sábado, 16 de marzo de 2013

Séptimo día: SABER PERDONAR

          Perdonar no resulta nada fácil. Dicen que es lo que más cuesta a una persona, sobre todo cuando ésta se siente ofendida, maltratada o vejada. Cuando se encuentra personalmente implicada, el perdón -aunque se quiera- se vuelve muy a contrapelo para el que lo quiere conceder.
          El perdón provoca distinta dificultad de acuerdo con el grado de implicación personal que tenga el que tiene que perdonar. "Lo que me ha hecho no puede ser perdonado ni olvidado", confiesa la persona a la que le han matado un familiar directo, un marido o un hijo. "No descansaré hasta que caiga sobre él todo el peso de la ley", sentencia el que considera indignante la acción realizada. En el círculo más reducido de la familia, los enfados y las tensiones tardan muy diverso tiempo en diluirse según el grado de ofensa que cada uno percibe en la acción o en el momento que ha sido el origen del conflicto. El perdón siempre cuesta, pero resulta casi imposible de otorgar en algunos casos 
          Por todo esto provoca tanta sorpresa la escena de Jesús perdonando a la mujer adultera sobre la que tenía derecho a lanzar piedras. El caso estaba siendo usado por sus enemigos como test para detectar el "respeto a la ley" que tenía Jesús, en buscar motivos para su condena. Con "el que esté limpio que lance la primera piedra" se desprende Jesús de los pretendidos agresores, y luego -al quedar sólo con la mujer- declina el derecho que tiene para lanzar su piedra, le recomienda no volver a las andadas y la perdona con ojos benevolentes.
          Para perdonar hace falta grandeza de ánimo, no hurgar en el "hay que ver lo que me han hecho" o en el "¡qué horrible el ataque a mis intereses!"; resulta además necesario estar convencido de que el acto de venganza no soluciona nada, sino tan sólo da consuelo al que recibió la ofensa; también hay que desimplicarse personalmente, no pensar en que el desagravio al ofendido es indispensable, sino sobre todo en qué comportamiento resulta mejor para el que ha cometido la ofensa.
          El tema aún se vuelve más complejo si se quiere meter a Dios por medio. Del "¡Castigo de Dios!" se ha abusado mucho históricamente. Dios ni quiere ni necesita nunca el castigo, pues cualquier mala acción humana no alcanza nunca a ofenderle, ya que "no ofende quien quiere sino quien puede". Hay mucho antropomorfismo en la supuesta necesidad de castigar por parte de Dios. Hay que pensar, por el contrario, que Dios siempre está más dispuesto al perdón que al castigo, como quedó patente en el hecho de que decidiese el enviar a su Hijo al mundo para salvarle y dignificarle a pesar de los malos comportamientos de los humanos.
          Una revisión de las actuaciones de perdón que resultan posibles para cada cual indicará las dificultades objetivas existentes para entrar en el terreno espinoso del ejercicios del perdón. No es un tema fácil, pero sí puede resultar iluminador comprobar  si existen por delante ocasiones para el perdón y qué dificultades se encuentran para ponerlas en práctica. Qué, cómo y por qué hay que saber perdonar, unas posibles reflexiones para el descanso dominical.




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