jueves, 24 de enero de 2013

Aniversario de "AVENTURA EN EL MONTE SAN ANTÓN"

          Se cumple en esta jornada un año de la peripecia por mí vivida y que, ya algo recuperado, conté el año pasado en este blog como "AVENTURA EN EL MONTE SAN ANTÓN", una página que todavía se puede encontrar en este espacio fechada el 15 Febrero 2012. Esta ha sido la "entrada" que más lectores ha reunido, de todas las publicadas en "Tras mi vidriera".
         Tal vez por aquello de que "todo asesino vuelve alguna vez al lugar del crimen", al cumplirse ahora un año de aquel sucesos, muy bien acompañado y con todos los cuidados dictados por la prudencia, he vuelto a subir al Monte San Antón.  Quería recuperar la vista de los espacios, recomponer un poco el suceso y agradecer que toda aquella aventura terminase felizmente.

           El  Monte  San  Antón lucía con su belleza de siempre, con  toda  Málaga  descendiendo como una gran alfombra desde la cumbre hasta el azul inmenso del mar. Observando ahora el lugar desde el terreno, comprobé el disparate que cometí al intentar descender por un no-camino, a campo a través, desde la cumbre en la que está colocada la cruz hasta los viales ya bien trazados existentes en la ladera baja del monte. El disparate es en todo caso explicable porque, desde la cumbre, los caminos a los que se quiere llegar se ven aparentemente muy cercanos y muy bien trazados, no pareciendo que resulte tan complicado llegar a ellos por el "corto" espacio sin senda existente entremedio. Con todo, ahora observé también como en este espacio intermedio existe  primero una gran maleza espesa y después un gran roquedal que -desde arriba- apenas si se vislumbra, pero en el que -un poco más abajo- se descubre una cortadura inmensa existente, con toda una extensión infranqueable.
          Ese intransitable espacio intermedio fue mi perdición. En él permanecí toda la tarde del 24 de enero, la noche y buena parte de la mañana del 25, intentando sortear las dificultades que iba sucesivamente encontrando, hasta que los socorristas con su helicóptero, alertados por los que me esperaban en vano desde el día anterior, alrededor de las once de la mañana, acudieron a rescatarme. Salvo un rato de sueño debajo de unos grandes matorrales, ya que el frío no llegó a ser insoportable aquella noche de enero, ni dejé de tener conciencia clara de lo que me pasaba, ni tuve la sensación de estar perdido, pero la dificultad de superar el aparentemente corto espacio sin camino fue enormemente más insuperable de lo que nunca pude sospechar. De ahí, el enorme desgaste muscular y la gran deshidratación que experimenté, el que quedaran el chandal y las zapatillas deportivas totalmente deshechas y el que tuviese que pasar una buena temporada con cuidados hospitalarios hasta iniciar la más lenta recuperación completa. La gran suerte, o Providencia, es que no tuviese una caída seria, una quebradura de huesos o una pérdida completa de conciencia, en aquellos parajes ocultos en los que muy difícilmente podría haber sido encontrado.
          Lo puedo ahora contar, al año del suceso, sin que la aventura haya dejado ninguna secuela. Sólo las uñas de los pies mantienen todavía alguna negrura, hasta su reposición completa. Una experiencia dolorosa, ahora gozosamente revivida, desde la cumbre siempre bella del Monte San Antón.

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