viernes, 8 de marzo de 2013

Séptimo día: ACEPTAR LAS DIFERENCIAS

 


 


 

            Aceptar una realidad cuando es como a nosotros nos gusta, resulta muy fácil. Lo difícil es aceptar lo que a uno no le gusta, lo que resulta contrario a las propias apetencias o a los personales puntos de vista.

Cuando se trata de personas, aún resulta más evidente este elemental principio. Hasta agradable se convierte la aceptación de las personas que coinciden con las propias características, que no ofrecen aristas que choquen con los gustos más personales. La dificultan se presenta cuando hay que aceptar a personas que a uno no le gustan, que tienen características chocantes o desagradables. Entonces, se produce el rechazo. O el querer que la otra persona cambie, hasta acercarse a los gustos propios o a los planteamientos  de vida que uno considera más agradables.

La convivencia, con todo, requiere la aceptación de los contarios, de los que son de otra raza, de otro color, de otro país o región; de diferente religión o concepciones de la vida; de equipo distinto o de culturas distantes. La necesaria convivencia no se puede mantener cuando sólo está uno dispuesto a aceptar los que están ajustados a las propias medidas.

El padre acepta al “hijo pródigo” sabiendo que se ha comportado mal, habiendo experimentado en su propio carne los resultados de su apetencia de dinero, de su decisión de dejar la casa; habiendo tenido noticias del desastre que ha sido su vida fuera del hogar, cuando ha tenido que construir su vida por su cuenta. A pesar de todo esto, el padre acepta al hijo y, sin reñirle siquiera, lo acepta de nuevo en su casa. Actitud que no comparte el “hijo bueno”, el que protesta porque su padre sea tan magnánimo, el que le echa en cada a su hermano todos sus errores y malos comportamientos.

La aceptación de las personas resulta difícil cuando implica aceptar diferencias y comportamientos no estimados como válidos. En lo personal, la familia y las comunidades reducidas resultarían más vivibles cuando la aceptación de los otros no exigiese cambios personales imposibles, cuando incluyese la aceptación de lo imperfecto o menos agradable. En los social, cuando la convivencia se alarga a comunidades más amplias, a regiones o países distantes, todavía resultaría más necesario, más revolucionarios incluso, la aceptación de las diferencias sin desorbitadas exigencias o compensaciones, la aceptación si más del otro tal como él es.

¿Un sueño? ¿Algo del todo imposible? Los comportamientos evangélicos apuntan en ocasiones a lo difícil y utópico. Apuntar alto para que el tiro llegue más allá de las visiones egoístas y rastreras. Soñar tiene sentido para acercarse a la utopía.

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