sábado, 22 de junio de 2013

Siete días: INTERPELACIÓN PERSONAL

En la relación entre persona y persona, interesa mucho conocer quién es realidad el otro, quien es la persona con la que estoy hablando o con la que estoy manteniendo contacto.
No es fácil llegar a conocer al otro. Los pliegues de la personalidad son muy enrevesados, y resulta difícil llegar a conocer todos los rincones que guardan los secretos del carácter de los demás. Más difícil aún es lograr intuir si el otro tiene clara conciencia de quién es uno, si el otro conoce bien  las características de la persona con la que está hablando.
En el centro de los Evangelios sinópticos, en el cruce entre la larga estancia de Jesús en Galilea y el inicio del camino que después emprende hacia Jerusalén, se encuentra la escena leída este domingo en las Iglesias, en la que Jesús pregunta abiertamente a los discípulos: “Vosotros, ¿quién decís que soy yo?”.  Es la inquietud por conocer si el que se mantiene en contacto con uno, sabe a qué atenerse sobre la persona con la que está hablando.
El equilibrio en la relación se mantiene si los dos comunicantes tienen claro conocimiento de la verdadera identidad del otro, si saben a qué atenerse en el contacto con el interlocutor. No se trata de conocimientos teóricos o de referencias superficiales sobre el lugar de nacimiento, la altura y el peso, o las preferencias extrínsecas sobre gustos, colores o formas de descanso. Sobre todo importa el conocimiento más profundo del otro: cómo es, cómo reacciona ante las dificultades, cuáles son sus objetivos en la orientación de la vida o en el caminar de cada día.
La recta vivencia religiosa no se conforma con la realización de determinadas prácticas o la guarda de concretas prescripciones morales. Para el cristiano, la vida religiosa consiste en conocer a la persona de Jesús y en seguir los ejemplos de su vida terrena. Es más el seguimiento de una persona que el cumplimiento de unas normas. San Ignacio pedía conocimiento interno de Jesucristo, para, sobre la base de este conocimiento, orientar la propia vida para amarlo y seguirlo mejor.
El trato entre diversas personas, la clarificación de la relación humana, exige esta interpelación personal. La pregunta directa sobre lo que uno piensa del otro, para, sobre esta base del conocimiento mutuo, poder avanzar en lo que culmina la relación humana, el amor y la voluntad de seguir las huellas vitales que marcan el sendero por el que el otro camina. La interpelación personal posibilita que la relación se establezca sobre bases sólidas y pueda avanzar y llegar a metas comunes.

Estas normas de convivencia clarifican y dan proyección de futuro tanto a la  relación humana como a la organización interna de la vivencia religiosa. –sin conocimiento y aceptación de la persona de Jesús no hay vida cristiana auténtica.

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