viernes, 19 de abril de 2013

Séptimo Día: ¿BUENA IMAGEN LA DEL PASTOR?

          Hace muchos años, pero recuerdo bien la escena. Paseaba con un sudamericano, de El Salvador, por los páramos cercanos a Alcalá de Henares. Pasamos junto a un rebaño de ovejas, quizás hasta un centenar, con su pastor al frente. El salvadoreño me detuvo y me dijo, admirado: "Para, para, déjame verlas y tocarlas". En su país no las hay, y no había visto nunca hasta entonces una oveja de cerca y al natural.
          Cada año me acuerdo de esta anécdota, cuando "toca" la anécdota o alegoría del buen pastor. Al recuerdo se añade la consideración de que, en el mundo capitalino actual, lejos de los pueblos y del campo, muchos, tal vez la mayoría, no ha visto nunca tampoco de cerca una oveja. La imagen de una oveja se vuelve tan lejana como para mí la de un canguro o una jirafa, a los que nunca he visto al natural y de cerca, en su contexto del campo. Y conocer las cosas de oídas,  por los libros, las fotografías, el cine o la televisión, resulta del todo diferente a tomar contacto con ellas desde niño, junto a ese conjunto de realidades entrañables que conocimos antes incluso de saber leer, por contacto inmediato.
          Por esto me entra la duda de si la imagen evangélica del buen pastor resulta comprensible en el mundo actual, si es para muchos buena para comprender lo que con esta imagen se quiere significar.
          No es sólo conocer la figura de una oveja, con su lana, con su valido, con sus hocicos negros, con su tranquila inserción en el rebaño... Se trata, sobre todo, de conocer la relación existente entre las ovejas y el pastor, con su percepción del todo inefable de la voz del que las llama incluso por su nombre individualizado. No es fácil tener la idea clara, o el previo preconcepto anterior a la razón, de lo que supone la integración pastor-ovejas. 
        Máximamente difícil es conocer el hondo sentido de la llamada del pastor a las ovejas, en un mundo inundado de reclamos publicitarios -en la calle, por las carreteras, en los diarios, en las revistas, en la televisión y en la radio, en la pantalla del ordenador-, cuando hay que "defenderse" constantemente de estos reclamos y muy rara vez llega alguno al nivel de la conciencia del que los recibe. Reconocer el timbre de una llamada, sintonizar cordialmente con ella, llegar a la casi identificación existente entre las ovejas y el pastor, resulta muy difícil, casi imposible, en el mundo actual.
          La imagen del pastor y las ovejas, sin embargo, posee enorme simbolismo para el conoce toda su riqueza. Es llegar a sentir el embrujo del timbre de una voz, dejar despertar dentro de uno todas las resonancias que la voz de un pastor debe tener en una oveja. La imagen está conectada con la del seguimiento, pues la oveja va siempre detrás, con total disponibilidad a lo que vaya demandando la voz de su pastor. La imagen, cuando se percibe con toda su riqueza, ilumina mucho cómo debe ser la relación entre el creyente y Jesucristo, el buen pastor, que dice: "conozco a mis ovejas y ellas me conocen, yo las conozco y ellas me siguen". Conocimiento y seguimiento, nada más y nada menos.

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