domingo, 7 de abril de 2013

Séptimo día: CREENCIA NO ES EVIDENCIA

          No es lo mismo la creencia que la evidencia. Tampoco es lo mismo la creencia que la seguridad aplastante del axioma. Distinguir entre estas tres formas resulta imprescindible para transitar con paz y   tranquilidad por los caminos del pensamiento.
          Que un triángulo tiene tres lados, ni uno más ni uno menos, va en su definición y no hay más remedio que aceptarlo así indefectiblemente. Que ahora es de día o es de noche, se impone para todo el que no está loco con la fuerza de la evidencia. Todo lo que se comprueba con los sentidos resulta innegable para el que ha hecho la comprobación sensorial. Lo que testifican los sentidos agota las discusiones y obliga al asentimiento. 
         En cambio, cuando uno alude a aquello en lo que cree está entrando en un campo en el que siempre precede la voluntad o la no voluntad de creer. Uno puede tener o no fe en el diagnóstico de un médico o en el veredicto de un abogado. El que dice "tengo fe en mi médico", no duda sobre la verdad de su diagnóstico y se toma con fidelidad las medicinas que el médico le receta. Cuando el abogado le merece a uno plena confianza, acepta sin esfuerzo su parecer y se somete a gusto al plan de actuación que éste le propone, porque "tiene fe en él". Cuando hay fe en la persona, sus pareceres y sus prescripciones se aceptan sin el menor esfuerzo, sin dudas.
          La fe religiosa sigue los mismos derroteros. El gran sabio San Agustín decía que, para el que quiere creer, tengo mil razones que le aseguren en su creencia; pero, para el que no quiere creer, no tengo ninguna razón que ofrecerle para que se convenza. A nadie se le puede obligar a creer, porque la fe no arranca de presupuestos apodícticos, sino del deseo de aceptarla.  
          Para llegar al convencimiento de que Jesús estaba vivo, tras su muerte, los apóstoles necesitaron el concurso de la fe. Antes, creyeron que el aparecido era un fantasma, no consideraron posible la realización del hecho insólito. Pero no estaban cerrados a la aceptación de la fe, y ésta actuó y realizació la transformación de las mentes. Recibieron la fuerza que el aparecido les prestaba -"la paz este con vosotros"- y pasaron a considerar posible lo que antes consideraban del todo imposible. El mismo proceso se realizó más tarde con Tomás, que también llegó a la creencia -mediante la intervención de la fe- desde la más dura increencia.    
          Usando una frase paulina, el anterior Papa dijo que la fe es como una "puerta", en la que uno puede entrar aceptando o no la invitación para pasar del que está dentro. Nadie entra a la fuerza, pues no se obliga nunca a una persona a la aceptación de la fe. Pero, al que está dispuesto a entrar, se le abre un camino de clarificaciones que desbordan las posibilidades que inicialmente se preveían.
          Cuando uno está dispuesto a entrar por la puerta y la fe comienza a actuar, se consiguen unas seguridades que el increyente no se logra explicar. La fe no tiene el carácter voluble de la opinión, sino que conduce a unas seguridades, que se convierten en racionales e indesmayables. No es fácil llegar a ella, pero, cuando actúa, la fe eleva la condición humana hasta situaciones insospechadas.           

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