sábado, 4 de mayo de 2013

Séptimo día: LA FUERZA DEL ESPÍRITU

          Es más fácil creer en la fuerza material -de los músculos o de un motor de gasolina- que en la fuerza del espíritu. Lo que se ve o se toca, lo que captan los sentidos, se nos impone con más fuerza que lo que sólo es captado por el espíritu. 
          Con todo, el viento no se ve, y se hace muy real cuando nos azota en la cara. Los sentimientos no son abarcables por los sentidos, y se experimentan con fuerza cuando nos asaltan. No son los sentidos los únicos caminos de acceso para la realidad. Hay percepción también de fuerzas ocultas, imperceptibles por los caminos ordinarios. 
          Jesús, hombre histórico y del todo perceptible para los que trataban con él, habló mucho con los discípulos de que les enviaría el "Espíritu". Sobre todo, en las apariciones que tuvo después de resucitado, avisó continuamente de que Él dejaría de ser visible en la tierra, pero que continuaría su presencia mediante el Espíritu: "El Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, os lo enseñará todo y os recordará todo lo que yo os he dicho", dice Jesús en el Evangelio que se lee este domingo en las Iglesias católicas.
          La fuerza del Espíritu es real para el creyente, pero sólo se percibe por la fe. Su presencia no es menos intensa o menos perceptible que lo que se nos impone por los sentidos, pero llega hasta nosotros de forma muy diversa.
          El Espíritu es la fuerza de Dios actuando en la vida humana, y el creyente está convencido de que Dios inspira, hace experimentar determinados sentimientos, comunica su fuerza para las acciones que nos demanda. Dios es tan real para el creyente como las personas con las que cada cual habla, como las realidades con las que uno se cruza en la vida, pero su presencia es de otro orden, su perceptibilidad no resulta obligada y sólo se accede a ella mediante la fe.
          Como, en lo meramente humano, la aceptación de la opinión de otra persona o la misma percepción de todo lo que está fuera de nosotros, también se realiza por la fe humana en lo que lo nos dicen las otras personas o la credibilidad en lo que los sentidos nos hacen experimentar. La fe es el camino necesario para llegar a la posesión de la verdad.
           También y mucho más en el campo de lo transcendente, la fe resulta del todo insustituible. Y es el Espíritu el que hace actuar la fe, el que realiza en nosotros aquello a lo que sólo por nosotros mismos no podríamos llegar o no podríamos alcanzar. El Espíritu es la fuerza de Dios actuando en nosotros. Hay que contar con esta fuerza para entrar, movernos y actuar en el mundo   -real, de otra manera- de la fe. Un saludo de acogida al Espíritu, a la fuerza de Dios en nosotros

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