lunes, 23 de diciembre de 2013

LA NAVIDAD, UNA LUCHA

          En lo religioso, la Navidad trae paz y felicidad. Pero desde el punto de vista sociológico, la Navidad encubre una enconada lucha. Explicaré por qué.
          La Navidad produce un enfrentamiento de dos mentalidades, de dos formas de entenderlas y de vivirlas. Por una parte, el Feliz NAVIDAD, el montaje del Nacimiento, el tapiz del Niño Jesús a la puerta de las casas, los motivos religiosos imperantes. A estos rasgos se contraponen el Felices FIESTAS, el árbol con sus lucecitas y sus regalos, las figurillas de Papá Noel trepando a los balcones de las casas, motivos todos abiertamente paganos. Son detalles sin gran importancia, muchas veces imperceptibles para muchos, pero que manifiestan dos mentalidades diversas sobre la Navidad.
          Tal vez donde más claro es el contraste es en la iluminación de las calles. Primero, la discusión sobre si se debe o no acometer este despliegue luminario, este dispendio de energía; discusión casi unánimemente resuelta en la actualidad, no por motivaciones religiosas, sino por la presión de los comerciantes, que demandan y hasta exigen este gasto como plenamente rentable. Además, sobre todo, por el motivo usado en las iluminaciones: antes figuritas de ángeles, de estrellas, de alusiones diversas a los temas del portal de Belén; mientras que ahora casi todos estos motivos han sido sustituidos por figuras geométricas de todo tipo, de carácter neutro y sin ninguna alusión a lo religioso o a lo que haga recordar la historia originaria de  Belén.
          En el fondo de todo esto está la concepción y la vivencia de la Navidad como un hecho religioso, directamente enfrentadas ambas visiones con un acercamiento a la Navidad como una fiesta sin cualificación histórica o religiosa, época sólo vacacional, con una clara consideración comercial y económica, todo lo más dimensionada también por la corriente de lo familiar. Sin contar con los que no quieren ni oír hablar de la Navidad, porque por diversos motivos estas celebraciones les entristecen y no quieren participar en ellas.
          Desde el punto de vista ideológico, subyace también la problemática de si lo religioso tiene que hacerse presente en la vida pública, debe inundar también la calle; o, por en contrario, debe refugiarse sólo en lo interior, sin extensionarse a los campos comunes de las personas que no son religiosas o que se oponen incluso a la vivencia de lo religioso.
          Decía que la Navidad es una lucha porque los que reivindican ardientemente el derecho de lo religioso a expresarse públicamente, sufren mucho que se lo silencie y se lo sustituya por lo pagano y neutro. Tal vez no tenga mucho sentido obligar o imponer el participar en las expresiones religiosas a los que ni tienen ni quieren tener vivencia religiosa alguna. Pero sí cabe demandar siempre el respeto a los que estiman que lo religioso -la alusión al nacimiento de Jesús- es lo que le da el sentido más profundo a estas fiestas y el derecho de los que así piensan para inundar sus fiestas navideñas de este original sentido religioso.
          En unas fiestas que son de paz hay que evitar por supuesto las guerras ideológicas, pero siempre con respeto máximo a todos los pareceres.  
         
 
 

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