tema vasco, tal vez menos apasionada pero desde luego más compleja y más diversificada. Y esto facilitado no desde discursos teóricos sino desde la descripción personal de la gama muy diversa de los nueve personajes de la novela.

         Del problema vasco, se podrían escribir -y se han escrito- múltiples posibles libros. Si éste ha logrado más éxito y ha llegado a más gente, estoy convencido que es por su valor literario. Con un conocimiento grande del tema, vivido personalmente, ha conseguido plasmarlo en una trama concreta: una muerte inventada, literaria, y un pueblo sin nombre, un Macondo vasco, también fruto de la imaginación, muy concreto pero sin identificación con ninguno de los pueblos de la geografía vasca. Eso sí, con infinidad de detalles de los personajes y de la vida real vasca, sabiendo estructurar la historia y darle verosimilitud a los personajes por la subyacentemente artística concreción con que todo está narrado.

Lo religioso, también presente
         Los diversos aspectos de la vida vasca (la política y los partidos, el trabajo y la industria, la prensa, el deporte…), no están tratados aisladamente y por separado, con descripciones y consideraciones expresas sobre cada uno de estos aspectos, sino desde lo que viven o afirman cada uno de los nueve personajes en torno a todos estos variados aspectos.

         Lo religioso está tratado igual, desde los diversos personajes, pero se vuelve a ello abundantemente.

         Miren, el personaje más radical en su vasquismo independentista, la madre del etarra encarcelado Joxe Mari, es practicante religiosa fiel, siempre cumplidora de la misa dominical, con amistad con el párroco, con una peculiarísima devoción a San Ignacio de Loyola, el santo vasco a quien considera uno de los suyos.

        Su antigua amiga y luego tratada por ella como enemiga, como loca, Bittori, estuvo en su juventud como Miren a punto de ingresar en la vida religiosa, pero las circunstancias adversas de su vida le han hecho abandonar la práctica religiosa (“nada más ver al Txato en el ataúd, su fe en Dios reventó como una burbuja”), y se ha vuelto descreída; en la práctica, llegar a condicionar su presencia a la boda de su hija Nerea en la catedral de San Sebastián “a que no oficiase el obispo”, sin dar su nombre (“dijo que ese señor sólo practica la misericordia con los asesinos, que por favor no lo nombraran estando ella delante porque se le revolvía el estómago y que principalmente por él había perdido la fe”).

         Los distintos hijos son más descreídos y menos practicantes, como es normalmente la juventud, pero de todos se detalla en algún capítulo su postura ante la religión.

         El párroco del “pueblo”, don Serapio, no es mal sacerdote y llega a oficiar el funeral de Txato, pero actúa como mucho más cercano de los personajes de la novela independentistas que a los que condenan la independencia y el terrorismo. A Gorka, el hijo de Miren, escritor acreditado en vascuence pero menos próximo al independentismo, le pide que “pongas tus capacidades al servicio de nuestro pueblo”; y concreta, “cuando tu escribas es Euskal Herria la que, desde dentro de ti, escribe”.

        La confusión que para algunos existe en lo religioso en todo lo referente al tema vasco está bien referido en la novela, con unas relaciones no enfrentadas y con una cercanía entre la Iglesia y los nacionalismos que algunos preferirían que no existiese.

El retratista retratado
         Esta novela incluye un singular testimonio sobre la propia novela (páginas 550-553). Como siempre de forma concreta y sin discurso teórico, recogiendo las palabras que “un escritor” pronuncia en unas Jornadas sobre Víctimas del Terrorismo y la Violencia Terrorista y que Xavier, el hijo médico de Bittori, tal vez más indeciso y caviloso de los nueve personajes, va a escuchar porque sabe que va a intervenir el juez que dictó sentencia en el caso de su padre.

         Entrelazadas con partes narrativas sobre lo que Xavier va viendo en el acto, el escritor presenta la supuesta obra suya que está presentando como “uno de los libros que van creciendo con uno a lo largo de los años en espera de la ocasión oportuna de ser escritos”. Se pregunta por qué de joven él no ingresó en ETA, habiendo estado sometido a toda la propaganda “favorecedora del terrorismo y de la doctrina que lo fundamenta” y se extiende en comentar lo que ha querido hacer y lo que ha querido evitar al escribir su libro. Evitando “los tonos patéticos, sentimentales” y “la tentación de detener el relato para tomar de forma explícita postura política”, el escritor dice haber escrito “contra el crimen perpetrado con excusa política, en nombre de una patria donde un puñado de gente armada, con el vergonzoso apoyo de un sector de la sociedad, decide quién pertenece a dicha patria y quién debe abandonarla o desaparecer. Escribí sin odio contra el lenguaje del odio, y contra la desmemoria y el olvido tramado por quienes tratan de inventarse una historia al servicio de su proyecto y sus convicciones totalitarias”.

        La sordina a esta algo ampulosa declaración, la pone Xavier,que, al escucharlo, se formula que “no cree que nada vaya a cambiar sustancialmente porque alguien escriba libros”, pero el testimonio del escritor tiene el claro aire de las confesiones innominadas de lo que ha pretendido el real escritor, Fernando Aramburu.


 


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